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Capítulo 6. La transformación. Adiós adolescencia, adiós inocencia.

Adiós adolescencia, adiós inocencia.

Capítulo 6. La transformación. Debilidades.

Opiniones diferentes.

Mi enfermedad contribuyó en cierta forma a unir el grupo, pues desde aquel momento nos reuníamos para charlar con mucha más frecuencia. Los sitios de esos encuentros eran por lo general mi covacha debido al equipito de sonido y mi música, o el cuarto de Amigo, y algunas veces la habitación de ella porque era un par de centímetros más grande que las nuestras; en ese edificio vivían sólo chicas, lo cual era muy harto seductor para nosotros aparte de ser una tentación, me refiero a las otras chicas, pues ella ya tenía su amigo y por tanto no entraba dentro del posible botín. Debo confesar que ninguno de nosotros logró cazar pieza femenina alguna en el piso de su edificio debido a falta de esa continuidad y perseverancia para estar revoloteando por allí.

Cierto sábado de cuya fecha exacta no me puedo acordar, venía del centro berlinés en el metro con Quiteño, allí habíamos visto a una chica con una tremenda semejanza a la Hermosura. Al llegar a nuestro piso escuchamos mucha algarabía en el cuarto de Amigo; caminamos hasta el final del pasillo y entramos. ¡Qué tentación, pa´l coño´e la madre! Ella dominaba el ambiente sentada orgullosa en la cabecera de la cama trajeada con un vestido blanco enterizo cuya falda ancha tenía unos montones de longuilíneos pliegues regulares, cruzaba sus piernas cubiertas sólo por el color trigueño de su piel, zapatos negros cerrados y sencillos protegían y guardaban sus pies; su torso estaba envuelto en un suéter negro abotonado hasta la altura de la V del escote dejando ver las dunas de sus senos cayendo hacia su vertiente, las puntas de su cabello se conjugaban con el suéter prolongando su brillante color azabache; la expresión de su rostro era apaciguada, tranquila; sus largas tupidas cejas parecían haber sido acicaladas en un salón de belleza, perfectas; su respingada nariz seducía, sus carnosos labios cubiertos de maquillaje neutral brillaban y se entreabrían sensuales incitando mentalmente a ser besados apasionadamente. Una silla vacía junto a la cama, a sus pies, esperaba que alguien la ocupase; un magnetófono sobre la mesa dejaba escapar las notas muy aguardentosas de una grabación en vivo.

Permanecimos de pie; yo la contemplé escrutadoramente porque estaba en verdad como una chupeta a pesar de que la vestimenta y maquillaje eran simplemente sencillos, pero todo le lucía; ella se concentraba en el grabador, sobre todo en las melodías que de allí emanaban. Era una grabación de un intérprete incógnito acompañado por una guitarra. Seguí admirándola; entonces le conté en voz muy baja a Tano que habíamos visto una chica muy parecida a ella minutos antes en el metro; Tano me animó a hablarle: -"dígaselo usted mismo, vos ya hablas bastante alemán, y bien; aproveche pa´ que practique, cuéntele"-. Él le llamó la atención de manera directa: -"Astrid, Astrid; Arturo te quiere contar sobre una chica linda que vio en el metro"-; ella, sintiéndose como codiciada reina entre la jauría de jóvenes hambrientos de mujer, me alentó: -"¿ah si?; ven, siéntate aquí y me cuentas quién era esa chica tan interesante que vieron"-; cruzó discreta sus piernas para que no se le viese nada de su manjar íntimo, que ya le había podido admirar en la esplendorosa hierba de la residencia, sus manos se deslizaron lentas por su falda corrigiendo unos pliegues necios; me senté en la silla junto a la cama; se recostó en la pared e indagó curiosa: -"¿a quién viste en el metro?, ven, dímelo-; Amigo se inmiscuyó pesado: -"sí, sí cojudo pelotudo, cuéntenos; ja, ja, ja"-.

