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Categoría: Incestos

Esos son padres...

Decir que Mary fuera criada como una salvaje era demasiado pero tampoco podía calificársela como a una jovencita demasiado sociable; mejor dicho, su familia no era sociable en lo absoluto.
Procedentes de Texas pero no de una gran ciudad sino de un pueblito perdido en las praderas cercano a San Antonio, sus padres habían elegido la región de Sierra de la Ventana para establecer una explotación rural no común en el país.
Después de recibidos los dos como ingenieros agrónomos especialistas en genética animal y con un claro proyecto en mente que en los Estados Unidos no conseguían cristalizar porque la intervención de bancos o compañías financieras les coartaban la libertad de investigar a su antojo, decidieron buscar una zona rural apropiada en un país sin demasiadas exigencias legales.
Argentina reunía esas condiciones y como los dos hablaban español correctamente, encontraron que en las cercanías de Tandíl era fácil comprar tierras. En realidad, su proyecto no exigía demasiado terreno, ya que se trataba de la venta de semen equino para la inseminación de yeguas pura sangre de carrera.
Haciendo construir modernos establos para la poca caballada, invirtieron gran parte de su dinero en la compra de sementales y yeguas, dividiendo la explotación en dos; de los machos campeones, el ochenta por ciento del material se vendía críopreservado y el veinte por ciento restante, tras su manipulación genética, se utilizaba para preñar las yeguas y esos potrillos competían hípicamente o en exposiciones internacionales que les otorgaban el prestigio necesario como para completar el ciclo y convertirse ellos mismos en sementales.
También influyó en esa elección la circunstancia del aislamiento geográfico y el hecho de que no conocieran a nadie en el país, ya que sin ser naturalistas a ultranza, eran afectos a una vida tranquila y recoleta, sin la influencia de personas extrañas; de hecho, sólo empleaban tres peones que se encargaban de sacar a pastorear a la caballada pero que no tenían acceso al establecimiento en sí y mucho menos a la parte de investigación.
Como Jane tenía activa participación en el laboratorio, construyeron la casa como otro elemento utilitario; un gran techo de tejas con cuatro caídas por la nieve que en el invierno era frecuente, constituía un cuadrado al que sostenían las sólidas paredes perimetrales y el interior carecía de subdivisiones. En esa especie de loft rural, había un sector dedicado a la cocina y el baño para dejar al resto como un gran living con un enorme hogar de leños y un rincón se utilizaba de dormitorio.
Ese desapego social también formaba parte de su cultura, ya que aun siendo la segunda generación de mormones que había renegado a las exigencias religiosas de la secta, tenían infusas características que los hacía renegar de lujos y costumbres mundanas y considerando al hogar como una especie de útero, vivían en él con una libertad física que el mundo externo no les permitiría.
En realidad y si fuera dable que los vieran, serían la envidia de muchísimas parejas, ya que ese gran ámbito era el lugar preciso para nudistas como ellos y les resultaba inconcebible como el resto de la gente hacía vergüenza de su cuerpo. Cierto era que los suyos no tenían nada que ocultar y que en cualquier ciudad, totalmente vestidos, llamarían la atención por su apostura y gallardía; Jane superaba la media de estatura con esbelta figura y su cuerpo formado en el atletismo amateur estudiantil tenía la redondeces necesarias en los sitios indicados, en tanto que su rostro un tanto alargado tenía como rasgos predominantes sus claros ojos azules y la maleable boca de labios mórbidos, mientras que una corta melenita de un rubio casi miel daba marco adecuado a esa equilibrada belleza.
Por su parte, Fred tenía esa estampa característica de los campesinos americanos; casi de un metro noventa, con uno de esos cuerpos enjutos que impresionan por su larga musculatura, ostentaba un rostro firme de rasgos regulares y sólo sus ojos grises y el largo leonino de su cabello ondulado lo distinguía del común.
Y en ese clima mezcla de ascetismo con liberalidad espiritual, nació Mary; es decir, nació para sus padres, ya que estos, habituados a las pariciones, la hicieron venir al mundo según las costumbres ancestrales de su gente y en la cama matrimonial.
Por otra parte, ni siquiera se molestaron en inscribirla en el registro civil, ya que no querían que las leyes de ese país extraño la obligaran a recibir una educación que ellos no hubieran elegido y como el único que mantenía contacto con las ciudades y a veces viajaba al exterior era su padre, ni dio parte al consulado ya que bajo su custodia, la niña no necesitaría pasaporte ni documentos.
Sus primeras nociones se remontaban a los cuatro o cinco años en que compartía el lecho en que naciera con sus padres, jugueteando alegremente con ellos sobre la gran cama y aceptando estar desnudos como un hecho habitual y común.
Para ella, ni los senos pendulares de su madre que luego del largo amamantamiento por casi dos años cobraran una pesada solidez o el pene y los testículos de Fred que se bamboleaban discrecionalmente con sus movimientos eran algo fuera de lo común sino que formaba parte de sus cuerpos como los demás miembros y sabía - porque se lo preguntara a Jane -, que a su tiempo ella también desarrollaría senos y nalgas tanto como el vello dorado que cubría parte de la vulva de su madre.
También y desde que tenía razón, le gustaba esos baños colectivos en los que ellos, indistintamente, jabonaban y enjuagaban tanto su “cosita” como el ano y sus primeros recuerdos táctiles concientes se ligaban al jugueteo de sus dedos en los mórbidos pechos de los que mamara poco tiempo atrás o al toqueteo juguetón a ese oscuro y fláccido pellejo en la entrepierna de Fred.
Desde recién nacida había ocupado un lugar en medio de la pareja y en las largas siestas veraniegas o simplemente antes de dormir, sentía placer cuando ellos pasaban por su cuerpecito la lisura de sus yemas en prolongadas caricias que ella lógicamente no sabía se prolongaban más de lo aconsejable, internándose en regiones que la moral y prudencia estigmatizarían.
En su inocencia, ella no jamás podría comprender cómo y para qué sus padres estaban adoctrinándola física y mentalmente, haciéndole aceptar como normales y habituales, cosas que a su edad ni siquiera podía presentir.
De esa manera y cuando un semental servía a las yeguas, ya que Fred decía que las cosas debían hacerse como las dictara la naturaleza, le explicaban con minuciosidad la conformación genital de los animales, el proceso del celo y apareamiento y, en detalles que sus ojos no podían menos que admirar, como y por qué el macho montaba a la hembra así como para qué servían los restos espermáticos del caballo cuando salía de la yegua.
Más tarde y en la calma bochornosa de la siesta, imitaban a los animales en tanto le explicaban como la diferencia con ellos les permitía divertirse con las distintas posiciones hasta que finalmente eyaculaban con evidente algazara en medio de los festejos y risas de la pequeña.
Tanto Fred como Jane pretendían que su hija se convirtiera en un alter-ego de ellos pero no querían cargarla con experiencias que más tarde pudieran influir negativamente en su psique y durante años siguieron practicando el sexo en su presencia, consiguiendo que la chiquita lo tomara con tal naturalidad que ya desde el inicio mismo del juego previo y sabiendo en qué culminaría, Mary se quedaba mansamente dormida.
Por los animales y por su madre, no desconocía la causa de los sangrados que periódicamente sufrían las hembras y cuando a los casi a los ttrece años ella misma experimentó esa aparición que significaría su entrada física a una genitalidad distinta, celebró con sus padres su futuro desarrollo como mujer.
Ciertamente, la explosión hormonal tuvo en ella características de tal, ya que su cuerpo delgado hasta la flacura, creció tanto a lo ancho como a lo alto; aun no tan alta, comenzó a semejar una copia en pequeño de su madre y en tanto las caderas se ensanchaban para dar cabida a fuertes y prominentes nalgas y las largas piernas, conservando su elástica delgadez, cobraban una deliciosa redondez, el torso comenzó a abultar en erguidos y rotundos pechos.
Fieles a su propósito de integrarla totalmente a ellos, sus padres decidieron que había llegado el momento del aleccionamiento de aquella niña que ya estaba dejando de serlo con la promesa de convertirse prontamente en una estupenda mujer. Y fue Jane la encargada de introducirla a ese mundo con toda la naturalidad posible.
