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Categoría: Confesiones

Capítulo 11 - Las semanas posteriores. Adiós adolescencia, adiós inocencia

Adiós adolescencia, adiós inocencia

Capítulo 11 - Las semanas posteriores. Un alegre reencuentro.

Luego de despedirme de ella en aquella tarde otoñal, inicié el camino hasta mi edificio reflexionando sobre ese par de días transcurridos en su nido, me parecía mentira que todo eso hubiese sucedido; pero era cierto. En mi espalda y pecho sentía las muestras de su desenfrenada pasión, un leve ardor se producía al frotarse mi camisa con mi piel en ambos lugares producto de su feroz aferramiento con sus uñas; mi boca y lengua parecían sostener entre ellas las gustosas y delicadísimas carnes de sus labios vaginales junto con su tenue vellosidad; en mi nariz llevaba aún el aroma de su intimidad paradisiaca, mi pelvis parecía estar sobre la suya porque oníricamente palpaba la presión ardiente de sus embistes en busca de complacencia; las yemas de mis dedos creían estar aún explorando su piel, su cabello, la voluptuosidad de sus senos, y arrullándole su sensible <>.

Así iba caminando ensimismado con ese remolino de pensamientos en mi mente, pateando lo que se me presentaba al alcance de mis pies, de repente alcé la vista y vi que en nuestra cocina habían varios de nosotros, reconocí a uno de ellos que había partido meses antes. Corrí con el maletín a cuestas, entré al edificio y subí las escaleras como una exhalación, entré a la cocina y él aulló entre muy estruendosas carcajadas: -"Maje, Maje, ja, ja, ja, ya me contaron todo; te lo dije, te lo dije, esa hembrilla suspiraba por vos, y vos no te dabas cuenta; metiste la pata al peliarte con Amigo, pero no importa; más vale tarde que nunca"-. Era Tano, mi gran amigo del alma que estaba ahí con los chapines y los gauchos, y quien estaba pasando unos días en Berlín visitando a su futura esposa berlinesa. Aprovechó que ella vivía cerca de nuestra residencia para darse una vuelta por allí. Inició un acribillamiento verbal pues quería saberlo todo de mis labios, a pesar de que Arodi ya le había narrado con detalles los hechos de la aparición de ella por nuestra residencia y el par de días que había permanecido en mi cuarto, así como su reaparición. Sus cejas se enarcaron al expresar su satisfacción: -"volvió a buscarte, te fijas, le gustó, le gustó; Arodi me contó que estuvo esperándote a la puerta de tu cuarto un rato largo; ja, ja, ja; aproveche Maje, aproveche"-. Nos abrazamos masculinamente para congratularnos mutuamente por el reencuentro y brindamos al ver que el tiempo no nos había separado. Él, Tano, arrancó con su indagatoria para querer saber qué había pasado entre ella y mi persona, y desde cuándo estaba así todo organizado. Arodi, mi gran amigo chapín, le había contado ya muchas cosas sobre mi supuesta relación con la Hermosura con mucha ayuda de los gauchos quienes exageraban al máximo todas las situaciones vividas y las cuales ya narré en capítulos anteriores.

Era aún temprano en la tarde y decidimos alargar un poco el final del fin de semana. Tano era el motivador con su sonrisa a la Clark Gable. Meno también había tenido un par de días agradables y estaba que no se podía contener de tanta emoción y dicha. Bruno lo animó para que nos contara su anécdota cuyo actor -actriz- principal era, lógicamente, una chica alemana. Meno, más rubio que los alemanes nórdicos, de ojos azules y contextura bastante fuerte, aun cuando nunca había practicado deporte alguno, inició la narración de su experiencia con la chica que había conocido el viernes en la noche en un club para alemanes y extranjeros. Había aterrizado allí por casualidad luego de andar deambulando por las discotecas que había por esos años en aquella ciudad. Pero dejemos que él mismo nos narre sus peripecias adornadas con sus expresiones rioplatenses.

-"Che, de repente estoy en la barra sentado chupándome un vino para pasar la furia de las otras discotecas cuando se me planta una flaca pálida casi desafiándome. Che, pensá, una alemana me desafía a bailar; con la furia que tenía en ese momento me chupé el vino de un trago y me bajé del banquito alto para complacerla. Y esta hija de puta me atacó con todo, una mano suya me agarró de las nalgas, la otra me la pasó por debajo de la axila para jalarme hacia ella. Che, y se armó un besuqueó; no me soltaba y me decía una cantidad industrial de boludeces que yo no le entendía, y la hija de puta me tiraba besos como si yo fuera una mina*. *Chica.

Che, y de pronto me dice que nos fuéramos a su apartamento que está en el culo del mundo, bien lejos; la puta que lo parió, pero fui pa´ llá con ella. Che, en el metro no paraba de tocarme esa hija de puta, me echaba mano por toda mi pinga sin dejarme pensar y me besaba como si fuese la última vez. Qué ataque; la puta que lo parió.

Al fin llegamos a su apartamento de mierda, allá se desnudó apenas entrar y me bajó el cierre del pantalón, metió la mano y me lo atacó ferozmente; sabés, me le hacía nudos y más nudos con su mano. Che, qué mamada me le dio y lo agarraba haciéndole nudos hasta que por fin ella se abrió de piernas y me volví una bestia fornicadora. ¡Che!; ¡qué vivan San Martín y Simón Bolívar, todo por Latinoamérica!, me dije, y la complací; se lo hundí todito, hasta que las pelotas le refregaron el culo; y la hija de puta chillaba pidiendo más, más, más. No me dejó dormir en toda la noche la hija de puta ésa, después de cada polvo me lo chupaba hasta que se me paraba la pija y se la metía otra vez pa´ que supiera como es un fierro pampeano; estoy hecho una mierda. Y vos Bruno, ¿cómo lo pasaste"-.

Bruno con su maravillosa socarronería le respondió lacónicamente: -"Meno, y tengo dos; dos que no protestan nunca y siempre dicen sí; míralas"-. Y extendió ambas manos carcajeándose: -"ja, ja, ja, ja; mirá, la derecha es la suiza, y la izquierda es la alemana; y qué temperamento, me hacen revolcar; no necesito más; ja, ja, ja"-. Su carcajeante algarabía nos contagió por su dribbling a la pregunta de Meno. Bien, Bruno tenía dos complacientes manos. Ja, ja, ja.

