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Categoría: Confesiones

VACACIONES ORIGINALES

"Lo de las vacaciones que suelen organizar Pilar y Lucas es de nota, siempre originales "

 

A quién se le ocurriría venir a este sitio de vacaciones, ¡hay que joderse! A mi cuñada Pilar, tan original y pijiguay ella, y a su marido Lucas, que es como el santo patrón de los calzonazos, mientras pueda follar los fines de semana igual le da todo. Si ni siquiera hay cobertura para teléfono móvil ni internet, casi nunca pillas habitaciones con aire acondicionado ni tónica Schweppes. Claro, que a mí también me luce el pelo, dije sí un sábado por la tarde después que Chusa, mi mujer, me hubiera hecho una de esas mamadas especiales, que sólo recibo cuando considera que lo merezco por motivos que sólo ella conoce y decide. Me pilló con la guardia baja y la polla relajada. Pues anda, que nuestros amigos Luisa y Tomás ya tenían apalabrado en la República Dominicana un viaje de lujo todo incluido, lo anularon y decidieron venirse con nosotros.

Ni los naturales de por aquí saben dónde estamos, sí, en Mauritania, bueno, y en Marruecos, en Argelia, el Sáhara, Mali, geográficamente es una zona en donde, más o menos, se juntan todos esos países, las fronteras están completamente difuminadas y desde luego que hay gente de todos esos sitios y más aún. Lo que no nos dijo el sonriente capullo de la agencia de viajes, ni lo ponía en la docena de revistas que leímos ni en los sitios de internet consultados, es que por aquí hay tribus en guerra desde hace siglos, tráfico de armas, de mujeres, hachís, medicamentos, coltán, alimentos, joyas antiguas, tabaco rubio, ropa de marca, marfil, obras de arte, bebidas alcohólicas… De todo nos han ofrecido, por lo que bebemos una ginebra holandesa fabulosa —¡no hay tónica! hacemos los gintonics con agua mineral gasificada— fumamos unos porros muy guapos y acompañamos la comida —se come muy bien, quizás no demasiado variado, pero excelentemente cocinado— con cerveza San Miguel o Sagres y agua mineral Evian, incluso frías. Las mujeres han comprado pendientes y pulseras de plata antigua finamente trabajada, ropa interior de marcas de lujo y los hombres relojes alemanes Lange. Todos tenemos varios pares de gafas de sol de última moda y plagios perfectos de la camiseta del Madrid, eso sí, todo a precios estupendos.

El guía turístico y la conductora que nos acompañan —Nabil y Salma, argelinos, jóvenes urbanos que pasan temporadas en Marsella y en Las Palmas, educados, amables, parecen ser pareja— y llevan por el desierto, las altas montañas, las ciudades antiguas casi desaparecidas, los pueblitos de apenas una decena de casas, ponen buena voluntad, pero entre que nos entendemos a medias —francés, nada de inglés, algo de castellano— lo que por aquí utilizan como minibús turístico —no lo admitirían en Europa en la mayoría de los desguaces— los viejos todoterreno oxidados incapaces de ir cuesta arriba y las mulas —saben más que los ratones coloraos— que nos suben a las montañas, la cosa a veces es jodida, además que todo bicho viviente va armado —en eso sí que van a la última moda, con fusiles modernos de esos que matan mucho y bien— y te acojonan por menos de un pitillo. Y que no se me olviden los camellos, los de verdad, los que tienen joroba. Tengo el culo, los muslos y la espalda como si me hubieran pisoteado los muy cabrones, joder, viajar en esos bichos no es para personas humanas, es una tortura. Por lo menos nos reímos un montón y estamos muy morenitos.

Hacemos noche en lo alto de las montañas, en un pequeñísimo pueblo de nombre impronunciable y en el que tampoco hay perros —cómo se puede vivir sin perro, con lo que echo de menos a mi Chusqui, una hembra de podenco andaluz que se ha quedado en casa de los suegros con mi hija, en Asturias.

Hace frío, después de un día extremadamente caluroso. Ahora estamos Chusa y yo en la terraza de la casa que nos sirve de alojamiento, completamente a oscuras —como todo el pueblo, en realidad— envueltos en dos mantas de colores tejidas a mano, observando el maravilloso cielo estrellado, de un color negro azulado precioso. La bóveda celeste en todo su espectacular esplendor.

Casi llevamos una semana de vacaciones y de follar, nada de nada, así que me pongo detrás de ella, le abrazo a la altura del pecho y me acerco para que pueda sentir mi polla en el culo. Ya la tengo a buen nivel, tiesa y dura como corresponde. Mientras acaricio suavemente las tetas por encima de la camiseta y se echa un poco hacia atrás para recostarse contra mi pubis, beso los lóbulos de sus pequeñas orejas y los lamo con la puntita de la lengua como preludio de un beso suave, amoroso, que da paso rápidamente a un muerdo guarro, con la lengua por delante. Tiene ganas.

Chusa y yo llevamos juntos muchos años, nos conocimos en una manifestación contra la subida de las tasas de matrícula en la universidad de la que tuvimos que huir corriendo de la madera y resultó que vivíamos en el mismo barrio —en Madrid, en Moratalaz— ella en un piso alquilado con su hermana y yo con mis padres. Me impactó, la verdad sea dicha. Nos seguimos viendo a diario y de la manera más natural fuimos pareja desde todos los puntos de vista, follamos desde casi el primer día y cuando con veintiocho años —tenemos la misma edad, ella es tres meses más joven— se quedó embarazada, nos casamos, aprovechando que Chusa había aprobado una oposición como profesora de Instituto —es licenciada en Físicas— y a mí me habían contratado como oficial de cocina en el restaurante del hotel en el que ahora soy primer cocinero. Han pasado diecisiete años y aunque es verdad que algo he practicado por ahí —ser cocinero de un sitio afamado y reconocido permite viajar a congresos y reuniones profesionales, y de vez en cuando, entre col y col, lechuga— Chusa es mi única mujer, no he necesitado otra, me declaro totalmente enamorado de ella.

Nos sentamos en el suelo de la terraza —todavía guarda calor del sol del día— sobre una de las mantas, intentando taparnos con la otra, y sin dejar de besarnos con deseo, guarramente, la lengua en todo su apogeo, mutuamente nos vamos desnudando, acariciando la piel que queda al descubierto y centrándonos cada uno en lo que más nos gusta. Las tetas de Chusa son una tentación y sus pezones golosinas maravillosas. Acaricia mi rabo crecido, duro, erecto, como tiene que ser, con una mano que sube y baja apretando un poquito en los huevos, recorriendo la tranca como si me estuviera haciendo una paja, con un movimiento de rosca cojonudo. Estamos excitados, muy cachondos, ya totalmente desnudos, por lo que me tumbo para que se suba encima de mí, arrodillada, poniendo cada una de sus piernas por fuera de las mías. Le encanta comenzar de esta manera.