Ella cruzó sus brazos por debajo de sus senos haciéndolos resaltar aún más; se acomodó siempre tratando de no ofrecer o mostrar nada de sus piernas al tiempo que extendía su falda hacia sus rodillas, me sonrió sincera. Entre tartajeos y fisgoneos a sus piernas le conté la visión que habíamos tenido con Quiteño rato antes en el metro. Su reacción fue muy segura: -"bueno, quizás estaba allí en ese momento; y ahora, pues ahora estoy aquí; ¿verdad?"-. Sus dedos jugueteaban indiferentes con los obstinados pliegues de su falda; sus ojos me espíaban escondidos tras su negra cascada brillante, de sus labios emergía una contenida risilla pícara, alzó segura su vista y un mohín de su nariz decoró su gesto final: -"¿uh?"-. La persistencia de su vista horadaba en mí; ella me sonreía, no sé si coqueta, picarona, o burlona; silenciaba ametrallándome con su intensa mirada esmeraldada y segura.

La música continuaba emanando de la grabadora. De repente se sumió en un silencio mustio entre la algarabía de los demás. Agachó su mirada, sus ojos no se apartaban de la cinta que giraba perezosa y monótona esparciendo en el aire las aguardentosas notas de una ranchera antiquísima compuesta por José Alfredo Jiménez titulada <> y cuyo texto dice así:

Por el día en que llegaste a mi vida,
paloma querida, me puse a brindar
Y al sentirme un poquito tomado
pensando en tus labios
me dio por cantar.

En este caso era interpretada por una voz masculina desconocida para mí, no era un cantante famoso. Ella inclinó su cabeza entornando sus ojos al tiempo que apretaba sus labios escondiendo su rostro entre sus manos; su cuerpo fue víctima de una conmoción emocional cayendo en un mutismo total; silenciosa permanecía arrecostada contra la fría pared con la vista perdida hacia su plisada falda, sus carnosos labios entreabiertos como concha marina a la espera de su presa. Ella sollozaba muda, seca, sin lágrimas, sólo gimoteos; yo no comprendía nada y no sabía cómo comportarme.

Amigo se percató de su silencioso llanto y me hizo señas para que cambiásemos de asiento; le hice lugar y él vino a ella ocupando el puesto; apagó la grabadora y la tomó a ella entre sus brazos, ella tartamudeó palabras ininteligibles; salieron del cuarto. En el pasillo se oían sus voces bajas; la suya desconsolada, húmeda; la de él consolándola mientras la abrazaba. Nosotros quedamos en silencio total; Tano lo rompió aclarándome la situación de unos segundos antes: -"caribeño, esa grabación se la dedicó un mejicano de Tamaulipas que vivió aquí y fue su novio antes de ella conocer a Amigo; por eso las lagrimitas, pero ahora vienen"-, afirmó él seguro y conocedor de la situación. Confié en sus palabras; él pulsó el botón de la grabadora para seguir escuchando las melodías mejicanas ya bastante maduras en esos años.

Entraron nuevamente y ella se dirigió a su sitio; prosiguió oyendo las rancheras pero ahora sin sollozar.

Me oteó insinuándose en sus labios una leve sonrisa; sus pupilas brillaban más intensas que de costumbre por causa de la humedad lagrimal. Amigo se sentó cerca de ella para platicar amenamente con nosotros sobre temas que ya, sinceramente, se me han olvidado. Yo la espiaba de reojo, sus verdes esmeraldas refulgían. Estaba bella, muy bella. Este comportamiento tan melancólico me sorprendió porque yo la había escuchado criticando acérrimamente en ocasiones anteriores los almibarados textos románticos de las canciones latinoamericanas; sin embargo, en ese momento se sintió tocada con las interpretaciones del tamaulipeco al experimentar en carne propia el mensaje de la aguardentosa ranchera; a un alemán nunca se le ocurre decirle a su chica que ella es su <>.

No transcribiré el texto para no aburrir a los lectores; y además, según Tano, ella se sintió triste más por escuchar la voz del admirado desaparecido que por el texto de la melodía.
Luego de aquella larga tarde de parranda nos sentíamos más unidos y atados entre nosotros. De vez en cuando nos reuníamos con Tano y Amigo en el cuarto de ella para platicar sobre temas diversos. Cierto día cayó la diferencia entre las clases sociales y se armó una ardiente discusión. Ella, sentada en su lecho se cubría sus deliciosas piernas con una cobija y escuchaba interesada la animada refriega verbal. Amigo empezó a burlarse de las clases medias, bajas y pobres en los países latinoamericanos. Él, hijo adoptivo de un poderoso empresario en su país del cono sur defenestraba falazmente: -"ah sí, esos pobres cojudos que quieren llegar a gobernar en esos países, unos soñadores pelotudos; que sigan comiendo mierda y de la bien hedionda, ja, ja, ja, sobre todo esos indios cabrones que se lo pasan borrachos con pisco entrándole a patadas a las indias putas ésas"-.