Ramos silenciaba meditabundo; Arodi se notaba distendido dando a entender que su fin de semana había sido muy placentero, pues su Heike se lo había llevado para su edificio ambos días. Tano volteó sus ojos hacia mí con su sonrisilla de actor gringo de la década del 50 para bombardearme frontal: -"Maje, cuéntenos, ¿cómo pasaste estos dos días con ella?"-. Me revolví en mi asiento, encendí un cigarrillo, aspiré profundo y exhalé el humo en gruesas bocanadas; los observé dejando que aumentase el suspenso, pues se imaginaban que les contaría una larga sarta de anécdotas con detalles íntimos de una feroz relación sexual; los decepcioné: -"estudié y aprendí mucho; ya me sé todos los nombres de las herramientas y máquinas; es tranquilo su apartamento, no hay bulla ni nadie echando vaina; y preparamos juntos una lasaña; mucha paz en su cuarto"-.

Bruno reaccionó efervescente: -"che, no me digás que estuviste todo el fin de semana con esa morocha tan espectacular y te ocupaste solamente de aprenderte los nombres de esas boludeces, y luego le horneaste una lasaña pa´ que ella se jartáse de hojitas de pasta rellena; no boludo, no me cagués. Vos ya estás muy bien preparado para el examen y si no lo aprobás con un excelente, entonces es porque sos un verdadero pelotudo. Mirá, no hinchés las pelotas y contános cómo se lo hiciste. Che Tano, esa piba vino a buscarlo dos veces, estuvo aquí varios días con él; y ahora este boludo va a su apartamento y dizque no le hace nada, que estuvo sólo estudiando, andá cagá caribeño; y Tano, decíme, ¿vos creés que sea tan repelotudo y haya ido sólo a estudiar alemán, álgebra. Y esas mierdas?"-.

Meno se le unió en solidaridad gaucha: -"mirá boludo, no nos cagués con esa fanfarronada; la mina estuvo aquí parada frente a la puerta de tu cueva esperándote, ella quería comer más de tu pinga; y ahora no nos digás que estuviste allá dos días con los cuestionarios aprendiéndotelos de memoria como un seminarista; andá y cagás a otros, pero no a nosotros porque tan reboludo no sos; contá che, contá que seguro fueron dos noches de mucha lujuria tropical, pues la mina tiene facha de ser una máquina pa´ coger; contá, estás entre amigos*. *¡Y qué grandes amigos!, gracias dios mío por haberlos puesto en mi camino, muchas gracias.

Che, dame la mano. Puf. Y la reputa que lo parió boludo, le huele a pura concha, y bien fresquita. Yyy le metiste los dedos bien hondo boludo. Che, anda cagá con la historia de tu estudio y aprendizaje de esos nombres de mierda; contános qué le hiciste y qué te hizo ella"-. Meno se había aprovechado del momento y tomado una mano mía para olisquearla; ja, ja, ja, este gaucho era un verdadero detective; me ruboricé cuando él descerrajó esa frase imprevistamente; ahora todos querían oler mis dedos; Meno continuó: -"y la samputa, cómo tendrá la lengua; llena de pelos de la concha; ja, ja, ja. Che, hablá y contános; estamos en confianza, como en familia; sabés, vos, Arodi, y yo estuvimos cogiendo con cada piba suya; contános"-.

Yo fumaba y silenciaba exasperándolos; Arodi tomó la palabra: -"si no quiere contar, entonces no se le puede obligar, puuhhchica chingaos"-. Con su sonrisilla angelical recorrió los rostros de los presentes; risas mudas, nada más. Tano comprendió mi táctica y me defendió: -"yo lo conozco bien a él; no quiere confesar que gozó y disfrutó de ella y con ella, él es un poco egoísta, no es para menos; esa hembrilla tan buenota, seguro gozó mucho con ella, je, je, je"-. Las palabras de mi gran amigo tico calmaron la alegre situación; mas Tano no daba su brazo a torcer, se me acercó y me invitó a una cerveza en un bar cercano: -"Maje, vamos y nos tomamos una birra en el barcito de Peter aquí a la vuelta de la esquina, tú lo conoces, yo pago la ronda, una segunda, y hasta una tercera"-. Su curiosidad no tenía fin, él quería saber qué había pasado ese fin de semana con ella. Los demás se abstuvieron de acompañarnos porque la invitación suya había sido muy concreta.

Fuimos al sitio por él señalado para calmar su curiosidad, de camino a la taguara recordaba todas sus anécdotas vividas en ese lúgubre barrio berlinés. Llegamos allí y él entró dirigiéndose al dueño del sitio a quien conocía ya de otros días, lo saludó cordial: -"hola Peter, estoy por aquí en Berlín otra vez, por favor, dos cervezas y dos raciones de papas fritas con salchichas"-. Peter me miró de reojo y se limitó a señalarnos una mesa para que nos sentáramos, vino pronto con el pedido. Peter llegó con el cargamento de cerveza y papas fritas, me observó de reojo anotando: -"¿de dónde sacaste a este árabe?, es muy moreno y tiene el pelo casi azul"-; Tano lo corrigió: -"no Peter, no es árabe, es caribeño, de Venezuela".- Peter me miró, sacudió su cabeza y colocó los manjares en la mesa, la cuenta se la entregó a Tano y se retiró mirándome sin comprender nada.

Tano inició entonces su bombardeo para saber todo. -"Ahora sí Maje, cuénteme qué paso y todo lo que le hiciste a Astrid porque ella sentía algo por vos a pesar de que te peliaste con Amigo, pero ella te tenía en su cabeza; bueno, pero cuente, cuente"-. Trastabillé verbalmente al tratar de comenzar mi historia, lo observé unos segundos, tomé un par de papas fritas, bebí de la temperada cerveza e inicié la historia por él deseada para así calmar su curiosidad. A medida que yo narraba, más se abrían sus ojos debido a la divertida sorpresa fingida: -"¡no puede ser Maje, no puede ser!, ¡y todo eso hicieron?. ¿Le metiste la lengua en la chocha y le sobaste el gallito con la lengua?, qué sabroso Maje. ¿Y le sobaste el anillito también a puro lengüetazo?, ¿y los pelitos de las nalgas son amarillitos y sedositos?, qué divinos. ¿Y toda bien llena de perfumes?, ah, qué sabroso meter la nariz y que todo le güela a fragancia. Pa´ no sacar la lengua nunca.

