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Categoría: Flechazos

Maria

María había nacido en un pueblo a 120 kilómetros de Varsovia, 25 años atrás, habitaba en una granja y ayudaba a su madre y a su hermana en los trabajos inherentes al manejo de la estancia, jamás conoció el mar, sin embargo …

 

Pero por cosas de la vida, ahora María estaba sola, a bordo de una nave portacontenedores que viajaba por todos los océanos del mundo, había conseguido el puesto de camarera en una empresa naviera italiana.

 

En un principio pasó todas las penurias que una primeriza tiene que sufrir cuando se es empleada en un puesto de trabajo que jamás había efectuado, pero como mujer joven e inteligente, superó bastante rápido todas esas peripecias con éxito rotundo.

 

A bordo de la nave había solo tres mujeres, la cocinera de nacionalidad croata, una camarera de tripulación de nacionalidad malgacha y ella camarera de oficiales, pronto se hicieron amigas.

 

Había un tripulante, un marinero, que hacía sentir escalofríos y poner la piel de gallina a María, él era Gerald, solo él la hacía soñar y juntar sus muslos por las noches y tocar su chochito hasta estremecerse en dulces orgasmos.

 

Gerald, un muchacho malgacho de 24 años, estaba ya a bordo cuando María llegó a la nave un mes atrás, desde un principio congeniaron y muy pronto desarrollaron una amistad, pero como sus labores eran tan disimiles, no tenían tiempo de compartir, así que se miraban y se saludaban con amigables sonrisas todas las veces que se cruzaban por los pasillos del barco.

 

Cuando coincidían en el ascensor, Gerald mantenía sus ojos pegados a sus bubis, María sentía que su chuchita se contraía involuntariamente, se sonreían mutuamente para luego seguir cada uno por su camino, esto sucedía al menos dos o tres veces durante el día.

 

María no entendía porque, ella siendo blanca como la leche, con esos cabellos rubios dorados, se sentía atraída por este muchacho de color negro como la noche, cabellos crespos y negros también, sus dientes blanquísimos cuando le sonreía la subyugaban.

 

Él emanaba en el ambiente su esencia de hombre, seguro de sí, un macho formidable, al mismo tiempo su sonrisa era franca y tierna, el trabajo duro del marinero de cubierta, lo mantenía en forma, sus pectorales eran bien desarrollados y fuertes, sus abdominales marcaban su musculatura.

 

María no sabía dónde colocar sus ojos cada vez que se encontraban, lo miraba y mordía sus labios sintiendo que su cuerpo la pudiese traicionar, ella bajaba sus ojos hacía el entrepiernas del muchacho, imaginaba que podían esconder esos buzos de trabajo que vestían a diario los marineros.

 

Durante las noches ella sola en su cabina, se desnudaba completamente, se sentaba en sus talones sobre la cama con las piernas abiertas al máximo, los grandes labios de su chocho casi rozando las sabanas, por minutos acariciabas sus enormes senos y jalaba sus pezones, luego probaba con sus dedos que tan mojada estaba su chuchita, metía repetidas veces sus dedos en su coño cálido, degustaba el sabor de su propia vagina, acariciaba sus labios con sus dedos empapados del néctar de su sexo.

 

María se masturbaba casi cada noche pensando a este muchacho que veía solo de tanto en tanto, pero cada vez que le estaba cerca, le provocaba un turbamiento, hacía que su chochito se mojara, la hacía conservar esa sonrisa o ese contacto fugaz, para disfrutarlo a solas en su cabina y sobre su propia cama.

 

Ella estaba ligeramente inclinada hacia adelante, sus senos se balanceaban mientras sus dedos se movían rítmicamente en la entrada de su vagina, María respiraba afanosamente, sus gemidos no lograban ocultar el llamado de su voz al momento culmine de su orgasmo, Gerald … ¡ooohhh! si … Gerald … fóllame.

 

Los domingos en la tarde, durante las navegaciones largas, la cena se adelantaba y la tripulación al completo se reunía en la popa, donde se cocinaban trozos de carnes a la parrilla, había una mesa para toda la tripulación, no había diferencia entre oficiales y tripulantes, se compartía con camaradería.