Pretextando la prosecución de un nuevo experimente en el laboratorio, ese día Fred no volvió a almorzar y después de hacerlo con la frugalidad acostumbrada, ambas mujeres se acostaron a “dormir” la siesta; desnudas como siempre que estaban dentro de la casa, descansaban lado a lado, cuando Jane le dijo seriamente que ya debería comenzar a conocer su cuerpo para hacerle frente a las nuevas necesidades que este le plantearía y uniendo la acción a la palabra, tomó una de sus manos para conducirla hacia los exquisitos pechitos al tiempo que le indicaba imitara todo lo que ella realizaría en el otro.
En tanto sentía como su madre acariciaba tiernamente la tetita, hizo que sus dedos la imitaran en la otra y aunque al bañarse sobaba obligatoriamente los senos para enjabonarlos, tal vez a causa de los dedos de Jane, la piel parecía haber cobrado una nueva sensibilidad y era con placer que disfrutaba de esos mimos.
Morosamente, Jane deslizó la yema del índice sobre el bultito carnoso y la suave piel de su hija pareció motivarla aun más; en forma de espiral, fue reconociendo la teta que bajo su blandura aparente ocultaba un fuerte entramado muscular, sintiendo como instintivamente la chica reaccionaba a ese estímulo y una vez comprobada la fortaleza de la incipiente comba que caía sobre el abdomen, subió inversamente hasta el borde de las nacientes aureolas y viendo como su hija repetía cada movimiento con una evidente satisfacción, dejó al dedo verificar la consistencia de esos insinuados gránulos sebáceos que ella sabía, el sexo convertía en eficientes conductores nerviosos.
Una corona de ellos rodeaban al círculo amarronado y la muchacha se estremeció cuando la uña acompañó a la yema, pero a su vez, obediente, rascó delicadamente las del otro seno; mientras la interrogaba con solicitud sobre si aquello la excitaba y gustaba, observaba como su pecho iba enrojeciendo y cubriéndose de un minúsculo sarpullido, señal evidente que la excitación sexual estaba funcionando a pleno en tanto que su rostro expresaba esa angustia que provocan los primeros contactos de una relación, pero como su propósito no era llegar tan pronto a eso, llevó índice y pulgar a que encerraran entre ellos al virginal pezón que, a pesar de eso, se mostraba largo, grueso y erguido.
Tras algunos leves pellizcos que conmovieron a Mary quien sin darse cuenta acezaba quedamente, lo rodearon para comenzar una rotación por la que lo retorcía en un sentido y otro y cuando la chiquilina la copió demostrando un entusiasmo prometedor, fue alternando eso con el filo de la uña del índice y aquello produjo en su hija las primeras exclamaciones quejumbrosas de placer; pidiéndole que continuara sola, le condujo la otra mano hacia la poblada alfombra velluda de la entrepierna y los dedos guiaron a los suyos para que apreciaran tactilmente la sensibilidad del pronunciado Monte de Venus.
Verdaderamente, los escasos doce años no influían para que la chiquilina demostrara tener una sexualidad pasiva pero tan desarrollada como su cuerpo, fruto quizás de los años que llevaba observando sus acoples; necesariamente, su psique había asimilado aquello que trataran de mostrarle como natural pero que su subconsciente atávicamente animal debería reconocer como una necesidad biológica; siguiendo sus susurradas indicaciones y en tanto no cesaba de martirizar alternadamente a los senos, con los ojos entrecerrados y la boca exhalando mimosos e ininteligibles palabras de pasión, Mary supero la carnosidad para, con su guía, recorrer la prolongación de las ingles rodeando la vulva hasta alcanzar no sólo al perineo sino rozar imperceptiblemente al ano.
Instintivamente parecía independizarse de su orientación, ya que curvando a índice y mayor, se entretuvo voluntariamente estimulando al ano y al breve perineo para subir lentamente hacia la cavernosa boca de la vagina pero, ante su severa advertencia de que aun no era tiempo, aceptó soslayarla e introducirse a la vulva; la casi inexistente raja fue transpuesta para verificar curiosamente los labios menores que aparentaban ser más abundantes de lo debido a esa edad y excitada ella misma al comprobar tanta exuberancia, los condujo en sabio recorrido en el que también satisfizo su propia gula.
Los dos pares de dedos se superpusieron en el frotar a los mojados tejidos y eso hizo prorrumpir a su hija en entusiastas exclamaciones de felicidad que parecieron incrementarse cuando Jane los hizo estregar reciamente al ya erguido clítoris y tras unos momentos de esa increíble estimulación, imitando a un coito primitivo con el meneo de la pelvis y en tanto le manifestaba su asombrado miedo por esos ahogos que la invadían y las espasmódicas contracciones de sus entrañas, pidiendo suplicante que la ayudara, se envaró por un momento para luego derrumbarse en la cama mientras de su sexo rezumaban los tibios jugos del alivio.
Acariciando su rostro transpirado y dejando que calmara el agitado resollar, Jane fue explicándole que de esa manera funciona el sexo de una mujer y que, ahora que conocía las delicias de ser verdaderamente una hembra, profundizarían esas sensaciones juntas para que supiera cómo y de qué forma satisfacerse, satisfaciendo a otros; enjugando la transpiración de la carita con los labios, fue recorriéndola con tierna dedicación hasta llegar a la comisura de esos labios a los que la morbidez comenzaba a convertir en gordezuelos.
La lengua salió de entre los suyos para recorrer humedeciendo la boca que la ansiedad entreabría y Mary sintió como algo la impelía a buscar con la suya al órgano de su madre, tal como lo viera hacerlo con su padre durante toda su vida; vibrantes como dos serpientes, las lenguas se buscaron para acometerse reciamente y luego recíprocamente fueron introduciéndose en las bocas para domeñar a la otra y escarbar contra las mejillas y el paladar.
Aferrada a la cabeza de Jane y hundiendo los dedos entre los mechones rubios en acariciantes apretujones, Mary comprendía por primera vez la dulzura y la pasión de los besos y murmurando en medio de su chupeteo a los labios mimosas exclamaciones de placer, proyectó instintivamente el cuerpo contra la ardorosa piel de su madre.
Jane comprendió que la perseverante actitud sexual con que aleccionaran a la chiquilina rendía los frutos esperados y bajando a lo largo del cuello en lamidas y succiones, serpenteó sobre el sarpullido enrojecido del pecho para luego acceder al estrecho valle que separaba los senos. Reptando por la gelatinosa ladera, arribó a la aureola oscurecida y poniendo la lengua tremolante a recorrer la desigual superficie estregando los gránulos con la punta, hizo a la pequeña prorrumpir en un gemebundo ronquido de goce y entonces, envolvió con los labios al largo pezón para succionarlo con tal intensidad que a ella misma le pareció desmesurada y fruto de su desenfrenada fogosidad.
Ya anteriormente los dedos habían despertado la extrema sensibilidad de sus mamas y ahora, Mary sentía a la lengua convertirse en un eficaz instrumento que despertaba en ella sensaciones desconocidas en regiones a las que deseaba fervientemente alcanzar; casi con brusquedad apretaba la cabeza de Jane contra los pechos a los que aquella chupeteaba y mordisqueaba alternativamente y al tiempo que sus gemidos se convirtieron en un repetido asentimiento y una exhortación a incrementar las acciones de la boca, percibió como una mano de la mujer se aventuraba hacia la entrepierna.
Los dedos de Jane eran hábiles en sus propias masturbaciones que normalmente realizaba cuando se bañaba, pero nunca las había ejecutado en otra mujer; tras frotar en círculos la prominencia huesuda del Monte de Venus, los dedos se dirigieron directamente a los festoneados pellejos del interior y después de restregarlos de arriba abajo, tomaron posesión del clítoris para retorcerlo suave y repetidamente. Debajo de ella y moviendo automáticamente el cuerpo en leves meneos copulatorios, sentía como la muchacha se estremecía de placer y entonces se deslizó raudamente hacia la entrepierna e instalándose sobre ella, abrió aun más las piernas que la chica abría y cerraba y sus ojos alucinados contemplaron la maravilla de ese sexo que aun era virgen.