Uy, pero entonces te permitió muchísimas cosas más que a Amigo, pues él me contó que ella no se dejaba ni tocar el ojito, mucho menos que se lo lambiera o metiera; ahora te tienes que comer ese culote suyo porque lo tiene muy grandioso, glorioso. Uhm, qué dicha pa´ vos Maje; esa mujer te aprecia, me di cuenta desde la vez de tu fiebre. Te enjabonaba y masajeaba la pija y las bolas disfrutando toda golosa, como si ya fuera de ella, ya se sentía casi su dueña y te la medía toda garosa, especialmente te refregaba la cabeza con el jabón pa´ que se te parara y saber qué grande lo tienes, je, je, je, je, muy pícara es en medio de su seriedad. Uyy Maje, aproveche, aproveche.

¿Y ella te lo agarró, te lo chupó, y hasta se tragó todítica la leche que le fumigaste?, uf, qué hambrienta es; uy, pero es mucho lo activa, y vos también lo eres, bueno todavía estás muy carajillo y tienes mucha energía. ¿Qué?, ¿tres polvos en la noche y dos en la mañana?, ¡y uno bien sabroso en la siesta pa´ despedirse?, bien, bien. Pero qué hambrienta es esa hembrilla, uuf; pa´ pasar un verano con ella en la playa cogiéndola día y noche. Ja, ja, ja; seguro que la boca y los dedos te saben y güelen a miaítos bien calienticos, ¿verdad?, el gaucho tenía mucha razón, ja, ja, ja. Peter, otra ronda de cerveza y papas con salchichas, yo pago hoy pa´ celebrar con este amigo.

Bueno Maje, salú; ahora sí aproveche todo lo que pueda y cójala todas las veces que pueda porque ella está ahora sin macho y vos eres un carajillo con mucha energía, y eso lo sabe ella muy bien; aproveche Maje. ¿Y dizque no se dejó coger cuando estuvo aquí huyéndole a Amigo! ¿es cierto eso?, ¿dizque tenía una irritación vaginal y le ardía mucho si se lo metían toditico porque estaba convalesciente?; vos eres muy arrechamente lo súper macho, pues tener a esa hembrilla en la cama y no cogerla. Uf, yo la violo enseguida Maje; ja, ja, ja, ja; bien Maje, bien, salú"-.

No podía contener su espontaneidad y reía nerviosamente oyendo mi narración sobre los hechos desde el momento en que ella se había aparecido casualmente por la residencia hasta ese fin de semana que estaba por terminar. Repetía mis frases mientras engullía papas y bebía birra. Dejé de lado el hecho de que por primera vez yo había tenido una relación sexual con una mujer. No tenía por qué saberlo.

Me felicitó muy machamente varias veces, pagó la cuenta y salimos del local. Él se fue en su escarabajo y se perdió en la neblina otoñal. Nunca más lo volvería a ver personalmente. Nunca más; qué lástima ese amigo del alma. Él terminó preso en una cárcel de la República Democrática Alemana por tratar de ayudar a alguna gente para huir de las garras del comunismo de Berlín Oriental a Berlín Occidental. Ello causó la destrucción de su matrimonio y luego de la caída del muro fue liberado y retornó a su Costa Rica. Adiós gran amigo tico y suerte allá en tu San José, tu bella tiquicia.

Aquel domingo en la noche me fue muy difícil conciliar el sueño, daba vueltas en la cama repasando todos los hechos de ese fin de semana que agonizaba y se iba refugiando ya en el baúl de los recuerdos. Me miré en el espejo para contemplar las huellas de su incontenible fiereza que se le había escapado durante nuestras ardientes copulaciones; olí mis dedos tratando de comprobar si eran verdaderas las afirmaciones del gaucho; pura mentira, pues nos habíamos duchado y aseado meticulosamente luego de habernos amado hasta la saciedad y extenuación, saqué la lengua para contemplarla, ya que con la misma había recorrido su cuerpo desde arriba hasta abajo provocándole espasmódicos calambres corporales; y me miré el miembro para ver si había cambiado, pues en mi colegio se hablaba siempre del famoso y temido <>, que era muy doloroso, afirmaban. Pura paja y mentira eran esas habladurías de aquellos compañeros de estudios de secundaria. Volví a mi lecho tranquilizado, sudaba copiosamente aunque tenía apagadas la luz y la calefacción de mi covacha, fumaba desesperado como tratando de compensar los cigarrillos que no me había fumado allá en su apartamento. Recordé entonces que no la había llamado para comunicarle que me hallaba bien, miré el reloj, ya era tarde para molestarla; además, ya estaría reposando, pues debería estar cansada también.

El autobús deslizante

El otoño avanzaba a pasos agigantados para despedirse y darle paso al tiritante invierno siberiano que reina en Berlín y en esa región alemana. Todos nos encontrábamos ocupados y preocupados con la mudanza hacia los nuevos sitios en Alemania Occidental. Ya habíamos presentado los exámenes de admisión y nos hallábamos a la espera de la respuesta de los resultados. Una tarde de un día x, regresaba yo a casa en el autobús que hacía el recorrido de la estación del metro hasta la residencia en Wedding, en una parada éste se detiene y abre la puerta intermedia para permitir el acceso a los pasajeros que esperaban echando maldiciones porque estaba nevando. Yo iba allí de pie totalmente despreocupado analizando el color de las uñas de mis manos, el resto del mundo a mi alrededor me importaba un soberano comino; pronto me iría de allí para siempre. Los pasajeros suben ansiosos para escapársele a la nevada que los azotaba desde hacía algún rato. No les di importancia y proseguí con mi análisis sobre el estado de mis uñas. Se cierra la puerta del autobús reiniciando su lento recorrido hacia nuestro barrio. De repente veo que mis zapatos están cubiertos de nieve y barro; qué arrechera me digo, pero mis uñas me inquietaban más. Mis ojos dejan de preocuparse por mis uñas por unos momentos y se fijan en los zapatos o botas adyacentes de mis vecinos que están de pie; veo diferentes modelos los cuales no me indican que sus poseedores y poseedoras tengan un gusto especial.