 

Ese domingo Gerald después de haber bebido unas cervezas, se envalentono e invito a María a su cabina para escuchar música en su equipo estéreo recién adquirido, María aceptó, a condición de que invitara también a la otra camarera, Lionel, él estuvo de acuerdo, una vez terminada la cena, cada uno se retiró a sus respectivas cabinas, Gerald se fue con María y Lionel.

 

Lionel tenía la misma edad de Gerald, ambos se conocían de antes y Lionel entendió que la habían invitado para disimular el encuentro de Gerald con María, así que después de una media hora se excusó con ambos y se retiró a su cabina, no sin antes hacer un guiño de complicidad a María.

 

Gerald con la excusa de mostrarle la colección de Cd’s, se sentó sobre el diván al lado de María, ella al sentir el contacto cercano del cuerpo del muchacho, ni siquiera se movió, imperceptiblemente su cuerpo se acercó al de Gerald, podía sentir la temperatura que emanaba ese chico y su perfume de hombre.

 

Gerald jugándosela el todo por el todo, le pregunto … ¿quieres chocolate? … María por un momento se sintió confundida y solamente lo miró … Gerald abrió su armario y extrajo una barra de chocolate suizo, abrió la confección, lo quebró en cuadritos y poniéndose un pedacito en sus labios, le susurro entre dientes … ¿quieres chocolate? … María acerco sus labios a los de él, Gerald la tomó por los hombros y la atrajo hacía su cuerpo besándola apasionadamente y empujando el pedacito de chocolate en la boca de María.

 

Se besaron por largo rato, cuando se separaron se sonreían como cómplices de un juego que recién empezaba, los ojos de ambos relucían, Gerald recostó a María sobre el sillón y se arrodillo para besarla, los senos de María parecían haber crecido y subían y bajaban con su respiro agitado, justo sobre ellos se posaron las manos de Gerald, esas masas carnosas de ellas y que hasta ahora Gerald podía solo adivinar su talla.

 

María acompaño las manos de Gerald en el sobajeo de sus senos, luego ella misma desabotonó su blusa blanca para dar acceso a su amante a sus delicias robustas y poderosas, Gerald desvistió a su amada, ella colaboró desenganchando el sujetador, él con una mirada ávida, se deleitaba viendo la liberación de esos pechos gozosos.

 

Él con fervorosa devoción, procedió a acariciar las redondeces de María que se cimbraban al contacto de sus dedos, después de acariciar su pezones, Gerald se inclinó y los besó, María con sus ojos semiabiertos gemía y emitía pequeños chillidos lascivos, ella estaba caliente, las manos de Gerald habían descendido a los muslos de ella, y se encaramaban sobre su entrepiernas, rozaba su chocho por sobre la tela de sus pantaloncitos cortos.

 

María desnuda a mitad, respondía a las caricias de su amante, sus manos se habían posado en la gruesa protuberancia que él presentaba bajos sus shorts, Gerald ya despojado de su polera, hacia contacto estrecho de sus pectorales con los senos de ella, los besos y caricias varias continuaban, ambos gemían, ambos respiraban afanosamente, ambos recorrían sus cuerpos con sus manos inquisidoras, no se daban paz, ambos querían más.

 

Gerald invitó a María a tomar una ducha juntos, ella se alzó del diván y Gerald bajó los pantaloncitos de ella que salieron enredados con sus calzoncitos, María se sintió un tanto desconcertada, pero era lo natural, era lo que tenía que suceder y se resignó a posar desnuda ante los ojos ansiosos de él, Gerald miraba su chocho rubiecito y no pudo contener su avidez y le dio unas caricias con su lengua.

 

María se estremeció al sentir ese contacto tan íntimo, lo hizo alzarse y ella también bajó los shorts de él, los ojos de María casi se salen de sus orbitas al encontrarse frente a una verga de tamaño formidable, casi tartamudeando le dijo … ¿to  to  todo eso es tuyo? … ¿tú crees que seré capaz con ella? … ¡ooohhh! pero qué grande es, un poco timorata lo tomó con ambas manos y sus dedos acariciaron el glande que palpitaba.

