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Autoregalo de cumpleaños

"Mi pareja se autoregala una sorpresa para su cumpleaños..."

Mi pareja y yo siempre habíamos fantaseado con terceros en nuestra cama, con escenas de cornudo y cornuda, de zorra y amo, de puta y cabrón. Solo eso, fantasías

 

Silvia, mi pareja, tiene 38 años, es latina, exuberante, con unas tetas espectaculares y unos pezones tostados que me vuelven loco. Una cara bonita, una boca hecha para comer pollas y un culo prominente que rompe el cuello de muchos que la ven pasar.

 

Yo, Alberto, soy un chico atractivo, también en los 38. Elegante, interesante, educado, morboso y con una polla tan grande como gruesa y con una imaginación grande para todo aquello que rodea a nuestro sexo.

 

Pero vayamos con la historia. En nuestras fantasías aparecía gente, famosos, amigos, desconocidos, blancos, negros...nos ponía muy cachondos pensar que compartíamos cama con otros, siempre desde la imaginación.

 

Recuerdo que siempre al volver a casa, le mandaba un mensaje a Silvia y le decía: “estoy llegando a casa, dile al otro que tiene que irse”. Entre risas mi polla se endurecía y rozaba el volante de mi coche dentro del pantalón, fantaseando como que Silvia pudiera estar follándose a otro en nuestra casa mientras yo iba camino de ella.

 

Nunca fui demasiado detallista. Llego su cumpleaños y Silvia me comento que iba a hacerse un regalo a sí misma. Sin darle demasiada importancia le dije que era una idea estupenda, la mejor forma de no fallar. Me miro con una sonrisa especial, con una cara que escondía algo, unos ojos que solo mirarlos me ponían muy cachondo.

 

Llego el día de su cumpleaños y planeamos irnos a cenar. Era jueves, yo había trabajado todo el día y llegaba a casa con mi traje y mi corbata algo descolocados, pero con ganas de disfrutar de Silvia y poder celebrar su cumpleaños.

 

No falto el clásico...”estoy llegando a casa, dile al otro que tiene que irse”.

 

Pero esta vez la respuesta fue distinta “tendrás que esperar acaba de llegar”.

 

Pensé que era una de nuestras habituales bromas. Pero como también era habitual, mi polla se puso dura como una piedra, solo de pensar que podía ser verdad. En el primer semáforo tuve que sacar mi polla del traje...me oprimía y necesitaba liberarla.  Me la fui tocando hasta llegar a casa, pensando en cómo iba a follarme a Silvia antes de salir a cenar, en la follada de boca que iba a darle y varios comentarios soeces que pensaba decirle al oído para desatar su locura.

 

Llegue a casa corriendo. Abrí la puerta y escuché “te he dicho que tenías que esperar”.

 

La puerta de nuestro dormitorio estaba entre abierta y mientras cerraba la puerta de entrada escuché la voz entrecortada de Silvia que decía “sigue, nadie te ha dicho que pares”.

 

Entre a la habitación y empecé a temblar. No podía creer lo que estaba viendo. Parecía una película, una de nuestras muchas fantasías.

 

Encontré a Silvia, boca abajo, tumbada en la cama. Con la espalda llena de aceite, con tan solo un tanga de hilo tapando la raja de su prominente culo. Al lado suyo un mulato, más negro que blanco, con un boxer blanco y el torso desnudo...masajeando la espalda, el culo y las piernas de mi mujer que brillaban por el abundante aceite del masaje.

 

Silvia: “Te dije que iba a hacerme un regalo. Siéntate y disfruta”.

 

Alberto: “Eres una puta, pero me encanta que seas mi puta”.

 

Me senté a una butaca, al lado de la cama y observé cómo aquel mulato de cuerpo escultural masajeaba a mi mujer, a la par que su herramienta adquiría grandes dimensiones dentro de su boxer.

 

“Date la vuelta”, le sugirió el masajista que resultó ser cubano, con un acento inconfundible.

 

Silvia se dio la vuelta y dejó ver sus enormes tetas que pasaron a ser envueltas en aceite. Aquel mulato cabrón, sobaba las tetas de mi mujer con una mano y se tocaba la polla con la otra, una polla que no aguantaba más dentro de aquel boxer.