Yo, primogénito de una familia de clase media baja en mi bello país caribeño, escuché su crítica cargada de desprecio hacia su pueblo, pues él era de origen indio. Ello fue suficiente para que yo estallara verbalmente en una mezcla de alemán y español recriminándole su despreciativa fantochería: -"caricatura de Rockefeller, mírate bien en el espejo para que sepas de dónde vienes y quiénes fueron tus antepasados, y si no lo sabes, pues te lo digo yo; agradece que te sacaron de la oscura pauperrimidad del orfelinato y ahora vives en Europa como si fueses descendiente del germano Arminius; pero en realidad eres sólo un desperdicio que nadie quiso retener y te tiraron a la calle para que te recogieran. Reconoce que eres parte de ese pueblo del cual te mofas, y acuérdate de una vaina: <>; Rockefeller baratísimo, bolsas engreído"-.

Se levantó furibundo de su asiento y me echó de la habitación de la Hermosura: -"te vas a la mismísima y reputísima mierda ahora mismo, te largas ya de aquí y te vas a tu cuarto a hacerte la puñeta porque no eres capaz de conseguirte una mujer tan buenota como la mía, cojudo pelotudo; coma mucha mierda, boludo. Y la próxima vez que te enfermes, ojalá que te dé una pulmonía, y olvídate que mi mujer no te va a atender, ni nada"-. Ella calló y agachó su cabeza; Tano silenció y salió conmigo en señal de solidaridad, pues él también pertenecía a una familia de poco poder económico en su bella Tiquicia.

Al salir del edificio Tano se lamentó: -"Maje, ahora será muy difícil que la vuelvas a ver, pues Amigo no te va a perder de vista y le va a prohibir las clases de español; no es para menos, pues con lo buena que está… !Ahh!, pero la otra, la hembrilla rubiecita ésa del otro día, le vamos a hacer la cacería porque te tienes que conseguir una hembrilla bien bonita, buena y sabrosa; ja, ja, ja; pa´ que la cojas día noche y la goces hasta hacerla pedir más, más y más verga parada y puntuda; ja, ja, ja. Además, usté con esa pinta de árabe que tiene, el pelo bien negro, la piel morena y los ojos oscuros, sólo necesitas picarle el ojo a las hembrillas y ya está; Maje, ojalá yo fuese así; bueno, podrías ser un poco más alto, ja, ja, ja. Sí Maje, usté con esa pinta; por eso ella te buscaba, lo de las clases para mejorar su español era pura excusa, ella quería algo más que mejorar su español; pija, sí pija quería, aproveche, quizás resulte todavía algo por ahí, no se sabe"-. Palmoteó hombretón mis espaldas para consolarme. Entré a mi habitación buscando mis libros para sentarme a estudiar, era la única alternativa en ese momento.

En realidad no le di mucha importancia al hecho, y mucho menos a las aleccionadoras palabras de Tano, me concentré en mis libros. Yo le entendía poco esa retórica suya referente a mi aspecto físico y probabilidades de éxito con las chicas, no le di ninguna trascendencia porque no se la comprendía. ¿Yo árabe? Ja, ja, ja, ja, ja. Su verborrea no era vulgar.

Ellas, las deseadas imposibles

Después del altercado verbal se terminaron las clases de español para ella; ya no me corrigió más mis errores en alemán y nuestro contacto se limitó a los encuentros casuales en el patio de la residencia o en los buzones de la misma, pues si nos tropezábamos en nuestro piso, se limitaba a arquear sus cejas o a relampaguear con sus ojos; Amigo la celaba mucho. No era para menos. A pesar de todo, me llamaba la atención ver que ella rondaba casualmente por la esplendorosa hierba si nos veía practicando fútbol. A veces el balón se escapaba hasta las cercanías en donde ella estaba tendida asoleándose, allí yo aprovechaba para saludarla e inquirirle cómo se encontraba. Sus respuestas eran monosílabos casi insonoros y miradas lúgubres. Yo no le daba importancia absoluta a esos gestos y continuaba con mi fútbol, ella se levantaba apaciblemente para dirigirse a su edificio; yo me deleitaba observando su caminar cadencioso, así como su bikini verde que se hundía goloso entre la cañada de sus firmes glúteos.