 

Gerald puso un brazo en torno a la cintura de ella y se fueron besándose bajo la ducha, frente a frente y besándose con pasión, él abrió el agua que comenzó a bañarlos a ambos, María con ambas manos tomó la trompa de elefante que colgaba en el bajo vientre de Gerald y comenzó a enjabonarlo, parecía que ella de a poco se acostumbraba a tratar con semejante pija, ella movía sus manos con ardor y glotonería, aprontándose a ser follada por esa enorme polla.

 

María frotaba incansablemente la enorme verga que continuaba a crecer, la levantó e inclinándose levemente acaricio el glande con su lengua, luego abriendo su boca de par en par, hizo entrar la punta de su pene mas allá de sus labios comenzando a chupársela con voracidad, ella nunca había visto ni tocado nada igual, lo estaba disfrutando, gozaba con la sensación que ese tremendo pene le procuraba en su boca, ella podía tomar solo una pequeña parte de esa verga en su boca, pero el efecto en su chocho era increíble, era casi al borde de un orgasmo con solo sentirla en su garganta.

 

Gerald cortó el agua y la ayudó a secarse, luego la llevo en sus fuertes brazos a la cama, María sentía el afecto que él le estaba profesando, la recostó al borde de la cama y enseguida se dedicó a lamer la estrecha fisura del coño de María, ella estaba con la pierna en alto y sobre sus codos miraba como la lengua de Gerald hacía maravillas, no cesaba de gemir, cuando Gerald elevó sus muslos e inició a insertar la lengua en su culito, María no pude evitar estremecerse y gritar su lujuria.

 

Él le chupó y lamió su chuchita y su culito por largo rato, el olor que salía de su coño era excitante, Gerald movía los muslos de ella y mantenía su rostro enterrado en su chocho, ella gemía y hacía sonidos lujuriosos, María restregaba la zona vaginal y perianal en la boca de Gerald, tuvo su primer orgasmo cuando el forzó sus glúteos y folló su culo con la punta de su lengua.

 

Gerald se recostó y María montó sus muslos a horcajadas, mientras besaba sus pectorales, la hendidura de su vagina se paseaba sobre el glande de él, hacia atrás y hacia adelante, ella acariciaba su polla con su carnosa vagina, los jugos de María bañaban la verga de Gerald, el la tomó por las caderas y empujó su polla contra el boquete vaginal de María, ella sintió el brío del macho que penetra a su hembra, lo único que atinó a hacer, fue cubrir su boca para acallar su grito.

 

El glande de Gerald y un par de centímetros más, habían ingresado al paradisiaco chocho de María, él mantenía la presión y el agarre imperioso, María restaba paralizada, sentía el pene abriéndose camino en sus entrañas, sentía el ardor en sus carnes, sentía como todo su ser se estremecía por las dimensiones de esa polla que se deslizaba sin prisa y sin pausa dentro de ella, no era del todo confortable, pero era parte de la calentura de ella, ella necesitaba esa pija en lo profundo de su ser, debía tocar cada pequeño pedacito de su chocho, debía hacerla vibrar con esa intrusión deseada por cada trocito de su vagina, ella enterraba ya sus uñas en los hombros de él.

 

La penetración duró unos cuantos minutos, Gerald le dio el tiempo necesario a acomodar su polla dentro de esa estrecha chuchita, María con una mano acariciaba sus pechos y con la otra cubría su boca, se enderezó terminando de engullir la verga de él, ella comenzó a moverse hacia arriba y hacia abajo, él la acompañaba teniendo sus manos bien saldas en sus caderas, las bubis de ella saltaban frente a los ojos de él, María había entrado como en un trance y follaba esa polla con atrevimiento, ese macho era de ella y nadie más.