Es bastante alta, de cabello castaño claro que a menudo tiñe de rubio amarillento o con mechas de distintos tonos rojos, caoba, rosa. Ahora lo lleva en su color, corto por el viaje, peinado con raya a un lado, flequillo largo y la nuca casi rapada. Lo primero que me gustó de Chusa fue su atractivo rostro: ojos grandes, expresivos, entre azules y suavemente grises, casi según le da la luz, cejas finas más oscuras que su pelo, nariz recta, boca grande con bonitos labios, orejas pequeñas. Siempre me ha parecido muy guapa.

Es delgada, pero fuerte. Tiene una figura llamativa, a pesar de estar ya metida en mitad de la cuarentena. Los grandes hombros redondos dan paso a un par de tetas que me tienen loco: altas, separadas, casi planas al principio, musculadas, duras, van ganando volumen y redondez según apuntan hacia los lados hasta terminar teniendo un buen tamaño, con pezones largos y gruesos, oscuros, como la pequeña areola circular que los circunda. Ufff, cómo me pongo con esos pezones.

Apenas tiene estómago y vientre, ligeramente abombados, con ombligo achinado, profundo, que parece te esté guiñando el ojo. El pubis lo lleva rasurado, aunque cuando deja crecer el vello luce una densa y rizada pequeña mata del mismo color castaño que el cabello. Su sexo es bonito, con labios anchos que siempre dan sensación de estar hinchados y mojados, con un clítoris grande, grueso —ella le dice mi pollita— de casi dos centímetros de largo y un capuchón en consonancia. ¡Qué gustazo da comérselo, meterlo en la boca y mamarlo notándolo en todo su tamaño, en toda su extensión! Tiene unas corridas bestiales con el sexo oral.

Cuando mi polla está dentro del coño de Chusa lo primero es acomodarnos ambos bien, lo que resulta fácil porque son tantos años de follar que nos conocemos de memoria, mi rabo está en terreno conocido, en su hábitat natural, y la vagina recibe a un amigo, a un compañero de fatigas en la búsqueda del placer. Es un coño cálido, suave, siempre bien mojado, capaz de apretarse en torno a la polla, de hacerle sentir la presión de las paredes vaginales. De mi polla nunca se queja —diecinueve centímetros y medio de largo por cinco de ancho, con un glande más bien afilado y toda ella recta, sin curvatura, con un engrosamiento a ambos lados como a la mitad del tronco— y la recibe con varias suaves exclamaciones de bienvenida, deseo, ganas, excitación.

Las espaldas de mi mujer son rectas, como un triángulo invertido que llega hasta la alta cintura para inmediatamente tener continuidad y desparramarse a derecha e izquierda en unas caderas grandes, anchas, fuertes, capaces de albergar un culo alto, duro, redondo como una manzana, con una estrecha raja en donde destaca el ano, arrugado, oscuro, no demasiado grande. ¡Qué culo! Como Chusa es bastante alta, sus piernas son largas, de manera que tiene muslos finos, musculados, duros y unas piernas esbeltas, ágiles, finamente dibujadas. Quizás no he sabido retratar a mi esposa como ella merece o me he dejado llevar de mi pasión por ella, pero es que me gusta tanto. Es guapa, tiene un cuerpazo, se conserva perfectamente y es buena follando.

Chusa empieza a moverse en cuanto tiene mi polla dentro. Primero, suavemente, arriba y abajo, a derecha e izquierda, se para unos instantes para sentirla plenamente de nuevo —le encanta cuando nota la parte más gruesa del tronco— y ya comienza a subir y bajar más rápido, con un movimiento de pubis y caderas más perfecto que el mecanismo de un reloj suizo. Oh, qué bueno, casi ni veo la polla, como si desapareciera en el coño durante ese constante suave baile, reapareciera unas décimas de segundo y otra vez para dentro del todo. Yo aporto mi ayuda empujando cuando ella baja, agarrándome a las tetas, acariciando los pezones y el magnífico culo, durante muchos minutos, hasta que necesito espacios para moverme más a gusto y cambiamos de postura, ella se tumba y yo soy el que se monta encima, acercando su cuerpo al mío con los brazos puestos en su espalda, poniendo las manos en los hombros y empujando con las caderas, dando golpes de riñón en un movimiento de metisaca rápido, fuerte, sostenido, sin sacar la polla del todo en ningún momento, intentando aumentar la velocidad a cada rato, sintiendo como la excitada hembra acompasa el ritmo de sus caderas, escuchando el chop-chop provocado por los oleosos jugos vaginales y el ruido, siempre ligeramente distinto, del choque de nuestros sexos. Nos lo hacemos bien, de puta madre, y ambos sabemos que nos vamos a dar gusto.

El quejido constante de Chusa, su rápida respiración, son presagios que le queda poco para llegar al orgasmo. Está agarrada a mí, abrazándome con brazos y piernas. Yo respiro como el sonido de un sifón, le estoy pegando una follada tremenda, ya al estilo conejo, muy deprisa, con poco recorrido de la polla, buscando mi corrida y atento a la de mi esposa.

No estamos solos en la terraza. Me he dado cuenta cuando he empezado a notar el olor característico del hachís y a la luz de la brasa del porro he vislumbrado a Pilar, mi cuñada, fumando y observándonos desde cuatro o cinco metros, sentada en el suelo y apoyada en la pared. No es la primera vez que nos ve follar —lo comenté con mi mujer hace tiempo y me dijo que así se excita, que siempre ha sido algo voyeur— pero lo ha hecho casi a escondidas y nunca tan cerca. A mí no me molesta, más bien me gusta.

El nivel de los quejidos de Chusa ha subido, la fuerza de su abrazo es mayor, está con los ojos cerrados, la boca muy abierta, y de repente, un grito algo más fuerte y alto indica que ha llegado su orgasmo. Son muchos segundos los que dura su corrida, constante, hasta que se apaga también de golpe, dejo de notar en la polla los espasmos de la vagina, como si fueran leves pellizquitos, que me dan el plus necesario para correrme, alzando la voz en un grito corto y fuerte, estirando todavía más el cuerpo, tenso, duro, tieso, vaciándome de leche de hombre. Durante mi placer Chusa me sigue abrazando, ya sin fuerzas, y noto claramente su respiración aún alterada, hasta el momento en el que salgo de ella, me tumbo a su lado, quedamos juntos arropados con una manta y descansamos recuperando el resuello. Como siempre, un beso suave en los labios y una caricia en el rostro es el final del polvo.

Cuando Chusa se corre sin apenas masajear su clítoris, sólo por la acción de mi polla, goza de manera muy intensa, se queda enseguida fuera de juego, cansada, dormida, satisfecha. Ya no hay más sexo por hoy.