Ambas chicas desaparecieron de mi vista. La deidad escandinava se dejaba ver de vez en cuando entre los buzones para luego convertirse en anhelo inconcluso. Y nada más. No me era posible admirarla de cerca para aspirar de su etéreo aroma femenino, para admirar la cadencia parsimoniosa de sus frágiles caderas al deslizarse por la estrecha calzada que unía los edificios de la residencia; ni siquiera tartamudearle un breve piropo. Mis infructuosas cacerías desembocaban en frustraciones delirantes porque terminaba en la escalera del asilo de ancianos cercano a la residencia. Allí, sentado en el frío vespertino, esperaba largos minutos para hablarle; mas ella, como doncella apetecida, se escondía en los vericuetos de su trajinar.

¡Qué desilusión! La Quimera inalcanzable -la deidad escandinava- con el nombre impronunciable para mí en aquellos primeros años -Hildesonnentraude- que me robaba la tranquilidad al aparecerse. Mis ojos se encendían humeantes al pensar en los aturquesados suyos, sus gráciles caderas sinuosas y su aurífera colita de caballo. Qué cosa más linda y bella. Uhm.

Luego la mujer de presencia imponente y mirada refulgente; ella, la hembra con su cabello largo azabachado y sus ojos esmeraldados; ella, la Hermosura de piel trigueña y andar seguro; ella, la mujer hecha y derecha, la deseada por todos los machos cabrios e inundada de cultura general, lectora de Tolstoi, Kafka y Mann; ella, la admiradora del ya extinto Che Guevara; ella, la acérrima enemiga* de su "supuesto" futuro suegro, el empresario en el país surandino. *<> le había dicho a él en una acalorada discusión en la cocina de su piso. <>, fue la reacción de Amigo.

La Hermosura quien me hacía retronar el corazón como motor de cohete, y me devolvía la calma con sus firmes y alentadoras palabras de ánimo, con sus encendidas miradas cargadas de luminiscencia comprensiva. A olvidarla. Bien. De todo ello me tuve que olvidar y distanciar, incluso guardar en el trastero de los recuerdos. Ambas seductoras, hermosas y bellas a su propia manera. Únicas en su manera de ser y comportamiento, pero lejanas. Me concentré en mi estudio totalmente.

Febrero de 1969. La nueva gallada

Poco a poco fue llegando el final de la estancia de algunos de mis amigos en la residencia. Tano y Adelmo se irían al sur alemán; Tano al lago de Constanza en la frontera con Suiza, y Adelmo a Coburg en Baviera. Tano se despidió muy cortés, pero rápido porque ya estaba empatado con una berlinesa y la vaina iba para mucho tiempo. Un abrazo y la promesa de cartearnos, salió de mi covacha y se perdió hacia su cuarto para terminar de hacer la maleta, al día siguiente partiría temprano. No lo vi más. Adelmo vino con una botella de ron y sus discos de música carioca, así como el elepé de Roberto Yanés. Brindamos por el futuro, colocó su música y bailoteó un rato largo hasta cansarse, entonces me ordenó poner los boleros del gaucho y su rostro se transformó en una única máscara de melancólica tristeza, se me acercó para propinarme un abrazo fraternal mientras balbuceaba sollozante: -"caribeño, tú eres meu irmão*; sí, meu irmão; puta merda"-. Se despidió bastante lloroso; pobre garoto, me dije. Al poco rato volvió para regalarme el disco del gaucho Yanés. ¡Qué gran amigo fue el garoto! *Hermano.

Así también Bocazas y Quiteño deberían partir; Tartajo y Cassius Clay aún no. Las despedidas con ellos fueron muy parcas, sin muchas emociones por que desaparecían luego de una somera despedida verbal y un fraternal abrazo, así como la promesa de escribir y volver a Berlín antes de mi partida, que sería un año más tarde. Ahora era yo su sucesor como guía de los nuevos por llegar pronto. Las habitaciones dejadas por los arriba nombrados fueron ocupadas por los nuevos, que esta vez procedían de otros países latinoamericanos.

Dos jovenes chapines -guatemaltecos- y dos gauchos, un brasilero de no muy buen carácter, totalmente diferente a Adelmo; rubio, de ojos azules y larguirucho como una palma de bambú, hipócrita y falaz de nombre Fredo. Estos eran los nuevos habitantes y compañeros míos. Para esa época había mejorado mucho mi alemán, ello me sirvió para ser traductor de los nuevos en sus conversaciones iniciales en la empresa. Ellos me agradecieron mucho ese desinteresado gesto mío, en especial uno de los gauchos llamado Bruno porque él ya hablaba bien, pero no estaba acostumbrado todavía a las piruetas del idioma en el propio país, Alemania en este caso. El otro gaucho se llamaba Meno; uno de los chapines era Muñoz, de jovial carácter; el otro, menos simpático, tenía un nombre florido, Ramos.