 

El chocho de María era tan estrecho, que él controlaba los movimientos de ella para no acabar demasiado pronto, él gemía y María gritaba como poseída y en verdad él la poseía, él la dominaba, ella era como una marioneta conectada a su polla, la cual infundía vida al cuerpo de María que vibraba al ritmo de la penetración, el cuerpo de ella se estremecía en un subseguir de orgasmos, ella estaba entregada totalmente al placer provocado por esa asta masculina que horadaba su estrechísima vagina, María como hechizada empezó a mover furiosamente sus caderas hacia atrás y adelante, un orgasmo terrorífico la estremeció de pies a cabeza, convulsionó sobre el pecho de Gerald, él no pudo evitar de descargar una contundente carga de su semen dentro de ella, ambos quedaron inertes y respirando por la boca.

 

Se reposaron por algunos instantes, el romance continuaba con caricias y besos, María no se cansaba de sentir y palpar su piel oscura, de acariciarla, tocar sus pectorales, sus abdominales, pero más que nada, sobajear su polla contra sus muslos o su vientre, ella sabía que su joven amante podía follarla muchas veces más y era justo lo que ella pretendía.

 

María se giró sobre la cama quedando con su abdomen sobre las sabanas, él montó sus muslos y apuntó su verga hacia la fisura vaginal, ella alzó un poco su trasero para ayudar a la penetración, con una mano ella se aferraba a la sabana y acallaba su boca, con la otra habría uno de sus glúteos, él empujó y centímetro a centímetro su verga fue desapareciendo en las entrañas de ella.

 

 Los senos de ella estaban aplastados bajo su peso, Gerald besaba su cuello y sus orejas, mordisqueándole los lóbulos, María tenía su boca abierta y gemía, suspiraba y chillidos escapaban de su boca, apretaba las sabanas con su mano, mordiéndolas con sus dientes para refrenar sus gritos al ser desvirgada por una segunda vez, la abertura de su chocho se había ensanchado desmesuradamente, jamás pija alguna había alcanzado todas las profundidades de su almejita, solo Gerald lograba llegar a todos los recovecos y comisuras de sus carnes rosadas.

 

Cuando Gerald sacaba su pene del coño de ella, arrastraba consigo la mitad de los pliegues vaginales de María enrollados en su asta que martillaba la caverna estrecha y jugosa de ella sin cesar, los orgasmos de ella eran interminables, se convulsionaba bajo el peso de él una y otra vez, completamente enloquecida le pedía más y más.

 

La muchacha sensible y emotiva había desaparecido, era una cosa animalesca y atávica,  que estaba ensartada en la verga de su macho que salvajemente le procuraba un placer alienado, gruñía y resoplaba, sus respiros eran cortos, sus quejidos y gemidos llenaban la cabina de Gerald, él continuaba a bombear su maguera dentro de ella, se retiraba hasta casi hacerla salir y después la hacía entrar velozmente, María arqueaba su espalda cada vez que él recorría con toda su longitud su estrecho coño.

 

Él aumentó la velocidad de sus embates y con guturales resoplidos, lleno la cavidad vaginal de María haciéndola estremecer en otro orgasmo más, ella tremaba y meneaba su culito hacia atrás para ordeñar toda su lechita dentro de su chuchita temblorosa, María se desvaneció sin fuerzas, él saco su larga verga del canal que la había acomodado tan calurosamente y fluido seminal comenzó a derramarse sobre los muslos de ella y hacia su vientre todavía ligeramente levantado.

 

Descansaron por más de media hora, las caricias no faltaron y se prodigaron muchos besos románticos y lascivos, todavía se tenían ganas, ella estaba acurrucada en sus brazos, él la estrechaba a si para darle seguridad y confianza, el mar mecía la nave en forma monótona y el ruido motriz de la embarcación ocultaba cualquier sonido hecho por los amantes.

 

María tragaba saliva emocionada de haber gozado una verga que jamás soñó encontrar, había sido capaz con ella y se sentía afortunada y orgullosa, ahora la acariciaba en su estado mocho, aún cuando sus dimensiones seguían siendo descomunales, tiernamente la envolvía en su mano, tratando de juntar sus dedos entorno a su circunferencia, pero era del todo inútil, esa pija era gruesa, muy gruesa, se inclinó a acariciarla con sus labios y su lengua, él sonreía satisfecho de que su hembra gustara su pija y gozara jugueteando con ella, le complacía ver sus cabellos rubios subiendo y bajando al mamar su polla, se sentía gratificado del efecto lujurioso con que ella le chupaba sin descanso su pene enorme.