Veo que son dos las lumbres de los porros que se distinguen desde donde nos observan. Pilar tira el cigarro, se pone de pie y le acompaña Luisa, su amiga de toda la vida. Antes de descender por la escalera las dos mujeres se besan en la boca, largamente, lascivamente, juntando ambos pubis, acariciándose mutuamente el culo, mirando hacia dónde estamos. No creo que sea mi mente calenturienta. Me voy a quedar dormido, así que levanto a mi mujer antes que cojamos frío y nos vamos al dormitorio.

Hemos llegado a un oasis de película. El guía nos lo ha dicho en el desayuno, pero no esperábamos algo tan impresionante, ha merecido la pena a pesar del viajecito de más de dos horas en camello por zonas ardientes, completamente desérticas. Se trata de una estrecha franja de terreno que rodea una laguna semicircular del tamaño de una piscina bastante grande, que aflora tres o cuatro veces al año, todo ello circundado de arbustos y plantas verdes, además de un par de docenas de palmeras. No está habitado por los haratines —pueblos nómadas que suelen ir de oasis en oasis pasando largas temporadas en cada uno de ellos— y sirve de aprovisionamiento de agua, sombras y descanso para los pocos turistas que nos aventuramos por aquí y, por supuesto, para las bandas organizadas de contrabandistas.

Hemos pasado toda la mañana tumbados tomando el sol entre sombras, bañándonos, dándole con ganas al hachís y comiendo la docena de excelentes platos distintos que dos calladas mujeres nativas han preparado. He querido interesarme por las recetas, pero nada dicen, ni a mí ni al guía. Es hora de una siesta, así que nos vamos distribuyendo bajo las palmeras.

No sé qué tiene este hachís, pero a mí me pone cachondo, me da el puntito tontorrón de siempre, pero también me da ganas de sexo. Me acerco a Chusa, beso el lóbulo de la oreja que tengo más cerca, pego la polla a su culo y antes que diga nada ya estoy besando su boca y desabrochando el cierre del biquini verde que lleva puesto. Rápidamente estamos los dos desnudos, tumbados y enfrentados, metiéndonos mano con ganas, sin prisa, pero sin pausa.

—No hables en voz alta, nos van a oír

—Qué más da, ya saben que nos gusta follar y todos nos han visto hacerlo, o por lo menos nos han oído. Seguro que también le están dando al asunto

Levanto el torso para echar un vistazo y me llevo una sorpresa que no esperaba.

—¡Mira, Chusa, mira!

A seis u ocho metros a nuestra izquierda Pilar y Luisa están desnudas, sentadas sobre toallas, recostadas la una en la otra, besándose la boca como fieras, acariciándose las tetas, la espalda, los muslos, el culo, mientras Lucas y Tomás, también desnudos, observan tocándose cada uno su polla, manteniéndolas duras a la espera de acontecimientos.

—¿No lo sabías? Hace un par de años que se lo montan entre los cuatro, nunca he encontrado momento para decírtelo y pensé que Lucas te lo habría contado. ¿Quieres mirar?

Claro que quiero mirar, me estoy poniendo empalmao como un burraco. Joder, si no lo veo no lo creo.

Físicamente mi cuñada Pilar me parece una versión ligth de su hermana Chusa, es decir, un poco más baja, más delgada y estilizada, más rubia, ojos completamente azules, también más sofisticada y pija. Está buena, desde luego que sí, es guapa —menudo exitazo tiene entre los tíos— pero para mí gusto le falta algo, quizás la rotundidad, redondez y madurez de las curvas de mi esposa. Sólo se llevan cuatro años, ambas han parido una hija y a las dos hermanas quizás se las pueda considerar ya maduras especialmente deseables.

Pilar luce su largo cabello lacio, muy rubio, pegado a la cara —siempre está apartándose el pelo del rostro con un gesto elegante que ya parece haberse convertido en un tic— hasta por debajo de los hombros. Sus altas tetas no son muy grandes, redondas, juntas —tiene un bonito canalillo al que nos asomamos todos los hombres cuando lleva escote— duras, con rojizos pezones pequeños insertos en una areola de las del tipo galleta maría. Luce el delgado y levemente musculado cuerpo de una habitual del gimnasio durante años, morena de rayos UVA y depilada al completo. Siempre se queja de tener el culo grande, pero yo creo que es un culo estupendo, musculado, con forma de ancha pera, de tamaño acorde con el resto de su cuerpo, en donde destacan las largas estilizadas piernas. Lleva un tatuaje en el pubis, a la derecha de la zona del clítoris, dos caracteres entrelazados de algún alfabeto antiguo que nunca he sabido qué significado puede tener.

Luisa es morena, la típica mujer cuyo cuerpo sabes que está muy bien pero no resulta especialmente llamativo, hasta que la ves en bikini o desnuda como ahora, te asombras de lo mucho que gana sin ropa, de lo buena que está. De la misma edad que Luisa, sin hijos, no me parece guapa, pero resulta turbadora con sus ojos grises muy claros —parece sean trasparentes— en contraste con sus cejas anchas y negras, igual que el negrísimo cabello, que lleva corto, casi de estilo militar. Toda su piel es bastante blanca —estos días se da una densa crema protectora australiana que parece cemento— moteada de minúsculas pecas grises, casi imperceptibles, que le dan un toque muy especial, bonito. Es bastante alta —más que Chusa y Pilar— tiene unas tetas picudas increíbles, de las que se dice son del tipo copa de champán, grandecitas, separadas, altas, suaves, con pezones redondos pequeños, de color gris, y un cuerpazo esbelto, completamente depilado con láser, esculpido en el gimnasio —su marido y ella son verdaderos adictos y se ganan la vida con un moderno gimnasio que han montado en el barrio residencial de las afueras de Madrid en el que todos vivimos, Pilar y Lucas son clientes habituales— fuerte, sin un átomo de grasa, no representa los cuarenta y un años que tiene. La espalda, el redondo pequeño culo perfecto, los muslos y las piernas forman un atractivo todo continuo que parece propio de una bailarina de ballet enfundada en sus ajustadas calzas blancas. Tiene un coño que si no estuviera algo moreno sería obsceno de tan desnudo que parece, mojado, brillante, de labios abultados que en este preciso instante está tocando suavemente Pilar mientras se siguen comiendo la boca como lobas en celo. También lleva el mismo tatuaje que mi cuñada, en el mismo sitio.

No sé qué decir de Lucas y Tomás, cuarentones bien cuidados, delgados, resultones, carne de gimnasio, con músculos marcados, y por lo que veo, poseedores de dos buenas pollas, muy larga la de mi cuñado, aunque me parece estrecha, y muy gruesa la de nuestro amigo, aunque no demasiado larga. No dejan de meneárselas durante todo el rato, pero ahora ya participan más activamente, abrazando desde atrás cada uno a una de las mujeres —es un claro intercambio de parejas— tocando tetas, culo y coño como con cierta prisa y logrando que se tumben enfrentadas una a la otra para meterles la polla desde atrás, a cuchara.