También llegó al piso un alemán bullicioso de nombre Raini. Al mismo tiempo llegaron otros practicantes con quienes tuve poco contacto, aparte del saludo, por ello nunca supe sus nombres. Ellos vivían aislados; nosotros, al contrario, mucha juerga y fraternal contacto.
La fuga a Río de Janeiro Bruno, el bonaerense, era un joven jovial, dicharachero y siempre dispuesto a echar una cana verbal al aire.

Cierta tarde nos reunimos en mi cuarto para platicar sobre nuestras vidas anteriores a conocernos. En aquella ocasión habíamos cocinado juntos recetas de nuestros países respectivos, luego fuimos a mi cuarto para escuchar música suramericana porque yo poseía una gran cantidad de elepés comprados en Berlín Occidental.

Hablábamos y narrábamos todos al mismo tiempo hasta que Bruno* se ofreció para contarnos una parte de su infancia en su <>, tan lejano y añorado por él. *Antes de iniciar este relato debo comentar que Bruno me apreció mucho desde el primer instante en que entramos en contacto, pues su hermano menor se llamaba Arturo. Bien, yo me llamo Arturo y era menor que Bruno. Es decir que él se auto nombró mi hermano mayor y me declaró ser su hermano menor al enterarse de mi nombre.

-"Che, escúchenme, les voy a contar una historia de mi infancia; Arturo, bajále el volumen al fonógrafo y no hinchés tanto las pelotas"-. Risotadas fue la respuesta general; yo apagué el tocadiscos y nos aprestamos a escuchar una narración de su infancia allá en su barrio bonaerense llamado Belgrano.

Encendió un cigarrillo, aspiró y animó al grupo: -"che, y traigan birra pa´ ponerle alegría a la historia de mi viejo en Buenos Aires"-. Ramos y yo fuimos a la cocina para traer cervezas temperadas, así como una botella de vino. Al regresar estalló en exaltados gritos: -"che, fenómeno, bestial; Arturo, y descorchá ya el vino"-. Carcajadas sonoras se oyeron. Él entonces inició el recuento sobre la vida de sus padres en su bello y querido Buenos Aires.

-"Y mirá che, mi viejo era estoniano, eso queda por allá bien arriba en la puta mierda, muy cerca del polo norte, llegó a Buenos Aires con una mano alante y con la otra se tapaba el culo porque venía huyéndole a Adolfo Hitler y su Gestapo carnicera. Estaba muy pibe y estudió derecho.

En la universidad conoció a mi vieja y se casaron después de los estudios, ambos se graduaron de abogados. Pero che, mi viejo era un pelotas como abogado, mi vieja lo tenía que defender siempre. Sabés, el prefería irse de farra con putas y tangos, o ir al hipódromo de Palermo con sus amigos para apostarle a los caballos. Y la que lo parió; mi viejo siempre perdía las apuestas, era un pelotas.

Y la mierda, siempre perdía todo, y cuando llegaba a la casa la vieja le armaba tremendo quilombo: <>.

Pero sabés che, mi viejo siempre la convencía y terminaba cogiendo a la vieja con su tremenda pinga en el baño, en la cocina, en la sala. Mirá, mirá, una pinga así de grandota y gruesota. [Sus manos exageraban elocuentemente el tamaño del pene de su padre]. Él se levantaba y ella le daba más pesos pa´ sus apuestas. Ja, ja, ja, y con mi hermano Arturo nos escondíamos debajo del sofá pa´ ver cómo le hacía el viejo a mi vieja; le arrancaba la pantaleta y chaass, se lo zampaba sin perdón; y mi vieja chillaba: <>

Y che Arturo, boludo, servíme otro vino pa´ seguir, éste ya se acabó"-. La hilaridad reinaba en el ambiente, le serví su vino y Meno lo aupó: -"y che Bruno, boludo, seguí pa´ saber qué hacía tu viejo en tu Buenos Aires"-. Meno era de Paraná Entrerríos, una ciudad en el interior argentino.