Sin embargo, unos femeninos zapatos negros de gamuza me llaman la atención porque no eran los más adecuados para la estación otoñal en que nos hallábamos; es una pendeja bolsas, pensé yo. Todos los pasajeros están medio apretujados y por ello ceso en mi observación. Mis uñas me piden toda su atención. Iranischestrasse anuncia el conductor a través del micrófono, me olvido de mis uñas y me concentro para salir del autobús; sigue nevando y el asfalto ya no es negro sino blanco, demasiado blanco. El conductor empieza a frenar antes de la parada, el autobús inicia un inseguro corcoveo debido a la cantidad de nieve que cubría la calle, me aferro a la varilla cercana y alzo mi mirada para ver qué estaba pasando a mi alrededor.

Mis ojos se me quieren escapar de mis pupilas. Ahora sabía a quién pertenecían esos zapatos y quién era la pendeja que los calzaba. La deidad escandinava con nombre impronunciable era su dueña. Parecía que hubiesen salido de la fina zapatería de mi Viejo en Venezuela; pero éstos estaban repletos de barro blancuzco. Mi vista se incrusta en sus ojos; sus dóciles turquesas resisten el embate directo de los negros míos; bajo la vista y veo que sostiene con su brazo izquierdo una bolsa de naranjas, nos saludamos silenciosos; el bus sigue corcoveando hacia adelante y los lados.

En medio del apretujamiento me le acerco para darle mi mano derecha, ella suelta la derecha suya de la barra para corresponder a mi cortesía, su izquierda sostiene la bolsa con las naranjas; la devoro con mis ojos. ¡Qué dulzura de mujer!, me dije y estreché su mano tibia, tersa, dulce, agradable; esbozó una leve sonrisilla y entornó su vista mientras sus labios se entreabrían seductores, invitadores, sensuales, la marfileña blancura de su dentadura se refugiaba tras ellos; el aire impuro dentro del autobús me importaba un coño en ese momento; nada, nada.

Un sacudón tremendo nos saca de balance a todos los pasajeros que estábamos de pie; ella pierde el control de sus delicados pies y se viene de bruces contra mi pecho; la bolsa con las naranjas explota y éstas caen al embarrado y sucio piso del bus, yo la sostengo con mi brazo izquierdo, nuestras manos derechas están unidas en el saludo todavía. Ella se disculpa: -"perdón Arturo, no fue mi intención. Perdón"-. Silencié contemplándola con ojos fieros y hambrientos; su suave voz me saca de mi éxtasis observador: -"las naranjas, las naranjas; me las van a patear"-; reaccionamos paralelamente y nos agachamos casi al mismo tiempo; nuestras frentes se topetean y mi mejilla derecha resbala sobre la izquierda suya, mis labios aterrizan en su cuello y le propinan un beso robado sin querer robárselo; me disculpo y retiro mi rostro de su cuello mientras aspiro su aroma.

El bus no logra recobrar su tranquilidad debido a la nieve que cubre el piso adoquinado en esa calle y se resbala contra la acera más cercana; otra vez termina ella en mis brazos, pues aún no nos habíamos levantado porque seguíamos buscando las benditas naranjas que caramboleaban entre los zapatos y botas de los demás pasajeros; esta vez es ella quien me avasalla y sus finos labios rosados se posan abruptamente sobre los míos; se disculpa, me disculpo y extiendo una mano para apartarla de mi; esta mano mía extraviada aterriza en la cañada de sus senos, las yemas de mis dedos palpan ese agradable calor femenino.
Retiro mi mano excusándome, ella se agacha y encuentra una de sus naranjas mas no tiene bolsa, la retiene en el ángulo de su brazo izquierdo; yo encuentro otra y al mismo tiempo el bus se encabrita nuevamente en el instante en que yo quiero colocar la bendita naranja en su brazo, pero mi mano resbala por el impulso del bus y coloca toscamente la naranja una vez más en el nicho de sus senos, nuestros labios se aplastan el uno contra el otro, un beso más y una excusa suya: -"perdón"-. Estamos acurrucados frente a frente buscando naranjas y besándonos sin querer; mi mente está en vacío, ella se ruboriza; los demás pasajeros siguen maldiciendo por el mal tiempo y el autobús que no logra recuperar su línea en la calzada blancuzca y resbalosa.

Nuevamente se colea el bus; esta vez la enrollo con un brazo y la ayudo a levantarse mientras ella sostiene sus tres naranjas; me mira enternecida y me agradece mi gesto: -"gracias Arturo, gracias y disculpa todo"-. Los demás no se enteran de nada, sólo les importa que el mastodonte metálico siga su recorrido. Éste reinicia su tentativa de continuar su camino pero el asfalto le mama gallo una vez más y se desliza amenazante; ella sostiene sus naranjas; y yo a ella. Crashh; nuestras frentes se estrellan mas no la suelto, su fragilidad sinuosa es palpada por mi brazo y mano que la sostienen, el aroma de su feminidad es absorbido por mis fosas nasales, mis ojos se la quieren comer, devorar; un resbalón más de la tortuga rodante y nuestros labios vuelvan a encontrarse; ella gime ahogada por mi beso robado: -"uhg, uhg"-; yo me disculpo nervioso: -"perdón, perdón"-.

El bus se calma pues ha llegado a nuestra parada; descendemos del mismo y ahora me percato de que mis manos sostienen sus naranjas; la sigo, la persigo, la llamo: -"Hildesonnentraude, Hildesonnentraude, tus naranjas"-; entonces ella reacciona al darse cuenta de la situación, trata de conservar la tranquilidad y me corrige: -"por favor Arturo, no me llames así; dime sólo Hilde, Hilde* es suficiente"-. *[Jilde]. Coño ´e la madre, cuántas veces no me encerré a pronunciar ese nombre más largo que una cadena de morcillas, y ahora ella me solicitaba que la llamara por el diminutivo: Hilde, Hilda en español. Qué arrechera.