Es Lucas quien primero penetra a Luisa con su larga polla. La mujer morena apenas da muestras de enterarse durante la lenta penetración porque Pilar le tiene tapada la boca con la suya, sin parar de besarle muy guarramente, pero en cuanto el hombre sigue empujando y metiendo del todo ese rabo tan largo —le calculo al menos veintitrés centímetros— se separa un poco de su amante hembra y empieza a moverse acompasándose con la follada que ya le está dando su amante macho.

Tomás se la mete a Pilar de un fuerte empellón, agarrándose a las caderas. No le da ni un respiro porque desde el primer momento empuja con ganas en una follada rápida, fuerte, buscando ya mismo la corrida. El tío es una máquina metiendo y sacando su gruesa polla, qué ritmo, qué velocidad, manteniéndose constante, con los ojos cerrados, apretados, la boca muy abierta, las manos como garras engarfiadas en las caderas de Pilar, quien recibe también los besos y caricias de Luisa, cuyo follador se está tomando las cosas con calma, en un metisaca tranquilo, sin parar, pero lentamente.

Chusa se ríe y me da un beso, se da cuenta que no dejo de mirar a las dos parejas y que mi polla está muy tiesa y dura. La coge con su mano derecha y me la menea arriba y abajo, de momento lentamente. Le devuelvo el beso, acaricio sus tiesos pezones de manera distraída y sigo mirando sin perderme detalle. Me he arrodillado para ver mejor.

A Tomás le queda poco para correrse. Aunque parezca mentira ha aumentado el ritmo de la follada y los golpes de sus muslos con los de Pilar suenan como un tambor alocado. Se detiene, da un suave gemido, corto, se queda tenso como una tabla de planchar y unos segundos después saca la polla del coño de la hembra, empapada, goteando semen. Se separa un poco y queda tumbado intentando recuperar la respiración, con un brazo doblado sobre sus ojos para protegerse del sol. Pilar queda descansando, excitada, recibiendo suaves besos y caricias de Luisa.

Mi esposa ha decidido que quiere darme gusto, tumbada boca arriba pone su cabeza entre mis rodillas, lame la polla y los huevos lentamente y después pasa a mamármela al mismo tiempo que su mano derecha sube y baja la piel del tronco y la mano izquierda acaricia el culo, paseándose por mi raja y haciendo intención de entrar-no entrar en el ano, jueguecito que me excita mucho.

Lucas hace apartarse a Luisa de Pilar y se sube encima de la mujer morena, guía su larga polla con la mano y la mete entera, pasando a darle una follada rápida, fuerte, constante, sin sacarla. La hembra se abraza a su follador con brazos y piernas, empujándole el culo con los pies, hacia abajo, recibiendo con gemidos y lamentos de excitación, en voz muy alta, una follada de las buenas, durante muchos minutos.

La mamada que me está haciendo Chusa va a lograr su objetivo en cualquier momento. Qué bueno es sentir los labios, la lengua, el interior de la boca, algún suave mordisquito, todo ello lleno de saliva, con gran suavidad, notando al mismo tiempo como si el movimiento de la mano en el tronco guiara al semen para que saliera de una vez.

Luisa grita, durante muchos segundos, en voz alta, ronca, hasta que da paso a una especie de largo lamento que se extingue suavemente y queda quieta, a expensas de Lucas, quien sigue empujando con ganas, con necesidad, durante un par de minutos más. Se corre en voz baja, con la polla entera dentro, se derrumba sobre la mujer y poco después se separan quedando ambos tumbados, recuperándose.

Cómo me gusta eyacular en la boca de Chusa, ver que no hace ascos, que traga mi leche y después me lame muy suavemente durante un ratito, lo que aumenta mi placer. Me tumbo a su lado, me besa en la boca de manera que compartimos los restos de mi semen y empieza a acariciar su tremendo erecto clítoris. Hago intención de bajarme para darle una comida de coño, pero no quiere, se acaricia muy deprisa, con los ojos cerrados, hasta que da su característico grito alto y fuerte, que se va extinguiendo al igual que su orgasmo. Quedamos abrazados, descansando entre sol y sombra, y bastante rato después nos decidimos a meternos en el agua, completamente desnudos, ante el discreto regocijo de las dos mujeres que están cocinando en la orilla opuesta de la laguna, mirando el espectáculo que les proporcionamos. Las risas dejan de ser discretas y pasan a escandalosas cuando poco después las otras dos parejas siguen nuestro ejemplo y también se bañan todos desnudos. Jugamos en el agua como niños pequeños.

Nabil, el guía, nos da opción de quedarnos esta noche en el oasis en dos grandes tiendas de campaña o volver al hotel del pueblo en el que estuvimos ayer. Decidimos quedarnos, esto es una delicia.

Las tres parejas vamos a dormir en una de las tiendas. Ha bajado mucho la temperatura y tras cenar —de nuevo todo un festín— tomamos unas copas —se ha terminado el hielo que trajimos en nevera portátil— y le damos al sempiterno hachís. Estamos todos bastante tranquilos, sin apenas hablar, sin las bromas y chistes que normalmente hacemos, de manera que vamos quedando dormidos.

Despierto al rato, no tengo sueño, dejo a Chusa dormida y bien tapada sobre la colchoneta en la que nos acostamos, me envuelvo en una de las mantas y salgo a pasear. El cielo está cubierto de algodonosas oscuras nubes, por lo que no se ve la maravillosa luna llena que ayer estuvimos admirando, pero aun así la calma que se respira, la falta de luz artificial, la lejanía de cualquier signo de civilización, el mar de arena que todo lo rodea, me resulta maravillosamente relajante, hasta que unos suaves ruidos a pocos metros me hacen acercarme a ver qué es.

Está claro: la jodienda no tiene enmienda. Salma y Nabil están follando en el suelo, aprovechando el calor que guarda la arena. La mujer está subida encima moviéndose con fuertes y rápidos golpes de caderas, adelante y atrás, a derecha e izquierda, utilizando también los muslos para ayudarse en la follada, los brazos por encima de la cabeza o apoyando las manos en la nuca. Es una mujer de alrededor de treinta años, siempre vestida a la europea con ropas anchas que no ciñen su figura o con una fresca chilaba de algodón, usando grandes pañuelos tipo shayla, de color azul mahón, envolviendo hombros y rostro, lo que combinado con las oscuras gafas de sol que utiliza ha hecho que apenas me fijara en ella. Un error, porque es una mujer guapa que tiene un cuerpazo, tal y como puedo apreciar observando a la pareja escondido tras unos arbustos, desde apenas cinco o seis metros.