Bruno alzó su copa bebiéndose el vino de un trago, colocó la copa en la mesa, carraspeó picarón y prosiguió. -"Y mi viejo cogía a la vieja, la llenaba de leche y se largaba pa´ l hipódromo en Palermo, o pa´ los burdeles de la Boca con sus amigos. Mi vieja trabajaba con los otros abogados, mi viejo se gastaba los pesos en farras con sus amigos, empanadas, putas y apuestas a los caballos; pero, y bueno, ahí íbamos. Che Arturo, otro vino, boludo"-.

Nuestras carcajadas retumbaban en todo el piso ocasionando que aparecieran otros personajes del piso: Fredo, el nuevo brasilero, tomó asiento, Bruno continuó con la truculenta historia de su infancia. -"Che brasilero, sentáte. Gracias Arturo; eh, qué vino tan bueno, salú. Sabés che, mi viejo era muy fumón y yo le tenía que comprar los cigarrillos en el boliche de la esquina. Un día nos dice: <>. Y salió del apartamento con su traje oscuro, de corbata y sombrero; sabés, como Carlitos Gardel.

La vieja regresó de su trabajo en la tarde y preguntó por el viejo. Y yo le dije que estaba comprando cigarrillos, la vieja se fue a la cocina a preparar la cena, volvió pa´ preguntar otra vez por el viejo: <> Y yo, despreocupado, le dije que desde el mediodía, ella aulló sorprendida: <<¿quéé?, ¿desde mediodía?, andá Bruno y preguntále al del boliche dónde está tu papá.>> Y yo salí pa´l boliche. Che, al rato regresé llorando y la vieja se asustó: <<¿qué pasó Bruno?, decíme>>. Ja, ja, ja, y yo le dije que él viejo se había largado pa´ Río de Janeiro, había dejado un papelito y unos pesos con el dueño del boliche.

Che, mi vieja empezó a putiar: <>. Ja, ja, ja. Y la tuve que interrumpir pa´ aclararle: <>. Y mi vieja saltó: <<¿qué?, ¿ese hijo de puta te robó tus ahorros de la alcancía?, me cago en la que lo parió>>. Luego ella leyó la nota del viejo y salió furiosa del apartamento: <>. Me haló de las calzonarias pa´ que la siguiera"-.

El pelotudo del boliche nos confirmó: <> Y los pesos eran los de mi alcancía, ja, ja, ja, che, y la puta que lo parió, mi vieja aullaba de la furia; y nosotros llorábamos por el viejo y por el susto de verla tan furiosa.

Che, y regresamos al apartamento bañados en lágrimas, mi vieja agarró la foto del viejo y la tiró gritándole: <>. Y lloraba la pobre vieja abrazándonos.

Y saben muchachos, nunca más supimos nada del viejo; quizás tengo hermanitos de color café con leche allá en Río que lustran zapatos, o hermanitas que bailan samba y recogen los cruzeiros de los clientes en la arena de Copacabana. Che, Arturo, otro vino boludo, apurá"-. Le serví su enésima copa acompañado de las carcajadas nuestras, así como de los comentarios muy sarcásticos de los presentes.

El brasilero ártico sonreía a medias, pues las alusiones de Bruno sobre las mulatas cariocas le habían caído muy mal. Bruno no se inmutó y cargó más: -"che, Fredo, y contános, ¿cómo son las garotas en Río?, ¿cómo lo menean?, contá"-. Mas el carioca de aspecto gélido sólo torció sus labios en señal de desagrado y salió de la habitación; Bruno cargó: -"che, Fredo, ¿y sos virgo?, con tanta garota allá en Río y Copacabana"-; Fredo respondió ya afuera: -"vai a merda, filho da puta"-. Ja, ja, ja.

Aquella velada terminó en una borrachera borrascosa mezclada de carcajadas, lágrimas y problemas, pues el conserje se apareció a las 10 de la noche para mandarnos a callar, por ello los líos; Meno se escondió tras una cortina y protestaba porque, dizque, le habían apagado la luz, luego se encerró en mi armario para la ropa con un cigarrillo encendido y casi provoca un incendio; risas por las anécdotas narradas por Bruno; y lágrimas por los rechinantes efectos de la caña y mi música latinoamericana. Una velada inolvidable.

Continuará. Capítulo 7. Tropezones fortuitos.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25140
  • Fecha: 17-01-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 6.05
  • Votos: 19
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6101
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