Traté de conservar la calma y le devolví sus tres naranjas, las tomó con sus dos frágiles manos y las aprisionó contra su pecho; la seguí a paso rápido, no se me podía escapar me dije. -"Hilde, Hilde, espera"-; sus finos zapatos resbalaban en la nieve, sobre todo sus tacones; se volvió y allí descargué toda mi batería labial alias retórica: -"quisiera decirte algo, por favor no te vayas y espera a que te lo diga"-; se plantó sosteniendo sus naranjas mientras me miraba afable con sus dos turquesas. -"Te quiero invitar a salir, a una discoteca, a bailar"-. Su frente se tornó seria; sus aturquesados ojos ya no fueron más los seductores de otras veces; abrió sus labios y se expresó concreta: -"Arturo, no vale la pena; tú te iras pronto para esa sucia ciudad en Alemania Occidental llamada Dortmund; yo me regresaré a mi natal Kiel; no vale la pena. Es muy tarde ya"-. Sabía todo sobre mí; Lilo, la flaca Patilarga que vivía en su piso y que me conocía a través de la Hermosura, le habría contado sobre mi viaje, me imaginé.

Guardé toda mi artillería verbal y me di por vencido. Kiel es una ciudad situada muy al norte de Alemania, cerca de la frontera con Dinamarca. Me quedé allí plantado y tuve un sólo pensamiento: llamaré a mi consejera.
Unos alaridos estridentes me sacaron de mi ensimismamiento: -"pelotudo, sos un Napoleón como estratega; te salió todo muy bien, la apechugaste, le metiste las manos en las tetas y le chupaste esa boca tan seductora a la piba, y si apagan las luces, le hubieses metido mano a las bragas porque con esa faldita se le veía toda su conchita, ja, ja, ja; contá a qué sabe la boca de una rubia de ojos azules con cola de caballo y pinta de sueca. Sí chingao, contános pues"-.

Los gauchos y los chapines venían en el mismo autobús y habían espíado toda la escena con las naranjas, los besos robados y los acercamientos producto de la nerviosidad del bus. No me había percatado debido al combate con sus benditas naranjas. No les confesé que me había mandado pa´l coño y que ésa había sido la despedida para siempre con la deidad escandinava. Caminamos hasta llegar al edificio central, yo me dirigí a las cabinas telefónicas porque necesitaba llamarla a ella, contarle lo que me acababa de suceder; precisaba de un paño de lágrimas para reconfortarme. Nunca más la vería, nunca más; nunca más vería a aquella grácil mujer de sinuosa fragilidad y plena de atrayente feminidad. Coño; mi tiempo en Berlín se terminaba; sí, fenecía.

Consuelo y orientación

Marqué el número de ella, esperé unos segundos hasta que su voz se reportó contestando al teléfono: -"sí, diga"-. Yo no sabía qué decirle, colgó. Marqué nuevamente; contestó molesta: -"sí, ¿quién es?"-. Mi voz se armó de valor, a pesar de los nervios: -"soy yo, Arturo; quisiera hablar contigo"-; ella notó mi ansiedad: -"Agturro, ¿qué pasa?, dímelo"-; le pregunté: -"¿puedo ir el sábado a tu apartamento para visitarte?"-; no me rechazó: -"sí, claro que puedes venir, ésta es tu casa; si así lo quieres, te puedes venir el viernes, así tenemos más tiempo para hablar; ¿tú me quieres contar algo, verdad?"-. Le confirmé su pregunta. Nunca olvidaré esa frase suya <<ésta es tu casa Agturro>>, pues no sería ni fue la última vez que la pronunciaría. Qué comprensible fue ella conmigo cuando lo pudo ser, es decir, cuando yo le brindé la oportunidad para que lo fuera. Me dirigí a los buzones para mirar si tenía correo, un sobre con aspecto grisáceo yacía allí dentro, lo saqué y guardé en el bolsillo de mi abrigo sin fijarme en el remitente; me importaba un coño ese día la carta o la correspondencia. Regresé a mi covacha.

Toc, toc, toc. -"Che, che, abrí la puerta, tenemos que celebrar, abrí"-. Malgeniado me levanté y le abrí la puerta a Bruno; esgrimía en su mano derecha una carta, vociferó estruendoso: -"che boludo, aprobé el examen en Coburg y me aceptaron para comenzar en el semestre de verano el preparatorio; y va la puta que lo parió, por mi vieja en Buenos Aires y mi viejo en Copacabana; ¿tenés vino?"-. En ese momento aparecieron los chapines y el Meno blandiendo sus respectivas cartas y aullando satisfacción: <>; Bruno me interrogó: -"y vos che, ¿a vos no te llegó nada?"-. Recordé el sobre en el bolsillo del abrigo, lo extraje y violé con mi dedo índice para abrirlo, se lo entregué para que lo leyera. Lanzó un sonoro alarido tarzanesco y me abrazó efusivamente alzándome hacia los aires: -"che, che, aprobaste el examen con la mejor nota en alemán; sos un genio, como Napoleón, la mejor nota en alemán; y qué vivan las putas de la Boca en mi Buenos Aires querido; esto hay que celebrarlo, sí; <>"-. No se podía dominar Bruno. Los demás lo apoyaron de manera vehemente: -"sí, hay que celebrar; a chupar vino y que la AEG se vaya a cagar; ja, ja, ja"-.

¡Coño ´e la madre!; esa carta era la confirmación de haber aprobado el examen y hasta con notas sobresalientes. Ellos gritaban, coreaban, zapateaban y bailaban sin música, yo lucubraba, lucubraba y lucubraba; ella había tenido razón, la quietud en su refugio en el centro de Berlín me había facilitado ese aprendizaje; tenía que llamarla y contarle. Salí disparado hacia las cabinas telefónicas y los dejé con su festival improvisado, introduje las monedas en la ranura del teléfono, marqué su número y esperé. Coño, ¿dónde estará?, conteste, conteste no joda. -"sí, diga."-. Por fin, por fin me dije, y desaté mi catarata verbal: -"soy, soy yo; Arturo"-; se mostró sorprendida: -"acabamos de hablar, ja, ja, ja; ¿qué pasa?, estás muy nervioso y excitado, dime qué te sucede"-. Y se reinició mi trastabilleo verbal: -"hoy, hoy me llegó una carta de Dortmund; y, y aprobé el examen de admisión"-; su reacción fue alentadora: -"muy bien Agturro, todo te salió bien; ven el viernes para que me cuentes con calma, trae la carta del tecnológico en Dortmund para ver si entendiste bien todo el texto"-.