 

Comieron un poco más de chocolate y luego prosiguieron su amorío, él la volvió a recostar en su vientre, después con una crema neutra para la piel, comenzó a masajear sus blancas carnes, sus glúteos redondos y firmes, de tanto en tanto rozaba su fisura anal provocándole escalofríos placenteros, María se giró un poco y comenzó a juguetear con sus cojones, esos genitales que producían la lechita con que él rebosaba su chochito, sentía la piel rugosa del escroto con una redondez encerrada en su interior, tomaba uno delicadamente y después el otro, una mano se cerraba en la gigantesca verga de Gerald que comenzaba a cobrar vida, lo sintió pulsar, también su almejita se contraía pidiendo de ser ensanchada por esa bestia, ella flexionó sus piernas y su lengua alcanzó el prepucio, con sus dedos lo tiró hacia atrás y dio inicio a una lamida del glande, Gerald con sus ojos cerrados y su piel como de gallina, tremaba bajo las caricias linguales de María.

 

Ella lo empujó sobre el lecho y montó su vientre, procedió inmediatamente a contentar y llenar el vacío de su coño, el monstruoso y poderoso glande inició una lucha por conquistar los territorios rosados, estrechos y húmedos de su pequeño chocho, María presionó con el peso de su cuerpo y el resbaladizo miembro se adentró un par de centímetros dentro de ella haciéndola vibrar y gemir en sufrimiento y placer, lo mejor estaba por venir, así que ella continuó forzando la entrada de ese pene que la volvía loca, cuando sintió que los rizados y negros pelos púbicos de él entraron en contacto con su rubio vello vaginal, hizo rotar sus caderas para acomodar el colosal órgano dentro de ella  y sus movimientos hacia arriba y hacia abajo dieron comienzo a los gritos, gemidos y suspiros que acompañaban el roce carnal que la hacía gozar.

 

María chillaba como poseída, mientras, Gerald disfrutaba al ver el rebote de sus generosos pechos blancos como la nieve de su Polonia natal, el gozo era vertiginoso, esa polla le borraba del cerebro toda cordura y ella se entregaba a una lujuria desenfrenada, la lascivia del acto era total, sus orgasmos eran múltiples, gemía y respiraba con la boca abierta, sus manos fuera de todo control, pellizcaba sus pezones, masajeaba sus mamas y las apretaba para contenerlas, se desvaneció sobre el pecho de él, estirando sus piernas tensas y vibrantes hacía los tobillos de él, escondió su rostro deformado de placer en su cuello, restó así empalada y estremeciéndose por un par de minutos.

 

Gerald la tomo de la cintura y con un impulso violento, la hizo girar y sin sacar su pene de su vagina, la recostó y comenzó a follarla con fuerza y velocidad, María barbotaba y llorisqueaba mientras gemía a los embates de él, había abierto sus piernas entregándose al placer que le provocaba su amante, sus cabeza se movía de lado a lado y sus brazos estaban plegados hacía arriba en un gesto de sumisión y rendición, luego abrazo el torso de ébano de él y sus piernas se envolvieron entorno a la cintura de Gerald, sus chillidos continuaban y sus sollozos lujuriosos también, ella acababa contrayendo sus paredes vaginales alrededor de la polla de él que comenzaba a eructar su lechita cálida al interno de su chuchita, el empalado bajo vientre de María se movía con pasión y ardor demencial.

 

Gerald extenuado después de esta follada fantástica, se retiró con dulzura del coño de ella y se derrumbó a su lado, María restaba inmóvil incapaz de reaccionar, su boca estaba abierta y su lengua humedecía sus labios, sus rubios cabellos estaban un tanto alborotados y el sudor hacia brillar sus senos magníficos con esos pezones endurecidos por la fogosidad de la copulación.

 

La nave mecía el descanso de los enamorados, estaban dirigiéndose hacía Australia, quedaban muchos más días de navegación, el océano Indico era testimonio de este naciente amor, se adormecieron con el rumor monótono de la máquina del barco.

Datos del Relato
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