A pesar de su formación religiosa y cultural y de los años que llevaba brindándole con perversa especulación a su hija el espectáculo de lo mejor y lo peor del sexo como si fuera tan simple y natural como respirar, un vestigio de instinto maternal carcomió como un relámpago su mente, pero el saber que después de desvirgada obtendría de la chica todo cuanto quisiera sexualmente, se abalanzó contra el sexo del cual emergían los aromas de las flatulencias vaginales que la chiquilina expulsaba inconscientemente y cuando la lengua tomó contacto con el, para ella primer sabor femenino de otra mujer, todos sus reparos se disiparon y la lengua tremoló ávidamente sobre las carnes que sus dedos habían sensibilizado.
Por haber visto casi cotidianamente a su padre hacerle sexo oral a Jane y percibiendo por sus reacciones que eso debía conllevar un placer o dicha que desconocía pero que íntimamente su mente deseaba conocer, se congratuló al sentir la lengua de su madre sobre el sexo y sintiendo todavía en los pechos la comezón que la boca había producido, llevó sus propias manos a acariciarlos primero y sobarlos después.
El detalle no pasó desapercibido para la mujer quien comprendió que su hija sería pasto fácil para lo que su marido y ella se propusieran hacerle hacer, convirtiendo lo espantoso en sublime para esa mente sexualmente fértil; el debut de ese sabor en su boca la incitó a complementar el lengüeteo con las succiones de los labios, verificando que los frunces de los labios menores incrementaban su espesor por la afluencia de sangre y su color variaba entre el rosado blancuzco y el gris negruzco en los bordes.
Tal vez a causa de los sabores o por satisfacer sus propias preferencias orales, hizo descender la boca al tiempo que alzaba la grupa de la chica y ahí estaba, rosadamente oscuro y tentador, el haz de los esfínteres anales; envarada pero con la fina punta trepidante, la lengua recorrió los alrededores del ano para finalmente asentarse sobre él en una oscilación casi eléctrica.
Aunque la sodomía era habitual en sus padres, quienes solían practicarla casi en cualquier momento en el que, como en un juego retozón, Fred agarraba a su madre desde atrás y así parados, la conducía empalada hasta algún sitio en el que ella pudiera apoyar sus manos, donde se desfogaban no siempre por mucho tiempo sino sólo como una travesura en la que ellos se divertían, Mary nunca había tenido en cuenta al ano como algo que pudiera hacerla disfrutar y sólo lo mantenía limpio por esa obsesión que tenía su madre por la higiene en la entrepierna a causa de que pasaban desnudos gran parte del día; ahora sentía que servía para mucho más que evacuar las heces y un placer distinto a los anteriores ponía unas extrañas cosquillas en sus riñones.
Alzando voluntariamente las piernas sosteniéndolas por los muslos y en tanto jadeaba por la excitación, sintió como el ano se relajaba ante la estimulación de la lengua tremolante y lentamente, milímetro a milímetro, paulatinamente, cada vez se introducía un poco más al recto; una vez conseguido ese objetivo, Jane puso a trabajar los labios que comenzaron con lentas succiones que fue profundizando en tanto el ano se distendía y pronto, entre los inconscientes sí de la chiquilina, lengua y labios se complotaron para someter con virulencia a la tripa y cuando ella consideró que ya estaba, hizo que el lugar de la lengua fuera ocupado por la fina punta del índice.
Sus dedos de científica carecían prácticamente de uñas por lo cortas que las mantenía y eso le aseguró que no dañaría al recto, por lo que, lenta pero sin solución de continuidad, hundió el índice hasta que el nudillo se lo impidió y dejando descansar a la chica que abrumada por el sufrimiento inicial y la emoción de sentirlo gratamente dentro suyo, gemía y sollozaba de goce; cuando la sintió de nuevo relajada y ya los esfínteres sorprendido no ceñían al dedo, comenzó un moroso vaivén que conforme resbalaba en las mucosas intestinales y la saliva conque ella lo lubricaba, se deslizó con una cadencia copulatoria que hacía bramar de placer a su hija que jadeaba y gemía, ahogada por el hipar del lloriqueo.
La boca golosa de Jane no permanecía ociosa y subiendo por sobre el corto perineo, visito inquisitiva los lábiles festones de la vagina y con la otra mano abrió los labios mayores de esa vulva que ya sus dedos había macerado convenientemente y cuya sensibilidad comenzaba a manifestar los niveles de excitación de cualquier mujer adulta; la mente confundida de la chica no podía distinguir ni priorizar cual cosa le daba más satisfacción, si el dedo socavándola o la boca que jugueteaba contra el sexo, pero sí que estaba accediendo a un mundo que le prometía ser maravilloso.
Seducida por el aspecto de esos tejidos que había dejado expresamente de lado por priorizar al ano, puso a tremolar la lengua para explorar el nacarado hueco del óvalo donde se distinguía el pequeño agujero de la uretra; los sabores la fascinaron y en tanto la lengua escarbaba en las orillas de la cavidad, los labios encerraron a los tejidos para chuparlos con inusitada gula; Mary verdaderamente creía que algo en su interior estallaría por el revoltijo de sensaciones y emociones que la invadía y en tanto multiplicaba la acción de los dedos, ya no macerando sino estrujando los senos, rogaba a su madre que no cesara jamás de hacerla vivir esa circunstancia extraordinaria.
Eso y el embeleso que le provocaba saber que ella misma estaba debutando lésbicamente con su propia hija, la llevaron a subir hasta donde se erguía el carnoso clítoris para encerrarlo entre los labios y proceder a succionarla con la misma intensidad que ponía en mamar el pene de su marido.
Ante los agudos gritito de su hija por el goce que le proporcionaba en tanto meneaba la pelvis en un primitivo meneo copulatorio, decidió apurar el trámite; sacando al dedo del ano, lo juntó con el mayor y con ambos escudriñó en la entrada a la vagina y encontrándola mojada por la propia saliva que descendiera desde los labios y los jugos naturales de la chiquilina, fue penetrando con lentitud en espera del obstáculo del himen pero su confianza fue defraudada por la ausencia total de la telilla dérmica.
No deseando espantar a la chica con una fiereza que ya aprendería a disfrutar, fue haciendo que los dedos encimados distendieran los músculos que se apretaban contra ellos como queriendo impedir su paso hasta que ya no alcanzó más allá y entonces, separándolos, los hizo encoger y estirarse en un exquisito rascado del canal vaginal que encontró en su hija una jubilosa respuesta; acicateada por ese entusiasmo, puso a la boca a realizar su mejor esfuerzo en chupar, estirar y mordisquear al clítoris mientras los tejidos ablandados le permitían un tránsito fluido que la hizo agregar al vaivén un movimiento de la muñeca para que los dedos rascaran en más de ciento ochenta grados todas las carnes estremecidas.
Ya Mary había dejadote lado a los senos y al tiempo que arqueaba el cuerpo para clavar su cabeza en la cama, enterraba los dedos engarfiados entre el cabello y de su boca escapaban ayes que la calentura iba convirtiendo en rabiosos bramidos; por su propia necesidad y por la que vislumbraba en la chiquilina, decidió apurar las cosas y agregando el dedo anular a los otros, ya con el ritmo y vigor de un verdadero coito, la penetró repetidamente mientras su boca hacía estragos en el clítoris hasta que en medio de gritos y lloriqueos, su pequeña alcanzó el primer orgasmo de su vida.
Agitada y convulsa por las contracciones con que el útero alimentaba la eyaculación, Mary no había caído en el agotado sopor de los verdaderos orgasmos y, cansada pero lucida, premió a su madre con una espléndida sonrisa mientras le agradecía por haberla iniciado sexualmente; sabedora de que debía ser prudente y no hacer creer a la chiquilina que aquello era un suceso extraordinario sino algo que debería incorporar a su vida como un hecho cotidiano y necesario, jocosamente le restó importancia a sus méritos y acomodándose junto a su lado, le dijo con soltura que ahora era su turno de disfrutar como lo hiciera ella.