El viernes; el viernes estaría con ella para contarle mis cuitas alegres y tristes, le agradecí por sus gestos comprensivos y amables para conmigo, ella lo tomó con calma: -"Agturro, no tienes que agradecerme nada; tú presentaste el examen, son los méritos a tus propios esfuerzos"-. Esa soberana calma suya me imponía; el viernes, el viernes. Colgué el teléfono y volví a mi cuartico en donde los gauchos y chapines ya tenían la fiesta organizada, retronaban los aires musicales tangueros, el vino corría por los vasos perdiéndose en sus gargantas secas, sólo Ramos sonreía callado pero apartado del grupito. Hasta el brasilero cabrón se les había unido en la celebración, no le presté atención y me armé de un vaso con vino para brindar con ellos por el éxito del examen y por el próximo viernes a venir. <>, grité eufórico.
Aquella noche fue terrible y desastrosa, borrascosa en el aspecto celebración; sentíamos que nos liberábamos del tiempo en Berlín que iba culminando inexorablemente; en ese momento no me percataba de que una fase de mi vida estaba por finalizar, así como tampoco sabía aún, conscientemente, del tiempo maravilloso que había vivido en el pueblo sucio en donde había hecho mi cursito primario de alemán y a cuyas cercanías regresaría, pues Dortmund está situado a sólo 20 kilómetros de allí. Se acabó el vino y fuimos al bar-restaurante cercano para comprar cervecita bien rubiecita y temperada; compramos cantidades industriales de zumo lupúlico para celebrar el magnánimo hecho de haber aprobado el examen de admisión en un tecnológico alemán. Salú, salú, salú, salú era la palabra que retumbaba entre las cuatro paredes de mi humilde refugio.

Esta de sobra contar que al día siguiente no fuimos a la práctica y por esa causa tuvimos un lío tremendo con el director de los instructores pues vino a buscarnos, nos regañó duramente por haber faltado sin avisar. Para hacerlo arrechar más nos fuimos a un médico para que nos mandase a casa por x enfermedad durante un par de días. Esa semana fuimos solamente el viernes a la práctica, para más furia suya, pero no podía hacer nada pues teníamos una justificación, estábamos enfermos. Muy enfermos. Ja, ja, ja, ja.

El viernes al atardecer salí con mi maletín para irme a su apartamento; iba alegre, risueño, contento. Toqué a su puerta, la abrió y nos quedamos mirándonos unos larguísimos segundos; estaba impresionante, como para chupársela de arriba a abajo, una camisa blanca de popelina y manga larga por encima de la minifalda negra extremadamente corta, no tenía brasier por lo que se notaban las guinditas de sus volcánicos senos, sin medias y con unos zapatos negros de cuero nacarado; ella me abrazó mientras me susurraba muy entusiasmada besándome: -"muy bien Agturro, muy bien, uhhmuaahh. Anda, ven y muéstrame la carta del tecnológico, sentémonos en el sofá"-.

La extraje de mi maletín y se la entregué para que la leyese, se sentó en su sofá-cama, yo me tendí a su lado dejando reposar mi cabezota azabachada en su regazo, aspiré su aroma; ella sostenía la carta en su mano derecha, su izquierda se entretenía con mi cabello; mi mano derecha se introdujo por debajo de su camisa hallando la piel de su pecho y cadera, empecé a recorrérsela sin que ella protestara, los dedos de mi izquierda recorrían sus pantorrillas y tobillos; ella no protestaba por mi invasión manual; nos miramos unos segundos y creí ver en su expresión un símbolo de comprensión.

Me explicó el contenido del mensaje, yo no le prestaba mucha atención a sus palabras porque mis pensamientos estaban tratando de adivinar dónde se encontraría la catirita linda y frágil. Ella se percató de mi ausencia espiritual: -"¿qué te pasa?, ¿me estás escuchando?; ¿qué te pasa?, dímelo, deberías estar contento"-. Cerré mis ojos y callé, ella atizonó certera: -"dime, ¿conociste alguna chica linda?, ¿sí?, ¿eso es?"-. Siempre acertaba. Entre dientes le conté la aparatosa escena en el autobús con lujo de detalles. Una mano suya sostenía la carta, la otra rebullía pausada en mi cabello. Sonrió comprensiva al oír mi relato, luego arguyó segura, como siempre: -"ja, ja, ja; bueno, por lo menos fue divertido ese encuentro con Hilde, ella se portó sincera contigo; y tiene razón, ambos se van pronto de aquí, no tiene objeto salir a un rendez-vouz"-.

Su mano seguía arañándome el cabello, yo le prestaba atención sin verla, pues tenía los ojos cerrados; me ordenó murmurante: -"mírame porque te quiero decir unas cosas"-. Mis párpados dejaron que la luz hiriera mis pupilas, la observé muy fijamente, ella se agachó para decirme sus <>: -"Agturro, pronto encontrarás una chica linda y bella; eso lo sé porque tú eres un jovenzuelo muy guapo; ten calma y no te pongas triste"-. No sé por cuánta vez me repetía esa frase, la cual prácticamente yo ya tenía grabada en mi mente. Nuestras miradas se sostenían, ella murmuró: -"ten calma, y mucha, mucha; aunque por tu procedencia tienes bastante temperamento y quisieras tenerla ya, ya. Necesitas paciencia para lograr todo"-.

Unos segundos nos miramos intensamente mientras mis dedos jugueteaban con los finos vellos de sus piernas, pues sólo tenía puesta esa seductora minifalda; la palma de mi mano izquierda se paseaba lenta por sus pantorrillas, tobillos y contaba uno a uno los dedos de sus pies cosquilleándoselos, ella sonrío: -"sí, así es mejor, no pienses más en Hilde, es linda y femenina pero no hubo nada; y ya todo pasó."- Su minifalda me excitaba in extremis, su blusa semiabierta dejaba ver la V de su cañada, la excitación empezaba a inundar todo mi cuerpo. Qué tentación; para pecar. Y hoy no había ido allí por precisar de calma para prepararme para el examen; hoy estaba allí por invitación suya para celebrar la admisión en el tecnológico.

Ella colocó el mensaje en su mesita de noche luego de haberme explicado el contenido del mismo, se inclinó buscando mi boca con la suya murmurando quedamente: -"muy bien, muy bien lo hiciste, te mereces una recompensa, un premio. Umhmuah"-. Y posó sus ardientes labios sobre los resecos míos, largos segundos dejamos que nuestras bocas intercambiaran calores y sabores, se separó mirándome lujuriosa mientras mis manos seguían explorando su pecho, ella, como siempre, tomó la decisión exacta: -"ven, desnudémonos y amémonos"-.