Salma tiene un largo rizado pelo negro —siempre lo lleva recogido— que ha soltado de manera que parece una cascada de azabache brillante que llega casi a mitad de su espalda. Ojos negros muy grandes, cejas anchas y largas, boca de oscuros labios gruesos, y un óvalo perfecto en el rostro, le dan un atractivo tremendo, unido al color moreno oscuro de su perfecta piel. No es muy alta, pero sí delgada y estilizada, aunque muy bien formada: tetas grandes para su cuerpo, altas, separadas, muy redondas, fuertes, con pequeñas areolas marrones oscuras en cuyo centro están los pezones, más oscuros aún, gruesos y cortos. Caderas altas y anchas que se continúan en un culo de buen tamaño, redondo, duro, soportado por dos muslos estrechos, musculados y unas piernas finas, bonitas. El atractivo color oscuro de su piel, sin marca alguna, es muy llamativo, y destaca de manera evidente una tremenda densa mata de vello púbico, muy rizado, negro como el cabello de la cabeza. Es una mujer de una vez.

Su pareja, Nabil, es un hombre alto, delgado, de piel menos oscura que Salma y, por lo que veo, dotado de una polla de buen tamaño, larga, con un capullo redondeado, muy grueso, de color muy oscuro. Apenas tiene vello en el pubis. Colabora en la follada empujando hacia arriba cada vez que la hembra baja, agarrado a las caderas y hablando todo el rato en árabe, lo que es evidente gusta mucho a la mujer, quien está con los ojos cerrados, respirando con fuerza, dando grititos de excitación cuando tiene la polla bien dentro y, me da la impresión, muy cercana al orgasmo, lo que busca acariciando su clítoris con dos dedos, muy deprisa.

Un par de minutos después Salma da un grito no muy alto, con voz ronca, durante muchos segundos en los que Nabil sigue empujando hacia arriba. De repente, la mujer descabalga el crecido rabo y se echa en el suelo intentando recuperar la respiración. Sonríe, poco después contesta a lo que me parece una pregunta de su hombre, y se pone arrodillada en el suelo, a cuatro patas, casi sentada sobre sus piernas.

De una mochila cercana Nabil saca, con prisa y cierta torpeza, un frasquito que contiene un denso líquido oleoso que extiende por toda su polla. Rápidamente acerca el hinchado glande al ano arrugado y muy oscuro de la mujer, mientras ella posa sus manos en sus glúteos y hace fuerza para separarlos y abrir la oscura raja del culo. Un par de fallidos intentos parece poner nervioso al hombre, aunque la siguiente vez logra introducir la gruesa punta del capullo, pasando a empujar de manera constante, haciendo fuerza agarrado a las caderas y obligando a Salma a poner los brazos en el suelo para contrarrestar los ya fuertes empujones de Nabil, quien da un grito y lanza una exclamación en árabe —¿será un juramento como el que hubiera dicho yo?—cuando logra enterrar toda la polla en el culo que se está follando.

Durante varios minutos el guía argelino le da por el culo a su mujer con ganas, fuerte, sacando un poco la polla y volviéndola a meter lo más dentro que puede llegar. Salma habla durante todo el rato y en algún momento parece quejarse e instar a su follador a que se dé prisa. Todavía pasa un ratito hasta que Nabil entierra la polla hasta el fondo y grita durante los segundos que dura su corrida. Cae sobre la hembra y los dos van al suelo, riendo y festejando el largo orgasmo. Discretamente me marcho.

Casi a la hora de comer, de manera sorpresiva, llegan al oasis tres hombres montados en camello. Van armados hasta los dientes. Tras un primer momento de dudas, desconfianza mutua, temores y no saber qué pasa, Nabil habla con ellos de manera amistosa y después nos tranquiliza.

—Pertenecen a una tribu de moros negros, haratines de Argelia. Son jóvenes exploradores que marchan un par de días por delante del resto de la tribu para comprobar que haya agua en el oasis, que la ruta sea segura para personas y ganado, que no esté cerca ninguna banda de traficantes de esclavos, que intentan robarles las mujeres y niñas para venderlas en Mauritania

Tras saludarnos y cerciorarse que no somos peligrosos para sus intereses, se retiran a un extremo de la laguna y completamente desnudos se lavan y juegan de manera alegre. Son jóvenes, de unos veinte años, muy altos, secos, enjutos, fuertes, de piel negra, con pollas muy largas y estrechas que me da la impresión están exhibiendo a propósito, mirando constantemente a Pilar y haciendo comentarios sobre ella y su pelo rubio. Nosotros no nos cortamos y hasta que nos avisan para comer también nos bañamos, aunque las mujeres llevan puestos sus bikinis, pequeños, pero que algo tapan.

No podemos comer al aire libre porque se ha levantado de repente un molesto viento muy caliente. Los exploradores agradecen la comida y el té que les ofrecemos y todos compartimos, y después de comer y beber con ganas —no le hacen ascos a la ginebra, ni mucho menos— nos hablan de sus gentes, del desierto, de otros oasis, hacen bromas sobre nuestra blanca piel y se muestran sorprendidos, subyugados, por el color rubio del cabello de Pilar, hasta que sacan de sus alforjas como una bola de tabaco del tamaño de un puño grande, de color pardo verdoso, mezclan una buena porción con el tabaco rubio que nos piden y con gran habilidad preparan con papel de fumar amarillento, bastante basto, una docena de cigarros de buen tamaño a los que ponen el filtro de los cigarrillos usamericanos y los encienden con gran regocijo —usan chisquero, un encendedor con mecha de algodón de esos que hace años vendían para utilizar en la playa— y nos los van pasando uno a uno. Joder, qué llevará el tabaco de estos tíos, hachís, por supuesto, de gran calidad, otras plantas que seguramente sólo ellos conocen y a saber qué más ¡Qué colocón más cojonudo! Y qué calentón más tremendo. Tengo la polla tiesa y dura como si llevara un mes sin follar. Y me parece que no soy el único.

Lo que estemos fumando no amodorra, al contrario, da ganas de moverse, sin exagerar, de bailar, aunque con alguna que otra dificultad, como si estuviéramos borrachos, cosa que no dudo porque hemos llevado un buen ritmo con la ginebra. Chusa y yo estamos de pie, abrazados, bailando una pieza de agarrao que sólo oímos dentro de nuestras cabezas y tarareamos suavemente, que nos permite acercar nuestros pubis y restregarnos de manera excitante. Me da la impresión que todos se están moviendo a cámara lenta, que no puedo enfocar bien la mirada y que los besos que nos damos son de explosión retardada, porque los siento en la polla como un par de segundos después de darme el muerdo a tornillo con mi mujer. Mi calentón aumenta y Chusa me dice al oído —yo lo oigo como si estuviera gritando— que necesita que le coma el coño tal y como le gusta. Acierto a coger una manta sobre la que nos tumbamos, nos separamos unos metros del resto —al menos eso creo— y ya estamos los dos desnudos.