Como su hija le manifestara turbada que en realidad no sabía si podría cumplir con eso por su falta de experiencia, ella la consoló y animó diciéndole que en lo sexual nadie le enseñaba a nadie y que cada uno se dejaba ir en lo que su mente, el deseo, las fantasías y el cuerpo le iba indicando, tras lo que la invitó a comenzar por besarla, acurrucándose contra Jane y cuando esta pasó un brazo por debajo de los hombros para sostenerla acunada, con leve titubeo la chiquilina acercó el cuerpo al de su madre y al rozarse la carnes cubiertas por una pátina de sudor, las dos se estremecieron, conmovidas por el contacto.
En Mary ya no hubo incertidumbre y llevando sus dedos a deslizarse acariciantes sobre el brazo de la mujer, acercó sus labios a los de ella y las lenguas salieron autónomamente para encontrarse en tenues escarceos y los labios se estiraron buscando encontrarse, dando comienzo a una serie de pequeños y húmedos besos que alimentaron la pasión que no había cedido con su eyaculación; ronroneando mimosas, se ciñeron con los brazos y en tanto las manos recorrían febriles la piel ardorosa, finalmente los labios concretaron el beso para ensamblar las bocas en un maremagnum de lengüetazas, chupeteos y succiones entre las que murmuraban su alegría por sentir como las carnes sudorosas patinaban la una contra la otra a causa de sus balanceos.
Tomando la cabeza de Mary entre sus manos y en tanto clavaba en ella sus ojos que destilaban suplicantes la lascivia de su deseo, Jane le rogó que la chupara toda hasta hacerle alcanzar su orgasmo; deseosa por complacer a quien la estaba conduciendo en el camino hacia su madurez sexual y recordando cada cosa que ella le hiciera hasta momentos antes, y al tiempo que sus manos encerraban para sobar los senos adultos de su madre, llevó a la boca a recorrer la convexidad del cuello hasta arribar a la mórbida ladera de uno de los senos; todavía no dominaba la técnica en el tremolar de la lengua pero se las arregló para hacerla recorrer la temblequeante masa carnosa del seno hasta arribar a una aureola que no era como la suya, sino que emulaba al cono de un volcán que sobresalía como otro diminuto seno y en cuyo vértice se alzaba un largo, flexible y puntiagudo pezón, tan rosado como su sustento.
Atraída por el pulido aspecto de la mama, puso su mejor empeño y la lengua vibrante recorrió primero la aureola para luego y de forma irresistible, fustigar al pezón que cedió a la caricia con elasticidad, incrementando el entusiasmo de la pequeña y, como su madre, lo encerró entre los labios para succionarlo como si mamara; esa imitación debió despertar alguna memoria atávica en ella por, estrujando la carne entre los dedos apasionadamente, se prendió a la teta en succiones que de tan intensas arrancaron exaltadas exclamaciones en Jane, alentándola a profundizar la caricia y alabando sus condiciones innatas para ese menester.
Invitándola a cambiar de seno y cuando ella la emprendió contra este con similar vehemencia, condujo a su otra mano para estrujar al que abandonara, guiando sus dedos a que restregaran y retorcieran al delgado pezón; comprendiendo cómo era el sistema, fue incrementando la acción de lengua, labios y dientes que complementaba con el frotar al otro pezón e incluso inducida por su madre, clavar en él los filos de sus cortas uñas.
Ambas se debatían en restregones de las carnes e instintivamente, la chiquilina buscó el roce de su sexo contra el de su madre, que ella mantenía expuesto por la amplia separación de las piernas y eso provocó que Jane, acariciando su rubia melena, la empujara hacia abajo al tiempo que le suplicaba la hiciera gozar tanto como lo deseaba.
Todavía eso de lamer y chupar al sexo le provocaba un cierto rechazo, habida cuenta de ella conocía lo que pasaba por el suyo periódicamente, pero con el recuerdo de cuanto había gozado cuando su madre se lo hiciera, decidió que era el momento de demostrar su entrada a la vida activa de una mujer y descendiendo rápidamente a lo largo del vientre, se acomodó entre las piernas abiertas que Jane ahora sostenía encogidas y su lengua buscó el diminuto vellón triangular de vello púbico que, recortado en forma de V parecía indicar el camino al placer.
Ciertamente y aunque aun no acabara, las exudaciones glandulares y el sudor había colocado en el sexo de Jane una mezcla que a quien no fuera experimentado en el sexo oral pudiera repelerle, pero que a la niña, combinada con las flatulencias vaginales, se le antojó deseable y olisqueando toda la zona, desde el mismo Monte de Venus hasta la negrura prieta del ano, recordando cómo comenzara todo para ella, decidió homenajear a su madre y puso la lengua en acción sobre el haz de esfínteres, provocando en Jane un regocijado aliento para que la chupara tanto como ella.
El afán de higiene de la mujer, hacía que en el ano no existiera el menor vestigio de sus evacuaciones y desprovisto totalmente de vellosidad alguna, se ofreció a la vista alucinada de la chica como un algo misteriosamente inasible; separando aun más las rotundas nalgas con ambas manos, deslizó primero la lengua tremolante por la hendidura para ir descendiendo morosamente y, exaltada por la acritud que se mezclaba con la transpiración y los jugos que escurrían desde la vagina, puso la lengua a tremolar con todas las ganas que le producía la gula y así fue degustando lo agridulce del apretado haz concéntrico de piel.
Estimulada por ese nuevo sabor del sexo y los reclamos de su madre para que le hiciera todo lo que quisiera, revivió lo maravilloso que le pareciera a ella y se concentró en los vibrantes azotes al cegado agujero, logrando que este se distendiera para permitir el paso de la lengua al interior de la tripa que la congratuló con un desconocido gusto agridulce de un líquido viscoso que poblaba al recto; enardecida, aplicó la boca como una ventosa para succionarlo como si se tratara de un elixir y pronto se vio superada por las anisas y, entremezclando las chupadas con violentas penetraciones de la lengua que se llenaba de ese líquido y al cual ella degustaba con fruición, poseída por un nuevo deseo de domeñar a la mujer, acercó su dedo pulgar para que reemplazara a la lengua y cuando contó con la entusiasta aprobación de Jane, llevó la lengua tremolante al encuentro de esa dilatada caverna que parecía invitarla con su siniestro latido.
Gotosa por los flujos internos, lo que semejaba la desdentada boca de un ser alienígena, la atrajo irremisiblemente y la lengua recorrió todo el perímetro para terminar sorbiendo el gustoso líquido que formaba diminutas gotas y ese sabor a almendras dulces la llevó a quemar etapas e introducir al agujero la lengua hasta que los labios abiertos le impidieron seguir, con lo que hizo vibrar a la lengua para se saturara del flujo y con los labios ejerció un hondo succionar que atrajo a la boca mayor cantidad del líquido.
Jane estaba chocha con la respuesta sexual de esa chiquilina que sólo tenía trece años y entonces, deteniéndola por un momento, la acomodó boca arriba para luego acostarse invertida encima suyo y, ahorcajada sobre su cara, le alzó la piernas para engancharlas debajo de sus axilas e, invitándola a satisfacerse en ella, inclinó la cabeza para hundirla en la entrepierna oferente; sentir nuevamente la boca de Jane jugueteando placenteramente en su sexo sacó de quicio a la niña y viendo frente a sus ojos el sexo palpitante, se aferró a las nalgas para hundir la boca ya no en el agujero, sino en la vulva hinchada.
Enloquecida por ese sexo nuevo para ella con una mujer y especialmente porque era su hija, la mujer puso su boca a efectuar un trabajo delicado y exigente a la vez y tan pronto sus labios y lengua atormentaban al clítoris como bajaban hasta el ano o volvían para asir y estirar los ahora frondosos labios menores en tanto sus dedos exploraban concienzudamente el interior de la vagina; el movimiento de esos dedos dentro suyo colmaban de placer a la jovencita e imitando a su madre en forma involuntaria, se prodigó con toda la boca como aquella y por primera vez sus dedos se introdujeron a una vagina, hurgando, escarbando y restregando como los de Jane.