Se tendió felina observándome como si desease transmitirme ordenes telepáticas; temblorosamente le quité sus zapatos depositándolos debajo del lecho, le tomé un pie y lo llevé hasta mi boca para absorberle la piel de su empeine, luego el otro; sus dedos se movían imitando el somnoliento oleaje de las teclas de un piano expresando así su interna excitación. Yo la escudriñaba ansioso, ella yacía esperando mi quehacer; le desabroché la minifalda, alzó su cadera y se la halé con mucho mimo hacia abajo para no herirle su tersa piel con los broches, la coloqué sobre la silla cercana cuidando que no se arrugara; callaba viendo mi minuciosa labor. Estaba tal como una de las majas de Goya, tendida con su pelo azabache extendido como el manto de una cascada sobre la frazada, en mangas de camisa, y una seductora pantaletica estrecha y transparente; divina estaba.

La admiré unos instantes, coloqué mis manos sobre su vientre para desabotonarle la blusa, ella no se movía ni pronunciaba sonido alguno; uno a uno la fui liberando de los botones, aparecieron sus volcánicos senos con sus brotadas guinditas repletas, me agaché para tomarlas una por una con mis labios, suspiró largo y profundo: -"sí Agturro, así, uhm"-. Ahora sólo faltaba la pantaletica coqueta que le escondía la sedosa vellosidad de su bajo vientre; mis dedos asieron el borde de su prenda íntima por los lados de sus caderas, enarcó sus piernas y pude halarla hasta sus tobillos, la hice un nudo -la pantaleta- entre una mano para llevármela a mis labios besándola mientras la miraba directamente, aspiré comprobando que estaba fresquita. ¡Divina! No se pudo contener y se sentó abrazándome: -"eres muy delicado; ahora sí desnúdate para que me ames, para amarnos; uhmmuah"-.

Nerviosamente me desabotoné la camisa mientras la engullía con mi vista; ella estaba tendida cubierta a medias sólo con su camisa de mangas largas, las puntas de la falda de la misma cubrían su pubis enredándose con aquella vellosidad mínima; sus senos guiñaban coquetos bajo la blusa abierta oyéndose en medio del silencio el sordo roce de sus repletas guindas al refregarse la tela sobre ellas; una pierna suya se enarca, la otra permanece tendida, su historia paradisiaca se pierde allí entre las montañas y vertientes de sus soberanos muslos, sólo un leve bosque de su vellosidad flirtea pícaro mientras sus piernas se entrecruzan.

Mi camisa cae al piso, tomo asiento para sacarme el pantalón; ella está allí observándome sin dejar escuchar un sonido alguno, mi pantalón aterriza; mi calzoncillo cubre aún la masculinidad erecta que está deseosa de encontrarse entre el abrigo de una cálida feminidad húmeda. No la miro, ni quiero mirarla; todavía siento demasiado respeto, no me atrevo a comportarme como un macho señorial y seguro de su presa, ella se acerca con su camisa bamboleante sobre su torso para aconsejarme: -"Agturro, quítate eso y ven a mí"-.

Tira de mi calzoncillo, quedo desnudo totalmente delante suyo; sigue allí escondida en el lecho bajo la camisa abierta que le llega hasta sus ingles; no sé cómo, pero me dirijo hacia ella gateando para no extraviar la dirección de la meta; sus piernas se echan hacia atrás para permitirme mejor el acceso a su paraíso; una mano suya dirige mis dedos índice y corazón hasta su gruta, los dejo resbalar entre las paredes de su deseada cueva acariciándosela y solazándome con su expresión líquida, allí hay y reina una humedad inundante; estoy hincado delante suyo entre sus piernas, mi humanidad hierve de calor, lentas y gruesas gotas de sudor resbalan por la vertiente de mi espalda; mi miembro está a punto reventar por la rigidez debido a mi incontenible excitación ocasionada por la panorámica que se me ofrece ante mis ojos, sus labios vaginales muy carnosos y sedosos me incitan, me inclino para tomarlos con mi boca, los saboreo con mucho gusto, mi lengua funge de pene, ella reclama excitada y sin poderse contener: -"eres muy querido Agturro; pero quiero sentirte en mí, tu miembro quiero; dámelo ya"-.

Los dedos de su mano derecha toman seguros mi pene para dirigirlo a la entrada de su historia, refriega el glande sobre su tenue vellosidad y luego lo coloca entre sus labios haciendo que el prepucio se corra para que yo pueda tener más satisfacción; me dejo caer y poso mis brazos arqueados en la almohada quedando nuestros rostros a sólo centímetros el uno del otro, mi lengua recorre sus labios, el calor de nuestras respiraciones se conjuga, me muerde un lóbulo murmulleando: -"apodérate de ella ya"-. Alza su pelvis para permitirme un mejor acceso a su reino paradisiaco y así sentirse más y mejor poseída. Mi masculinidad rígida reptilea lenta pero segura en su lujuriosa cabaña secreta hasta llegar al máximo, exclama complacida: -"qué lindo es esto. Ahh, dame tu lengua también"-. Se adueña de ella al tiempo que nos abrazábamos e iniciábamos las fogosas embestidas de nuestras pelvis expresando así el deseo de llegar al clímax de nuestra ardiente y turbulenta copulación para disfrutar así de esa dicha final.

Ella gime sordamente sonidos expresando así su placer; un cosquilleo se apodera de mis testículos, mi pene se endurece más para su satisfacción: -"sí, ahora te siento más en mí, uhmuahh"-. Un calambre muy agradable recorre mi organo sexual y entonces empieza ese catapulteo incontenible acariciando sus paredes vaginales e irrigándola de savia pura.

La música del elepé cesa; estoy sobre ella besándonos y abrazándonos cariñosamente, me cuchichea reconocimientos: -"estuvo lindo, muy lindo; por ello tenemos que alargar la copulación para disfrutar más, tenemos toda la noche para ello. Uhmuah, todavía estás muy excitado y lo tienes bastante erecto, quédate más sobre mí, todavía eyaculas, no te bajes de mí. Uhm, qué lindo es esto"-. Permanecí sobre su fogoso cuerpo un rato intercambiando calores corporales y sabores bucales, su aliento era de una frescura incitando a relamerle esa boca tan sensual.

