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Categoría: Confesiones

Antonieta, hija de Amalia

Un domingo por la tarde, voy a un hospital a visitar a un joven vecino, que en una competencia de Motocicletas se fracturó un pierna, y al salir del sanatario, entré a una cafetería que está precisamente, al otro lado de la calle, y al ver hacia un rincón me saludó con la mano una chica, me acerqué y era Antonieta la hija de Amalia, ella estaba dandóle de comer a un niño como de siete meses de edad, me comentó que a su esposo lo habían operado de una hernia, y que se había casado hacía un año, porque había resultado embarazada, en ese entonces ella tenía 19 años de edad, y el esposo veinte. Platicamos largo rato y me dijo que nunca había podido olvidar la primera vez que tuvo un orgasmo, y que toda la vida había deseado repetir esa experiencia, y que el destino nos había juntado para hacer realidad su sueño de ser follada por mi. La verdad yo ya estaba excitado, ella vestía un vestido corto y ceñido al cuerpo, por lo que se marcaba un cuerpo hermoso y delicioso, ya no era el de la chiquilla que yo conocí. Ella me comentó que su madre Amelia se había puesto a vivir con un señor, que se había marchado al extranjero y que el hotel lo atendía ella y su esposo. Esa noche nos fuimos al apartamento, el niño se dsurmió y nosotros empezamos con el festín, su boca hermosa devoraba mi polla, y ella decía que siempre deseó tener adentro esa magnifica verga, larga y gruesa, ya que la de su marido no era ni la mitad, sus piernas hermosas abiertas dejando ver una chucha depilada, rojita de labios mayores grandes casi volteados y un clítoris glamoroso y erecto, su cintura fina y unos pechos maravillosos, ahora ya no sentía ningún complejo, ya que su madre no tenía nada que ver conmigo, besé todo su cuerpo, tuvo orgasmos enormes y placenteros, y mamó mi polla con vehemencia y deleite, cuando la penetré fué lentamente y hasta el fondo, ella decía sentirse en la gloria, que mujer tan exquisita, y tan caliente, no sé cuantas veces lo hicimos, y así fueron todas las tardes y noches, la recogía del sanatorio a las cinco de la tarde, y desde esa hora hasta casi el amanecer follabamos a lo grande, repitiendome varias veces, que aquella lejana vez, deseó ser desvirgada por mi enorme verga y que si lo hubiera hecho, ella nunca lo hubiera confesado, como cuando le metí la mitad de la oija en su anito virgen y que ahora lo deseana hasta el tope en su culito, a lo cual le dí gusto, ella lo gozó a lo grande, el culito apretado me sentía excitarme más, la inundé de semen caliente y espeso, mientras ella se corría en mis dedos, que jugueteaban con su inmenso clítoris. Fueron cuatro días de placer, de suerte no quedó embarazada, porque no planificaba, no volvimos a hacerlo, aunque sienpre me llamaba por teléfono y me decía que iba a venir para estar conmigo, pero el marido nunca la dejó viajar sola.
Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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