Ya las dos habían perdido todo dominio de sí mismas y enajenadas por el goce, parecían fundirse la una en la otra, corcoveando y frotando sus cuerpos como si hacerlo les proporcionara mayor placer; con los ojos encharcados por lágrimas de felicidad la chiquilina vio ante sus ojos la hendidura del ano y como atraída por un imán, incrementando tanto el ritmo de su boca como el de los dedos en la vagina, introdujo el pulgar entre los esfínteres anales, recibiendo en respuesta igual actitud de Jane.
Gimiendo, sollozando y bramando de placer, se debatieron como dos bestias en celo hasta que fue Jane quien primero proclamó el pronto advenimiento de su orgasmo y en respuesta, la muchachita le pidió que también la hiciera acabar a ella. Sus ayes y risas, sus lloriqueos e insultos mutuos se prolongaron por unos momentos hasta que casi al unísono, ambas prorrumpieron en estrepitosas exclamaciones de pasión y juntas recibieron en sus bocas los fragantes jugos de la otra.
Esta vez sí, al impacto de sus orgasmos ambas cayeron en una honda somnolencia de la que la niña reaccionó casi una hora después, para encontrar que su madre, ya bañada, preparaba la cena. Viéndola despierta y como si entre ellas no hubiera sucedido nada, le dijo alegremente que fuera a bañarse y luego la ayudara con la mesa ya que su padre estaría a punto de regresar.
Mientras se dejaba estar bajo la ducha, se dedicó a inspeccionar visualmente y al tacto sus pechos, sexo y ano pero en ellos no existía el menor rastro de las penetraciones ni de los chupones y mordiscos de su madre, rememorando los deliciosos sometimientos a los que las dos se prodigaran con tanto afán y diciéndose que de ahora en más seguramente su vida cambiaría y para bien, puso especial acento en higienizar la entrepierna, con la consecuencia de sentir que las nuevas zonas sensibilizadas respondían a esos contactos con íntimos picores que antes desconociera.
Haciendo caso omiso de esos nuevos reclamos de su vientre, terminó de bañarse y secándose someramente, volvió junto a su madre para disponer los utensilios de la mesa; coincidiendo con la terminación de aquello, Fred volvió a la casa y tras saludarlas a afectuosamente, se desprendió de la ropa para ir a ducharse y ala salida, Jane sirvió esa cena tan substanciosa como frugal que sus creencias y costumbres habían adoptado.
En tanto comían en amena charla en la que se contaban mutuamente sus actividades, a Mary le extraño que su madre no hiciera referencia a Fred de los que las había “entretenido” toda la tarde, pero se dijo que ella debería de tener sus razones, por lo que respondió a las preguntas de su padre con cautas evasivas no demasiado convincentes.
Cuando luego de levantar la mesa y lavar la vajilla junto a Jane, Mary iba a dirigirse a su cama ubicada en el otro rincón del amplio ambientes, su madre la tomó de la mano para conducirla a la cama en cuyo centro ya descansaba Fred e indicándole que ocupara el lado derecho, se acostó junto a su marido para empezar a relatarle minuciosamente hasta el mínimo detalle de lo que protagonizaran esa tarde, recurriendo al testimonio de la chiquilina para confirmar qué sensaciones había descubierto y cuáles fueran sus reacciones ante esos nuevos placeres.
Totalmente desinhibida porque su mente virgen de toda malicia y escrúpulo social le dictaba que esa relación sólo constituía una etapa más en su maduración femenina, fortaleció con detalles íntimos lo que experimentara al practicarle sexo oral a su madre o el ser sodomizada por esta y hasta las sensaciones de sentir los dedos escarbando en su interior.
Mientras hablaba con esa volubilidad de las adolescentes y recostada sobre el hombro de Fred, observaba con pasiva naturalidad lo que viera tantas veces; con la cabeza reposando en el musculoso abdomen de su marido, jugueteaba casi distraídamente con el miembro y notando como este cobraba mayor tumefacción, levantó la cabeza para indicarle a su hija que le ayudara, imitándola; desde que tenía conciencia Jane masturbaba a su marido delante suyo y acostumbrada ella misma a juguetear con el miembro, siempre la había fascinado su desarrollo y erección así como el aspecto y tamaño que alcanzaba.
Contenta porque ahora parecía tener permiso para realizar cosas de las que antes era espectadora, estiró la mano para asir la verga que ya cobraba aspecto de una morcilla y siguiendo las instrucciones de Jane, no sólo la recorrió entre los dedos de arriba abajo sino que también ejerció apretones que fueran otorgándole mayor rigidez; arrodillándose con la grupa apuntado hacia la parte superior de la cama, su madre hundió la cabeza por entre las piernas abiertas de su marido, recorriendo con angurria la redondez de los arrugados testículos para luego descender más aun a la búsqueda del negro orificio del ano.
Ya la verga tenía un tamaño respetable, cuando su padre le dijo que imitara a Jane y se arrodillara para poder chuparle lo que ya iba convirtiéndose en un falo; todavía temerosa por no poder hacerlo como sabía lo hacía su madre, adoptó similar posición y entonces Jane vino en su auxilio: dejando de chupetear la parte baja, entreveró sus dedos con los suyos para incrementar la masturbación y al tiempo que le pedía la observara, deslizó la lengua tremolante sobre la monda superficie ovalada del glande.
Diligentemente, lo azotó con el órgano y después de terminar de correr el prepucio para dejar al descubierto un profundo surco de piel enrojecida, lo recorrió en círculos en todo su perímetro; sin dejar de masturbarlos con ambas manos unidas, invitó a su hija a que lo sucediera e irresistiblemente atraída por la verga, Mary hizo vibrar a su lengua y casi con delicadeza, recorrió al glande.
Jamás había pensado que este tuviera gusto alguno pero el que inundó sus papilas le produjo una ansiosa gula y tremolando cuanto sabía o podía la lengua, se internó en aquella oquedad en su base para comprobar que allí el sabor se hacía más intenso; justo en ese momento advirtió la mano de Fred acariciando sus ancas con una ternura desconocida para ella y por el rabillo del ojo, vislumbró que efectuaba similar cosa en las de su madre.
Acercando más el rostro, Jane llevó su lengua a hacer lo mismo y cuando las dos se cruzaron en el pequeño espacio, también sorbió la suya hasta que uniendo las bocas, se sumieron en un largo y cálido beso que llevó nuevos y extraños picores a sus riñones; por ese entonces la mano de Fred en sus nalgas había derivado hacia la hendidura y deslizándose por ella, estimulaba delicadamente al ano.
Después de dos o tres largos y profundos besos, su madre expresó en un murmullo la satisfacción que su marido le estaba proporcionando en el ano y en el mismo tono de intimidad, la incitó a que aprendiera; abriendo la boca casi con desmesura, fue introduciendo al falo dentro de ella hasta que casi todo estuvo en su interior y luego, fue sacándolo paulatinamente, pero haciendo que los labios lo ciñeran apretadamente en cortas y sucesivas chupadas.
Mary conocía de memoria el procedimiento y sintiendo como crecía en su interior una loca ansiedad que alimentaban los dedos de Fred, acariciando y estregando lentamente todo el sexo, apartó a Jane para reemplazarla; evidentemente la práctica era distinta a la teoría visual, ya que su boca desacostumbrada no alcanzaba a distenderse lo suficiente como para ir más allá del recogido prepucio, contentándose con encerrar succionante ese pequeño tramo de la verga e iniciar un corto vaivén que la angustió aun más y en ese momento, respondiendo a su deseo o como reflejo al largo y grueso dedo que su padre introducía a la vagina, la quijada pareció dislocarse para que la boca se abriera y golosamente fue introduciéndola hasta que la punta rozando su campanilla le produjo una arcada que reprimió rápidamente y entonces copió el retroceso succionante de su madre.
Verdaderamente, era maravilloso lo que se sentía en ese acto aparentemente tan sencillo y con un revoltijo en las entrañas, aferró el grueso tronco para hacer resbalar la mano en la saliva y acompaño la cadencia masturbatoria con la boca en una perfecta felación que llenó de pasión y orgullo a sus padres.