Nuestras respiraciones se fueron tranquilizando, me aplicó un largo besote mientras me empujaba hacia un lado, mi masculinidad se desalojó de su ardiente cueva; nos contemplábamos diciéndonos sonidos inaudibles a través de nuestras vistas; una mano suya recorre mi cadera buscando el miembro, lo toma, lo sopesa e inicia un delicado masaje del mismo; sus dedos pulgar e índice forman un anillo envolviendo allí el glande, sube y baja con él haciendo que mi cuerpo se estremezca erizando mi vellosidad; ella me otea silenciosa como si desease leer las reacciones a su lujuriosa caricia. El miembro empieza a llenarse de dureza y rigidez. Recordé entonces una frase de Tano: <>

Ahora ya me besa intensa, pues tengo una erección total, yo trato de subirme sobre su cuerpo, pero ella me detiene y me obliga a que me tienda boca arriba, mi virilidad se semeja a un faro luminoso en medio de una lejana soledad rodeada de una selva negra; se yergue mostrándome su majestuosa belleza corporal, la orgullosa firmeza de sus volcánicos senos, está hincada junto a mí, nos contemplamos silenciosos, pasa por encima mío y va hasta el tocadiscos, coloca el instrumental de los Indios Tabayaras a muy bajo volumen; yo quiero levantarme, pero ella susurra desde allá: -"no, quédate así, boca arriba, enseguida regreso a tu lado"-.

Su seguro caminar la trae al lecho, se sienta en el borde del mismo, estira una mano para tomar el miembro, hunde sus dedos en mi vellosidad púbica, la araña escuchándose un leve ruido sordo, baja hasta los testículos y vuelve a tomar el miembro voraz, no lo suelta al tiempo que se va posicionando sobre mi pelvis, pasa una pierna por encima de mi cuerpo y quedo entre sus piernas, mi mano derecha se estira hasta encontrar sus labios, se los masajeo, ella se agacha hasta mí y sus senos se me ofrecen, los beso y aprisiono absorbiendo de ellos, le refriego sus guinditas con mi lengua; su mano dirige mi miembro hacia la entrada, lo posiciona y se deja caer lentamente sobre él de manera que penetra totalmente en su profundidad vaginal; sus senos y pecho no me permiten la vista hacia la unión de nuestra cópula, sólo sé que mi pene está completamente hundido entre sus rabiosas carnes íntimas.

Permanece largos segundos así al tiempo que me besa como si desease arrancarme la lengua; qué pasión tan hambrienta. Ella apoya sus manos sobre mis hombros e inicia un suave sube y baja muy lento para sentir en sus profundidades el masaje del pene. Yo gozaba lo indecible también, pues ella apretaba sus paredes vaginales por intermedio de sus muslos haciendo que el prepucio se echase hacia atrás al hundirse mi miembro entre sus apretadas carnes, y luego hacia adelante o arriba cuando se erguía lenta, sus labios se adherían envolventes a mi enhiesta carne como dos caracolas babeantes que van dejando a su paso la huella de su humedad; además, cada vez que se inclinaba hacia mí, me ofrecía sus senos para que le acariciase sus guinditas con chupitos y mordisquitos, una auténtica delicia, pues su cuerpo vibraba y su voz se tornaba sensualmente tenue: -"qué lindo es esto, así es más lindo, ah"-. Duramos mucho rato satisfaciéndonos en esa posición, tanto que ella propuso que hiciéramos una pausa para reponernos y después continuar, me susurró: -"eres muy joven y con mucha energía aún, muahh."- Tano tenía razón.

Se tendió a mi lado sin soltar el miembro y mirándome fijamente, abrió sus labios para exlicarme con voz suave pero segura: -"de esta manera se prolonga el acto y la pareja disfruta más, sobre todo ella, en este caso yo, muahh; ahora sí, ven y móntate sobre mí para que tengamos nuestra satisfacción total, ven y te haces dueño de mí, dame tu hombría, ven y me cabalgas, muah, ggr"-. Me haló hacia ella para que me subiese y montase sobre su cuerpo, echó sus piernas hacia atrás hasta que sus rodillas llegaron a sus hombros abriéndolas para que se me ofreciese la entrada a su apetitoso paraíso que brilla por la cantidad de nuestros jugos; estoy pleno de lujurioso brío, ella aprisiona el miembro para llevarlo hasta su entrada; mi pene entra en contacto con su vellosidad, la penetro muy lenta pero completamente para dicha suya, pues me atrae para engullirse mi lengua. Nos abrazamos durante la eyaculación que irriga todo su paraíso vaginal, me murmullea candorosa: -"gracias, me diste mucha dicha, muah, mucha, mucha"-. Siempre admiré su flexibilidad corporal, pues esa posición la lograba sin ningún esfuerzo, y su linda historia paradisiaca se ofrecía ansiosa e indefensa para ser penetrada. Esa fue su recompensa a mi examen.

Aquella noche de gran derroche pecamos mucho, y muy repetidamente. Ese fue uno de los últimos fines de semana que pasé con ella porque ya se acercaba mi viaje a Dortmund y utilizaba el tiempo libre para despedirme de los demás amigos latinoamericanos que vivían en Berlín. Algunos se quedarían allí, otros se irían a Alemania Occidental, tal como en mi caso particular. No nos veríamos nunca más, aunque de ello no estábamos conscientes aún.

La navidad de 1969 fue muy aburrida porque la pasamos en la residencia. En el salón para fiestas organizaron una frugal cena para quienes estábamos allí, ya que muchos se habían ido a casa de sus familias en Alemania Occidental. Estuvimos con los gauchos allá y luego nos volvimos a nuestras habitaciones para terminar de rematar esa noche. Antes la llamé a ella a su Colonia natal en donde estaba con su familia, hablamos unos minutos y la dejé tranquila en su ciudad junto al Rin, prometió volver pronto para que nos despidiésemos adecuadamente, con mucho pecado mortal. Qué lindo era pecar con ella, qué lindo, coño´e la madre. Recordé las frases de Tano: <>

Continuará. Capítulo 12. Adiós Berlín.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25223
  • Fecha: 03-02-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 3.65
  • Votos: 20
  • Envios: 0
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