Los pezones de mi mujer, hinchados, tiesos, duros, están ricos de verdad, qué maravilloso es mamarlos, que gratificante escuchar las exclamaciones de excitación que a ella le provocan mis lametazos y los suaves mordisquitos, todo con mucha saliva. Me agarra del pelo y empuja hacia abajo dirigiendo mi cabeza hacia su sexo, no quiere que me demore más. El clítoris de Chusa me parece más grande que nunca cuando empiezo a lamerlo suavemente durante unos segundos, con más fuerza enseguida, oyendo los quejidos que lanza mi mujer, subiendo poco a poco el nivel de su voz, estremeciéndose en cuanto utilizo los labios al mismo tiempo que la lengua, apretando un poquito, lamiendo, apretando un poco más, mordisqueando, lamiendo algo más fuerte… Le estoy haciendo una comida de coño de la hostia, centrado en el clítoris, mamándolo como si fuera un gran grueso pezón o una mini polla, todo empapado de saliva y de jugos sexuales. Las manos las tengo ocupadas amasando y acariciando su culo, pasando de vez en cuando a ocuparme de los pezones. Tengo la cara empapada, incluso sorbo y trago sus ricos jugos vaginales, y la lengua empieza a notar su prolongado uso, por lo que descanso unos segundos apoyando la nariz sobre la zona del clítoris, apenas moviendo la cara arriba y abajo o en círculos, apretando un poco, y volviendo de nuevo a lamer y mamar.

El soniquete constante de Chusa, dando algún que otro grito más alto de lo habitual y su rápida ansiosa respiración me avisan que le queda muy poco para correrse. Con las dos manos estoy sujetando el culo intentando que no lo mueva demasiado con el ritmo casi descontrolado que tienen ahora mismo sus caderas —también intento que no me dé un golpetazo en la cara mientras sigo con la mamada— y casi llega a sorprenderme el grito ronco y fuerte que da mi mujer al correrse, largo, sentido, liberador de todas las energías del orgasmo. Cuando relaja el cuerpo muchos segundos después queda groggy, dormida casi de inmediato, le acerco una colchoneta, le tapo con la manta y me separo en busca de agua para limpiarme la cara. Estoy empalmao, pero está claro que no hay nada que hacer, al menos en un buen rato.

Cuando vuelvo a la tienda de campaña pensando en acostarme junto a mí mujer el ambiente está que arde, me pongo a mirar y ni siquiera me visto. Cinco tíos y dos mujeres todos desnudos, de pie, colocados en círculo, las dos hembras bailando en el centro, tocándose suavemente, dándose algún que otro piquito, moviéndose sensualmente, y los hombres interpretando una repetitiva melodía haciendo sonar suavemente las palmas de sus manos y con el rabo tieso. Joder con los moros negros, parece que sus pollas cumplen todos los tópicos al respecto: largas, no demasiado gruesas, muy oscuras, curvadas, sin apenas vello en el pubis. Están alegres, contentos, y no apartan los ojos de Pilar, como si les tuviera abducidos.

No sabía yo de las tendencias mariconas de Lucas y Tomás. Se han retirado un poco y tras darse unos besos en la boca con naturalidad y familiaridad, de manera cariñosa más que guarra, se tocan mutuamente las pollas, lentamente, pero bien cogidas con la mano, con el típico movimiento de tornillo que cubre y descubre el glande, mientras ríen viendo como los tres haratines se acercan a Pilar y ella, excitada, contenta de ser la estrella de la película, se desentiende de Luisa y se deja tocar por los tres hombres. Que yo recuerde, ayer a la hora de la siesta Pilar no se corrió tras el orgasmo de Tomás, así que las ganas que demuestra presagian un buen espectáculo.

Yo también me estoy tocando la polla, estoy cachondo, me pone lo que estoy viendo, me planteo si debo ir a ver si despierto a Chusa y quiere aliviarme, me hace falta. Luisa ha encendido un porro y se acerca despacio, algo tambaleante, con una cara de cachondeo que más bien es una expresión de fiera dispuesta a cazar. Me ofrece para que dé una calada, aunque sin soltar el cigarro, por lo que beso también su mano y ella acaricia mi cara, sin dejar de mirar y valorar mi tiesa polla.

—Desde que os vi follar el otro día en la terraza le tengo ganas a tu polla. Le tuve que pedir a tu cuñada que me comiera el chocho para que se me pasara el calentón

Me coge de la mano y me lleva hacia una de las colchonetas, sobre la que nos tumbamos, mirando hacia el grupo de Pilar y sus adoradores. Luisa sigue fumando y me da alguna calada de vez en cuando mientras con su mano derecha acaricia mi polla, arriba y abajo, cogiendo ritmo con facilidad, al mismo tiempo que no deja de observar y comentar lo que sucede frente a nosotros. Yo tampoco me estoy quieto, toco las tetas y acaricio el culo sin parar, acercándome a los muslos y llegando en pocos momentos a su mojado coño.

—Qué puta es Pilar, mira qué salida está. ¡Cómo le gusta tener a los tres negros a su disposición!

Es verdad, la cara de deseo de mi cuñada, sus miradas, la respiración agitada que hace subir y bajar sus pechos, el movimiento constante de sus manos tocando y valorando las tres crecidas largas pollas, recibiendo caricias por todos lados por parte de los haratines… está excitada como una perra.

Y yo también parezco un mulo salido. Me gusta, me excita observar a Pilar, pero es Luisa quien me está poniendo burrote con sus caricias en la polla, con sus comentarios, con el magreo que le estoy dando. Sólo se calla cuando nos morreamos, metiéndole la lengua hasta la garganta, comiéndonos la boca con deseo, con verdadera lascivia. Sí, yo también le tengo ganas.

Uno de los moros se ha tumbado boca arriba en una de las colchonetas y Pilar se sube encima, arrodillada, echando el cuerpo hacia adelante en cuanto tiene dentro del coño toda la tranca del negro, quien juega con el rubio pelo de la mujer, lo acaricia, besa, se lo mete en la boca. Le encanta el color del cabello y se excita con él.

El segundo de los moros mete la polla en el culo de Pilar. Sin mayores preámbulos ni problemas, con un poco de saliva en el ano y en la punta del capullo, ayudándose con la mano, empujando de manera constante agarrado a las caderas de la hembra, quien se queja tras un último empujón duro, fuerte, que entierra por completo el rabo en el culo.

El moro que queda se ha estado tocando para no perder la erección, habla con sus dos compañeros, quienes ríen las que supongo bromas a costa de la situación, se acerca a Pilar y sin demasiados miramientos agarra el cabello de la mujer y da tirones hacia arriba para que levante la cabeza. Le restriega la polla por la cara varias veces y también hace como si se la midiera con el largo de su tranca, todos ríen y tras provocar nuevas risas de los tres hombres dando varios golpes con la polla en ambas mejillas de la rubia Pilar, se la mete en la boca intentando llegar lo más dentro posible.