Fred jugueteaba simultáneamente en la entrepierna de ambas mujeres, tanto estregando los labios menores como excitando los clítoris o estimulaba sin penetrar los anos e introducía los dedos en las vaginas, lo que no sólo mantenía el fuego en sus entrañas sino que lo incrementaba y entonces, Jane detuvo la perfecta felación que Mary realizaba en la verga para decirle que no había apuro y que debían compartirlo todo, tras lo cual la reemplazó en la mamada y la chiquilina, ya irremisiblemente excitada, mientras disfrutaba de la mano de su padre en el sexo, se las arregló para que sus manos sobaran y estrujaran amorosamente los senos oscilantes de Jane.
Esta no pretendía hacer acabar a su marido con esa simple felación sino introducir a la pequeña al sexo heterosexual y bisexual, por lo que, después de tres o cuatro largas chupadas en falo, levantó la cabeza para señalarle a su hija que harían una mamada conjunta y guiándola para que pusiera su boca de costado sobre la base del tronco, hizo la propio en encerrando gratamente a la verga en el carnoso anillo; a pesar de su edad, la chica comprendió la idea y siguiendo la subida en medio de profundas chupadas, ascendieron conjuntamente hasta el enrojecido glande, donde su madre, asiéndola por la nuca, hizo que los labios se juntaran en un profundo y largo beso, tras el cual, repitieron la maniobra en el sentido inverso.
Entusiasmadas y en tanto se prodigaban en caricias con las manos, se entretuvieron un rato subiendo y bajando hasta que Jane, prolongó el beso con el que coronaban cada subida y en medio de un torbellino de besos, lamidas y succiones, fue empujándola para que quedara nuevamente acostada boca arriba; susurrándole lindezas al oído y sin dejar de besuquearla, la mujer deslizó una mano hacia la entrepierna a la que halló lo suficientemente humedecida, con lo que le anunció a su hija que Fred se encargaría de introducirla al maravilloso mundo del sexo del que ya definitivamente nunca saldría.
Viendo a su padre incorporarse para colocarse arrodillado entre sus piernas a las que automáticamente encogió y abrió, comprendió que iba a disfrutar o sufrir la primera penetración de su vida y conforme a cómo veía disfrutarlas a su madre, concluyó que se convertiría definitivamente en mujer; el atildado rostro de Fred, expresaba la alegría de poseerla y el orgullo de que su hija se mostrara tan voluntariosa a sus pedidos y de ese modo, apoyándole las piernas contra sus pectorales, utilizó la verga para pincelear como una brocha su sexo desde el mismo Monte de Venus hasta el ano, desparramando como lubricante los jugos que el deseo hacía manar de la vagina.
Como resistiéndose a pasar a un segundo plano, Jane le acariciaba lujuriosamente los senos y cuando vio a su marido dispuesto a la penetración, pasando un brazo por debajo de su nuca, la apretó protectoramente contra el acolchado de sus pechos; diciéndose que ya estaba bien, Fred embocó la punta de la verga en el pequeño agujero y, dejando que solamente actuara el peso de su cuerpo, fue introduciéndola a la vagina.
Aunque lo esperaba y a pesar de haber disfrutado de hasta tres dedos de su madre, sólo el paulatino incremento del ovalado glande separando los esfínteres vaginales se le hacía insoportablemente grato, pero ese sólo era el comienzo de un falo al que ella sabía mucho más grueso y por eso comprendió la actitud de Jane al sujetarla entre sus brazos; asiéndola con las manos por las caderas para elevarle el cuerpo al nivel del suyo, Fred fue metiendo al verga en una serie de cortos remezones que ablandaban los músculos del canal de parto, entrando y saliendo de forma que cada vez penetraba un poco más.
Acariciando sus senos temblorosos por la agitación y en tanto le decía que ahora sí conocería al verdadero placer pero que en el sexo el sufrimiento siempre era el principio de los goces más exquisitos, la beso tiernamente en la boca crispada en tanto la verga ya ocupaba plenamente el interior hasta sentirla casi en el estómago luego de separar la estrechez del cuello uterino; la chiquilina no sabía si definirlo como dolor pero esa masa brutal restregando sus tejidos más íntimos parecía querer hacer estallar su cabeza y con la sangre latiendo en sus sienes y el pecho ocupado por un sollozo incontenible, se prendió angustiada a la mórbida masa del seno más próximo para hundir el él los dedos crispados.
Despaciosamente, el hombre fue retirando el falo hasta casi sacarlo y escuchando el suspiro aliviado de su hija, volvió a someterla con similar delicadeza a la anterior y así, con minucioso cuidado, fue repitiendo la penetración cada vez un poquito más rápido y pronto, involuntaria e inconscientemente, Mary comenzó a menear la pelvis en una proyección típicamente copulatoria, expresando su dolor-goce por la forma en que sus dedos se cebaban en las globosas tetas de su madre y buscaba golosamente con los labios al puntiagudo pezón para someterlo a intensas chupadas.
Comprendiendo que la niña estaba totalmente entregada y disfrutaba con esas perversidades, el matrimonio se acomodó para que él sostuviera a su hija con los muslos bajo sus antebrazos y Jane, se colocó ahorcajada sobre su cara como en la tarde, no sin antes inclinarse de costado para buscar algo en la próxima mesita de noche. Disfrutando ya plenamente por el paso del fantástico miembro en su sexo y viendo a tan sólo centímetros la entrepierna de su madre, Mary comprendió qué se esperaba de ella en ese estupendo juego físico y abrazándose a los torneados muslos, buscó con la lengua aquel sabor que antes la desequilibrara.
El sabroso agridulce glandular volvió a invadir sus papilas e impactó definitivamente su pituitaria, ya que todas sus secreciones vertidas a través de la piel y las mucosas, las glándulas salivales y sudoríparas, el torrente sanguíneo, los corticoides y la adrenalina parecieron disparase para magnificar el disfrute de esas nuevas y maravillosas sensaciones; lengua y labios no se dieron abasto en lamer y chupetear sonoramente al clítoris y los delicados colgajos de las labios menores y fue entonces que su madre puso en una de sus manos un objeto que era una réplica de menor tamaño al falo de Fred, diciéndole que combinara el uso de ese consolador en su vagina con los labios en el resto del sexo y el ano.
Observando como sus padres se inclinaban para besarse con apasionamiento, instintivamente hizo algo que la sorprendió, ya que curvó sus piernas para que envolvieran la cintura de Fred y de ese modo liberar sus manos. Admirado del voluntarismo de la chiquilina, él alcanzó una suave cadencia en la cópula e indicándole que presionara con los talones sus glúteos, estiró las manos para atenazar entre los dedos los oscilantes pechos de su mujer; sintiéndose obligada a cumplir con su parte, con ese cuidado de los novatos, hizo resbalar como su padre la cabeza del miembro artificial sobre las carnes saturadas de jugos y saliva para después buscar la dispareja boca de la vagina.
El utilizar el consolador no era como antes sus dedos, ya que estos eran sensiblemente más pequeños y se adaptaban a los huecos del interior, en cambio, aunque elástico, ese falo no sólo era más grueso y largo, unos cuatro centímetros por más de quince, sino que en su superficie tenía unas estrías helicoidales cuyos bordes debía raspar sensiblemente los tejidos; cuidadosamente fue introduciéndolo a la vagina , dándole razón las exclamaciones entre lastimeras y alegres de su madre al sentir cómo la socavaba y cuando sus dedos chocaron contra la vulva, volvió a instalar la boca sobre el clítoris, adaptando el ritmo de la penetración al de sus labios succionando y mordisqueando al pene femenino.
Ese tipo de penetración le proporcionaba una sensación desconocida de poder, de sometimiento a otra persona y eso parecía insuflar en su pecho y mente un deseo casi sádico por domeñar sexualmente a su madre y, sintiendo en sí misma los terribles pero placenteros remezones de su padre a quien ayudaba proyectando el cuerpo y acercándolo con los talones, se abocó a satisfacerlos tanto como ellos lo hacían con ella y ya en el paroxismo del goce, cuando sentía estallar en su vientre insólitas contracciones espasmódicas y en su mente nublada se proyectaban escenas desconocidas de animales cópulas, añadió al coito antinatural el dedo pulgar sodomizando profundamente a Jane.