 

Silvia: “¿te gusta cornudo ver como soban a tu mujer? Tantas veces imaginándolo y ahora se está haciendo realidad pedazo de cabrón”.

 

Mi excitación era brutal, jamas había estado así. Quería sacar mi polla y empezar a tocármela, pero decidí esperar los acontecimientos.

 

Mientras aquel mulato sobaba sus tetas, Silvia decidió dar un paso más. Dirigió su mano al rabo del masajista y empezó a sobarlo:

 

Silvia: “joder vaya pedazo de polla que tienes, cabrón”.

 

El masajista la sacó del bóxer y la puso en la mano de Silvia, que necesitó sus dos manos para aún así no cubrirla por completo. Silvia escupió abundante saliva en su mano y empezó a pajearla mientras mordía su labio inferior en señal de gusto.

 

Mientras la meneaba con ímpetu me miro y me dijo: “mira como la pajeo cornudo, la tuya es grande y gorda, pero está todavía más”.

 

Tardo menos de medio minuto en incorporarse y meterse toda la polla negra en su boca. Escupió varias veces en ella hasta llenarla de babas e intentaba tragarla toda mientras se le caía la baba por la barbilla. El masajista la cogía por la cabeza y la obligaba a tragar, le follaba la boca de forma brusca y Silvia disfrutaba como una auténtica zorra.

 

Aquel mulato sé apenas 25 años estaba cada vez más cachondo...”vaya zorra tienes, como la chupa”. En una de esas embestidas en su boca, le sujetó fuerte del pelo, sacó la polla de su boca y se acercó a besarla, nada más lejos de la realidad, cuando estaba cerca de su boca le escupió en la cara y siguió follándole la boca con brusquedad.

 

No aguantaba más y saqué mi polla del pantalón y empecé a pajearme viendo aquella escena brutal que tantas veces había imaginado.

 

Silvia dejó de comer aquel enorme rabo y me llamo “desnúdate y ven aquí”. Así lo hice, me obligó a ponerme a su lado para ver a escasos centímetros de mi cara como mamaba con ansia aquella polla.

 

Sílvia: “bésame cornudo, quiero que sientas el sabor de esta polla”...y me besaba dejando caer su saliva untada de polla dentro de mi boca.

 

Nos pusimos en pie y Silvia se arrodilló, junto nuestras pollas y comenzó una doble mamada mojando nuestras pollas.

 

Silvia me miraba a los ojos con aquellas dos pollas dentro de la boca “me encanta comer pollas pedazo de cabrón”.

 

Volvimos a la cama y Silvia adoptó su posición favorita, a cuatro patas. Aquel mulato no lo pensó dos veces, llego por detrás y penetro a mi mujer con firmeza y brusquedad. Le entro suave, estaba muy mojada y solo podía gritar: “Dios que pedazo de polla, dame más fuerte cabrón. No pares de follar a esta puta”.

 

Yo me puse delante de ella y mientras recibía las embestidas de aquel mulato, se atragantaba comiendo mi polla hasta llegar a los huevos.

 

¿Te gusta como te follan zorra?, le pregunté. “Me encanta cabron....maaaaasssss...me corrooooo”. Grito como una posesa mientras el masajista le seguía dando.

 

Quedo exhausta, rendida y satisfecha, pero aquello no había terminado.

 

El masajista la puso de rodillas y Silvia me pidió que lo hiciera yo también. Empezó a chuparle la polla y los huevos, le escupía y me besaba...todo en movimientos rápidos y calientes.

 

Apenas un minuto después aquella polla negra empezó a soltar leche en la cara y labios de Silvia que seguía pajeándola para exprimir toda la leche.

 

Silvia: “ven aquí”...me dijo cogiéndome de la cabeza y besándome en la boca con su lengua y cara todavía manchadas de aquel mulato.

 

Estaba tan caliente que me hubiera corrido sin tocarme. Me levante y me masturbe en su cara hasta completar una gran corrida en su cara que se mezcló con los restos de su masajista.

Datos del Relato
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