Al principio los tres hombres no se ponen de acuerdo en el ritmo a seguir, aunque rápidamente acompasan sus movimientos los que están en coño y culo, mientras el de la boca va por libre. Pilar está ansiosa por correrse, da bufidos, gritos de excitación, se mueve al rápido ritmo que le marcan sus folladores, se come la polla del moro graciosillo como si fuera el mejor de los manjares, y cuando recibe los lechazos de sus folladores, casi al mismo tiempo y los tres de manera callada, se corre, gritando en voz alta, largamente, como si estuviera sintiendo más placer que nunca.

Por lo que parece la cosa no ha hecho más que empezar, los haratines se recuperan rápidamente, le ponen las pollas a Pilar en las manos para que se las ponga tiesas y duras de nuevo, hablan entre ellos, siempre riendo, y se organizan para cambiar de agujero de la mujer, quien no pone impedimento alguno y se sigue mostrando con ganas. En apenas un par de minutos tiene llenos de polla sus tres agujeros y recibe las correspondientes folladas, fuertes, duras, profundas, parece que esta vez van con más ganas y menos risas.

No me había olvidado de Lucas y Tomás, ahora los distingo mirando entre el amasijo de cuerpos que forman los moros y Pilar. Están tumbados, Tomás boca arriba, con las piernas muy abiertas, los pies bien plantados en el suelo, el pubis en alto levantando un poco el culo, de manera que Lucas le tiene bien metida su larga polla en el ano. Apoyándose en el suelo con los brazos, le está pegando una buena enculada, adelante y atrás, sin parar, constante, besándose ambos en la boca de vez en cuando, dando Tomás algún que otro suave quejido, al mismo tiempo que se menea la gruesa polla con un rápido movimiento, hablando entre ellos sin que yo pueda oír qué se dicen.

—Qué maricones, ¿te gustaría follártelos?, seguro que les excita tu polla tanto como a mí

Luisa me hace poner de pie —me coloco de manera que no pierdo de vista a mi cuñada y sus moros negros— y ella se pone en cuclillas, apoyando las nalgas en los talones, de manera que tengo una perspectiva completa de su bonito trasero, que en esta postura es verdaderamente deseable. Con una mano acaricia, apretando un poco, mis huevos y con la otra juega con mi culo. Rápidamente se ha dado cuenta que me excita mogollón el subir y bajar de uno de sus dedos bien mojado en saliva por mi raja, y mejor que mejor si intenta meterlo un poquito en mi ano. Lo hace en cuanto empieza a mamar mi capullo, tranquilamente, sin prisas, comiéndome el glande con mucha saliva, sin parar de utilizar la lengua y los labios.

Pasados unos minutos tiro de ella hacia arriba, beso su boca guarramente mientras acaricio sus pezones y hago que se doble por la cintura, con las manos en la espalda, para que me chupe la polla con las mismas ganas con que me lo estaba haciendo, pero sin utilizar las manos. Tiene ganas de hablar, o quizás de escuchar.

—Dime guarradas, insúltame, llámame de todo

—Sí, guarra, claro que sí, pero no pares de mamar. Déjame que te oiga, dime lo que eres

—Tu perra, soy tu perra

—Qué más eres, eh

—Tu puta, soy tu puta

—¿Y cómo me lo dices?

—Soy tu perra, soy tu puta, hazme lo que quieras

—Ven, dame el culo

Qué bueno, me gusta. Le he metido la polla con rapidez, empujando con fuerza constante tras intentar lubricar su ano con saliva —me ha gustado escupirle varias veces en el agujero, como si fuera un gesto de desprecio— y excitándome más aún al oír las quejas de Luisa cuando se la estoy metiendo, aunque se pone muy cachonda.

—Sí, sí; oh, qué polla tienes, cabrón

Pilar ha vuelto a correrse y los moros le tienen que exigir que siga atendiéndoles porque parece ya cansada y sin muchas ganas de continuar. Los turnos que han establecido los hombres los respetan escrupulosamente de manera que cada uno de ellos se corre tres veces, en el coño, el culo y la boca de la mujer, quien durante los últimos minutos intenta zafarse de sus folladores, los cuales dejan de mostrarse amables y risueños para que la hembra cumpla con su papel y les dé gusto. Algún fuerte azote en el culo, varios tirones de pelo, frases en árabe con un tono que parecen insultos, bofetadas en la cara con la polla, pellizcos en las tetas, y la voz de Salma quien desde algún lugar de la gran tienda de campaña aconseja a Pilar:

—Haz que se corran o te pegarán con dureza, no te dejarán en paz hasta que gocen y acaben tal y como han acordado, es una cuestión de honor para cada uno de ellos

La rubia mujer parece revivir y hace caso, pone más interés en la búsqueda del final del numerito sexual con los tres tíos, lo que sucede varios minutos después, de manera que vuelven las risas y bromas de los moros, alguna que otra carantoña dirigida a Pilar y la huida de esta hacia la colchoneta en donde están su marido y Tomás, quienes también han terminado por correrse y están ya dormidos. Los haratines se echan a dormir tras darse la enhorabuena mutuamente con unos suaves abrazos, contentos y satisfechos.

Despacito, sin prisa, pero sin pausa, así me estoy follando este culo, pequeño, redondo, musculado, cojonudo. Luisa se ha tenido que sujetar a una de las mesas plegables, apoyando los brazos para aguantar con más facilidad mis embates, que poco a poco son más fuertes y rápidos, llegando lo más dentro que puedo.

Estoy bien sujeto a la breve cintura de Luisa con las dos manos, empujando ya con un ritmo rápido, buscando correrme lo antes posible. Luisa se está tocando el clítoris con la mano derecha, respirando con mucha fuerza, dando todo un recital de grititos, lamentos y quejidos de excitación, hasta que grita en voz alta, con un lamento que se va acabando poco a poco durante los muchos segundos de su orgasmo. Yo sigo empujando con ganas, aunque creo notar demasiado el roce en mi rabo, lo saco del culo y empujo la cabeza de la mujer —está con los ojos cerrados, intentando recuperar el resuello, sin ganas de aliviarme— para que se arrodille ante mí, lo que hace de manera desmadejada, algo ausente, así que mientras me meneo frenéticamente la polla con la mano derecha, sujeto su cabeza con la mano izquierda de manera que no la aparte. Me corro como una fuente de leche, con cinco o seis disparos de semen, largos, densos, muy blancos, pringando la cara y el pelo de Luisa, quien parece revivir durante unos momentos lo suficiente como para obligarle a meterse mi polla en la boca, de manera que suavemente la limpie lamiendo y utilizando la puntita de la lengua.