Esta también experimentaba los conocidos reclamos de su vientre y en medio de besos voraces a Fred, sintiendo como este retorcía y pellizcaba sus pezones mientras penetraba a la chica sin consideración alguna y esta en respuesta, no sólo chupaba y sometía su sexo con el falo artificial sino que voluntariamente la sodomizaba reciamente con su dedo, proclamó estentórea la llegada de su orgasmo y Mary recibió entre los dedos que sostenían al falo, la espesa riada de sus mucosas uterinas.
Con los ojos cerrados por el placer y la cabeza echada hacia atrás mientras estrujaba entre sus dedos a los pezones entre sollozos y risitas de felicidad, Jane se balanceó cadenciosamente sobre la boca de la muchacha y su marido, liberando sus manos, aferró a Mary por las caderas para imprimir al longilíneo y vigoroso cuerpo un balanceo infernal hasta que aquella también anunció entre chillidos el advenimiento de su satisfacción. Entonces, sacando al falo de la vagina y dejando a su hija mantenerse envarada por la crispación del alivio se masturbó frenéticamente para volcar sobre su cara y senos la abundante lechosidad del semen.
Agotados física y mentalmente por lo que significaba esa relación salvajemente primitiva alejada de toda moral o escrúpulos pero que cumplía definitivamente con su propósito original al casarse de vivir en una cerrada endogamia, no importara cuál fuera el genero de sus hijos, el matrimonio descansó por más de media hora y conociendo largamente los tiempos y capacidades de cada uno, se dieron unos minutos más para secar sus cuerpos con las arrugadas sábanas; relativamente limpios y moderadamente secos, se dedicaron con esa misma tela a enjugar de la piel de Mary la abundante capa de sudor y restos de saliva para luego, delicada y tiernamente, enjugar del rostro y senos la pegajosa melosidad del esperma.
Tan satisfecha como ellos no imaginaban y saboreando todavía los fragantes jugos del orgasmo de su madre que sorbiera ávidamente de sus dedos, del falo al retirarlo y de la misma vagina entre los estertorosos sacudimientos de la mujer, respondió mimosamente a esa acción y con suspirado asentimiento a sus preguntas sobre si todo le había gustado; convencidos de que el condicionamiento casi desde la cuna estaba rindiendo sus frutos y la chiquilina era materia dispuesta para sus fines de iniciar esa extraña dinastía, le dijeron que lo vivido hasta el momento era apenas una muestra de cuanto los tres podían conseguir juntos para su felicidad completa.
Convencida por los goces que obtuviera y el hecho racional de que sus padres nunca podrían hacer nada para perjudicarla, contestó regalona a los besos de su padre, sintiendo la diferencia entre unos labios y lengua masculinos con los de su madre; tras juguetear en los senos en voraces chupadas, Jane había descendido hacia la entrepierna en exploratorias lamidas y besos y su lugar fue ocupado por las manos y boca de Fred.
También en los senos se marcaba la diferencia de genero, ya que las manos de Fred, aunque cuidadas, eran inmensas comparadas con las de Jane y sus fuertes labios, unidos a la recia consistencia de la lengua, hicieron maravillas en los pechos de la chiquilina quien ya sabía catalogar y apreciar lo positivo de unos y otros; sintiendo los recios de dos estrujando las inflamadas copas, tembló de excitación cuando la lengua fustigó firmemente los gruesos pezones para luego envolverlos entre los labios que los sometieron a durísimas chupadas.
Paralelamente y en tanto hacía tremolar la lengua sobre el todavía erecto clítoris, Jane se aplicó a untar tanto el interior como la boca de la vagina con un gel preparado especialmente por ella en su laboratorio que no sólo lubricaría las castigadas carnes, sino que agregaba a su torrente sanguíneo un poderoso afrodisíaco por el cual la niña alcanzaría tan altos niveles de excitación que se prestaría gustosa a lo que estaban dispuestos someterla.
Lo que Fred hacía en los senos, ahora con el agregado de dientes y uñas en sádicos rasguños y mordisqueos que estremecían de placer a la chiquilina, más el trabajo de la boca de su madre sobre el clítoris mientras en su interior crecía un picor quemante que la enardecía, sumados a fugaces sodomías de los dedos de la mujer, sumían a la que hasta horas antes fuera tan virgen como puede serlo una niñita de trece años, en un estado de eufórica angustia e inconscientemente, reclamaba a sus progenitores aun mayores goces.
Viendo como Fred se acostaba a su lado, apartando cariñosamente a su madre, Mary se arrodilló como para realizarle otra felación pero fue detenida por Jane quien reclamó para sí el privilegio de terminar de endurecer la verga de su marido. Tomando aquello como parte de ese juego que la entusiasmaba, inició con su madre el simulacro a un forcejeo hasta que fingió ser la vencida y mientras la mujer se inclinaba para introducir a su boca la tumefacta masa de la verga, ella se abalanzó sobre las macizas ancas.
Separándolas como antes lo hiciera su madre, se detuvo un instante para observar la profundidad de la hendidura cuyos lados lucían más oscuros como por efecto de la transpiración y el roce continuo, pero lejos de disgustarla esa apariencia que ella sabía poseían casi todas las mujeres adultas cuyas nalgas eran notoriamente grandes y apretadas, pareció atraída por el surco profundo que ya conocía y llevando la lengua vibrante como la de un reptil por él, fue descendiendo hacia donde la esperaban los esfínteres.
Llegada al haz, lo estimuló dulcemente y respondiendo al suave meneo con que Jane manifestaba su satisfacción, aplicó ávidamente la ventosa de los labios esperando recibir el premio de las agradables mucosas pero como apenas debajo surgían la fragantes flatulencias de la vagina, no pudo resistir la tentación y bajando tremolante por el casi inexistente perineo, arribó a la caverna olorosa del sexo; mientras su dedo pulgar reemplazaba a la boca, la lengua penetró al cálido ámbito y el contacto con los verdaderos esfínteres que se abrían un poquito más adentro, la estremeció de goce por los sabores que sabía iba a degustar.
Mientras introducía la lengua entre las carnes que se habrían a su paso, fue recogiendo las suculentas mucosas cuyo sabor sólo hizo incrementarse aun más el terrible escozor que el gel provocaba en su sexo y hundiendo todo el pulgar en el recto, sumó al escarbar de la lengua el chupeteo desesperado de los labios: a esas alturas, ya Jane había conseguido la erección plena del falo y dándose vuelta, le indicó se acaballara sobre la entrepierna de su padre.
Con una nueva sapiencia instintiva, la chica supuso que se trataba de la posición dominante en que la viera satisfacer a Fred cuando este estaba particularmente cansado y efectivamente, cuando su madre la hizo levantar las piernas para quedar ahorcajada y acomodó sus rodillas casi junto al pecho de Fred, sintió que verga fabulosa del hombre que guiaba la mano de Jane, rozaba agradablemente los tejidos de la vulva; el recuerdo de la reciente penetración la llenó de una curiosa mezcla de temor con alegre expectativa.
Las manos de su padre acariciaron los muslos, recorrieron las nalgas para asentarse más tarde en las caderas y empujándola suavemente hacia abajo, la hizo descender hasta que la punta del falo conducido por su madre distendió la entradla sexo y gradualmente, el fantástico falo volvió a transitar su interior.
Con los ojos cerrados por la intensidad del sufrimiento que le proporcionaba el exquisito roce, lo sintió avanzar sobre los tejidos soflamados que la droga aun sensibilizaba más y, sin saber cómo, apretó involuntariamente los músculos contra ese adorable invasor; su padre observaba expectante las expresiones de ese rostro querido que, sin tener conciencia de ello, la pequeña hacía gesticular en rictus extraños y, abriendo la boca como a la búsqueda de aire, dejaba escapar junto a sus suspiros un suave jadeo de ansiedad.
Cuando sintió sus nalgas contra los muslos, Fred hizo una seña a su mujer quien, acaballándose de la misma manera detrás de la chiquilina, comenzó a acariciarla desde las nalgas y pasando por la zona lumbar, ascendió a lo largo de la columna hasta apresar los hombros; arrimando su cuerpo, rozó de arriba abajo la espalda de la niña con la punta de los senos, para después de aplastarlos contra ella, bajar las manos y llevándolas hacia el frente, atrapar con los dedos los tiernos pechos.
Verdaderamente, lo que sus padres hacían en ella superaba sus sentidos y exhalando profundos gemidos de placer, aferró entre los suyos los dedos de Jane y colaborando con ella, sobó y estrujó sañudamente las carnes, poniendo énfasis en el rascado a las aureolas y pellizcos a los pezones; atávicamente había ido meneando el cuerpo para sentir la inmensa verga estregando duramente su interior pero fue su madre quien se encargó de hacerle realizar un movimiento de abajo hacia arriba en un simulado galope sobre el falo que se movía como un martinete en la vagina.
Inexplicablemente, tanto para ella como para sus padres, asumiendo tal vez que esa era una actitud absolutamente natural, no sólo incrementó el ritmo del galope sino que empezó a menear la pelvis adelante y atrás, haciendo que la formidable verga se moviera aleatoriamente en su interior, raspando cada rincón del sensible canal; besando apasionadamente su nuca y el nacimiento de los cortos cabellos, Jane dejaba en manos de su hija el manoseo a los senos para hacer que sus dedos atraparan a los gruesos pezones y retorciéndolos sin dañar a la muchacha, clavaba sus finas uñas contra las corrugadas paredes de la mama.
Con su madre realizándole tan placentera tarea en los pechos y los dedos de una mano de Fred estregando al clítoris e introduciéndose junto al falo en la vagina, Mary se sentía en un paraíso de sensaciones que no podía dimensionar de tan dichosas y dejando escapar de su boca la exteriorización de ese hecho, hizo que fuera Jane quien decidiera ir hasta la concreción final del sexo más completo; volviendo a bajar del mismo modo que ascendiera, alojó nuevamente su boca en él ano que ahora estaba mas expuesto, ya que su marido había hecho inclinar a la chiquilina para que lo besara mientras él realizaba un trabajo parecido al suyo con los senos que pendulaban aleatoriamente a su frente por el movimiento de su hija.
Separándose de ella por un momento, Jane dejó caer una abundante cantidad de saliva en la hendidura y, despaciosamente, fue hundiendo a índice y mayor a la tripa; aunque ese sexo anal la complacía, a la virginidad de su ano todavía le costaba acostumbrarse a ser removida y en tanto que distraía su boca de la del hombre, alabó a su madre porque la hiciera disfrutar de esa manera pero le suplicó que no la lastimara.
Tal vez su inconfesado deseo de ser doblemente penetrada, era lo que ponía en la mente de Jane esa compulsión por hacérselo a su hija, en la certeza de que luego esta se lo haría a ella, pero sabiendo que esa iniciación no le sería incruenta a la niña, dulcificó el accionar de los dedos en el ano hasta que el nervioso meneo de Mary le hizo ver cuanto disfrutaba esa doble penetración; ciertamente, los profundos besos de Fred y la carnicería que este hacía con los pezones, sumados a su mismo flexionar de las rodillas para hacer que el cuerpo fuera violentamente al encuentro de esa verga que subía y bajaba por los rempujones de su padre y la experiencia inédita de los dedos entrando tan profundamente a la tripa en la exquisita sodomía, sacaban de quicio a la voluntariosa muchachita que entremezclaba el deseo voraz de su nacimiento a la sexualidad más primitivamente animal con la tenaz necesidad de satisfacer a padres tan bondadosos en cuanto ellos quisieran.
Por eso fue que cuando Jane apoyó contra los esfínteres que los dedos dilataran, la ovalada punta del algo con lo que pretendía someter al ano, instintivamente comprimió las carnes y los esfínteres se cerraron prietamente al tiempo que exclamaba lloriqueante que no la lastimara; nada más lejos del espíritu de su madre y diciéndole que sólo se trataba de un consolador que imitaba a un miembro masculino, volvió a hacerle distender las carnes con la boca y cubriéndolo de saliva, presionó delicadamente con el falo los esfínteres.
Fred sostenía acariciante pero firmemente la cabeza de la chica apoyada sobre su pecho y cuando su mujer comenzó a empujar lenta pero decididamente, los gemidos y el llanto de la chiquilina se hicieron hondos y estridentes al tiempo que le pedía por favor a su madre que no la obligara a semejante cosa eso, pero cuando su histeria estaba en el paroxismo, algún mecanismo interior de su cuerpo o vaya a saberse por qué circunstancia mental, fue cesando en los gemidos y del llanto quedó sólo un disparejo hipar en medio del cual convertía sus quejas en un enfervorizado asentimiento y cuando finalmente todo el consolador estuve dentro de ella rozando la verga de Fred a través de los delgados tejidos de la tripa y la vagina, la chiquilina levantó la cabeza para volver a buscar golosa los labios de su padre en tanto reiniciaba lerdamente el hamacar del cuerpo.
El espectáculo que brindaban los tres era espeluznante, ya que en tanto la muchachita devenida en salvaje hembra se prendía furiosamente a la boca del hombre, balanceando el cuerpo para que la grupa elevada se moviera adelante y atrás, arriba y abajo sobre el miembro de su padre, Jane hundía en el ano que dejaba al descubierto la posición de las rodillas abiertas, la replica fálica hasta sentir contra su mano los mojados tejidos.
No obstante haber sido espectadora de sus padres en relaciones parecidas, nunca jamás había imaginado que ella no sólo sería participe de esta sino que le tocaría ser el centro de atención de la pareja; ya su cuerpo y su mente habían aprendido a disfrutar de esos dolores que finalmente terminaban por convertirse en una inacabable fuente de placer y al sentir los dos falos llenando sus entrañas y transitando las carnes de la forma más perversamente deliciosa, proclamó su alegría por verse sometida de cal forma y los incitó a llevarla a los máximos niveles del disfrute.
Acomodándose mejor detrás de ellos, Jane dio al consolador ángulos diversos que arrancaron alegres asentimientos de su hija hasta que en un momento determinado, sacó el objeto de la tripa y liberando a la vagina del falo de Fred, fue introduciéndolo al ano; la diferencia entre las vergas era importante y conociendo el tamaño de la de su padre, la jovencita se preparó para un nuevo sufrimiento, pero tal vez a causa de su calentura o del acostumbramiento producido en la tripa; la inmensa barra de carne fue separando la estrechez de los músculos y eso le provocó uno de los mayores placeres de que disfrutara sexualmente hasta el momento.
Demostrando cuanto había asimilado y la firmeza de su voluntariosa entrega, se desprendió de las manos de Fred para incorporarse y enderezando el torso, redobló la flexión a las piernas para reiniciar aquella jineteada infernal que la satisficiera tanto; sorprendidos porque la pequeña hubiera no sólo aprehendido lo mejor y lo peor del sexo demostrando un solvencia e independencia que los superaba, la mujer volvió a ocupar un lugar a sus espaldas para friccionar los senos que levitaban pulposos y su padre se preocupo por dar a su pelvis un empuje tal que sus arremetidas combinadas con el galope de la chica, hacían chasquear sonoramente a las carnes por los jugos y sudores acumulados.
Demostrando un acelerado crecimiento sexual y parpadeando repetidamente para expulsar de sus pestañas las gotas de sudor y lágrimas ala vez que clavaba los dientecitos en el labio inferior reprimiendo sus gritos, Mary envió una de sus manos a restregar en recios círculos al clítoris mientras la otra se perdía en la hendidura entre las nalgas a la búsqueda del ano, al que penetró decidi
Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 4.49
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1 comentarios. Página 1 de 1
demetrio
invitado-demetrio 01-01-2013 00:00:00

sencillamente buenísimo, por la redacción, los tiempos, el morbo, de esos relatos que uno no quiere que terminen, que quedan en la memoria, para releer cada tanto, felicito al autor

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