—Así, mi perra, así, tragando leche

Cuando suelto su cabeza me sonríe brevemente, se desliza por el suelo hacia una de las colchonetas e inmediatamente queda dormida. Para mí ha sido una corrida de puta madre.

Chusa me ha estado observando mientras enculaba a Luisa. Me lo dice cuando llego para acostarme a su lado. No hago comentario alguno porque ella misma me dice que no quiere hablar de ello en este momento. No parece especialmente enfadada ni me rechaza cuando me tumbo junto a ella y le abrazo para dormir tras taparnos los dos con la manta.

Los haratines quieren comprar a Pilar, les ha dejado impactados, ofreciendo camellos, cabras y armas por ella. Se llevan un disgusto cuando su marido dice no sin querer ni tan siquiera negociar o regatear. Según traduce nuestro guía, no entienden que un hombre que mete su polla en otro hombre necesite a una mujer de cabello rubio como el sol, ojos como de color cielo y tan buena folladora, debería venderla y comprarse varios jovencitos que le den gusto, incluso se ofrecen a buscárselos para hacer un trueque por Pilar. Nos separamos después de desayunar —van al encuentro de su tribu para volver después a este oasis en donde pasarán varias semanas— intercambiamos una bola de ese excitante hachís que llevan por tres pares de gafas de sol y tres cartones de tabaco gringo. Nosotros vamos camino de un pueblo algo mayor que los habituales —Salma y las dos cocineras nativas toman un camino distinto al nuestro para que la conductora pueda recoger el minibús turístico— desde donde hay carretera hacia Zuérate, una zona minera de Mauritania en donde por ferrocarril —dos días de viaje en uno de los grandes transportes de mineral de hierro, los trenes más largos del mundo, con cientos y hasta miles de vagones— llegaremos a Nuakchot, la capital, que por avión nos unirá con Las Palmas —allí se quedarán Salma y Nabil una semana a la espera de un grupo de turistas italianos— y ya a Madrid.

El tren lo tomamos en lo que apenas es un apeadero de tablones de madera en un pequeño acuartelamiento del ejército, que tiene innumerables controles a lo largo de las zonas que atraviesan las vías. En uno de ellos hemos tenido que regalarle al oficial unas gafas de sol y una botella de ginebra para que nos dejara continuar, y cien dólares por dejar pasar a las mujeres, aunque por momentos parecía que prefería quedarse con ellas. Como diversión y acompañado de las carcajadas de ocho o diez soldados, le ha pegado con una vara una docena de duros azotes a Nabil, a quien desprecia por permitir que una mujer conduzca el minibús, después se ha guardado las gafas, la ginebra y el dinero y nos ha ordenado marchar rápidamente, asustándonos con su pistola.

Es impresionante ver un tren con tantos vagones —se pierden de vista, llegando a ocupar más de dos kilómetros de largo— movido por un gran número de máquinas intercaladas a lo largo del convoy. El noveno vagón es el de los viajeros, se trata de un antiguo coche cama de los ferrocarriles franceses que también lleva un comedor con seis mesas, una pequeña barra de bar y la correspondiente cocina, todo ello a cargo de dos camareros de mediana edad que hablan algo de francés. Nos instalamos en cuatro cabinas —una por pareja— de las seis que lleva el vagón. Son departamentos antiguos —cada uno tiene dos literas de dos camas— medianamente espaciosos, parecen limpios, tienen un mínimo cuarto de aseo con ducha en el que sólo cabe una persona y funciona el aire acondicionado, menos mal porque las ventanas no se pueden abrir so pena de llenarnos de polvo y carbonilla. No funcionan los pestillos de las puertas, que se abren solas con el traqueteo del tren.

Como es hora de comer vamos al comedor, ya con el tren en una marcha no demasiado rápida, al tran tran. Los dos amables y eficientes camareros nos ofrecen un menú corto pero suficiente, de platos bien cocinados, eso sí, no hay cerveza ni alcohol de ningún tipo, así que comemos con té y agua mineral. Cuando estamos terminando y ya hemos liado varios porros, hacen su entrada un oficial del ejército y un empleado de ferrocarriles que son los jefes del tren, además de una pareja de chinos —mujer y hombre de poco más de treinta años— de la empresa que explota los yacimientos del mineral de hierro. Nos saludan educadamente, se felicitan porque viajen turistas en su tren, alaban el paisaje desértico en un francés elemental y sin mayores ganas de establecer una charla los cuatro se sientan a comer en la mesa más apartada.

Marchamos a los departamentos —en el bar hay hielo, así que vamos con ganas de ir acabando nuestras botellas de ginebra holandesa— nos interesamos por Nabil, quien sigue dolorido, quiere fumarse un porro para después dormir toda la tarde, y cada oveja con su pareja hasta la hora de cenar.

Quiero hablar con mi mujer mientras compartimos un cigarrillo de hachís.

—Chusa, espero que no lo tomes muy a mal, pero ni pude ni quise evitar lo de ayer con Luisa

—¿Te gustó?

—Sí, me excité mucho

—¿Qué es lo que te puso más cachondo?

—Manejarle a mi antojo, insultarle, metérsela en el culo sin poner cuidado alguno, me gustó que se dejara tan al completo, que se mostrara tan perra, tan salida. No sé, no es lo mismo que follar contigo, a ti te quiero, me preocupo por tu placer, por no hacer nada que pueda molestarte o cortarte el rollo

Me besa en la boca, con ganas, de manera guarra, excitada. Se ríe.

—Maricón, te gusta darle por el culo a las mujeres. Te voy a castigar, sólo vas a follarme en el coño, tu polla no va a visitar ni mi boca ni mi culo hasta que yo quiera

Ponemos un colchón en el suelo para podernos mover sin darnos golpes con la cama de arriba de la litera, me tumbo boca arriba y Chusa se sube, agarra mi tranca, pasea el glande por su ya mojado coño, lo restriega arriba y abajo varias veces y se lo introduce rápidamente, bien dentro, dejándose caer sobre mi pubis, enterrando mi polla lo más dentro posible. Apenas unos segundos dura quieta, poco a poco va moviendo las caderas algo más rápido, deteniéndose de repente para recrearse en la jugada, riéndose, respirando de manera acelerada, pidiéndome que me ocupe de sus tetas. Está excitada y juguetona.

La puerta de la cabina está abierta de par en par y la pareja de chinos que vimos en el comedor nos está observando con total naturalidad, o casi, porque el tipo tiene bajados los pantalones hasta las rodillas y la mujer le está meneando la polla al mismo ritmo que mi mujer y yo mantenemos en la follada. Dicen que los chinos no la tienen muy grande, joder, el que nos mira tiene una polla que parece de película porno, muy oscura, mínimamente curvada hacia arriba. Hombre y mujer tienen una exp

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