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LOS PAJAROS NEGROS

El día temblaba de miedo mientras la boca de la noche aparecía en silencio, sin piedad, sin misericordia, hambrienta de luz y poco a poco, como una enorme boa, iba saboreado aquel nuevo día que había sido torturado por los candentes rayos del sol. La noche llegó sin gloria ni fama. Llegaba como siempre vestida de luto y adornada de pequeñas perlas que brillaban en la lejanía.

Apenas se escuchaba el coro nocturno que celebraba la llegada de una leve lluvia fina que caía refrescante sobre la vieja mansión de don Ricardo Benedeti. Cantaban los insectos, pera esa noche su cántico era triste, melancálico. Estaban triste porque el viejo de la mansión estaba triste y solitario.

El búho fijaba su mirada en el balcón de la vieja casa, era testigo silencioso de aquellas historias incontables que había presenciado al lado de su compañera inseprable. La lluvia arreciaba un poco. Ahora el agua caía como finas corrientes de sangre desde el techo, caían al frente de la puerta, el viejo las mirabas mientras se suicidaban hacia el barranco.

Todo era magia, todo era misterio, todo era hechizo, todo era fascinante. Las nubes se detenían y de vez en cuando un rayo partía el cielo en dos, yendo a chocar contra una palma cerca de la quebrada.

Ahora sólo se escuchaba el chillido del viejo sillón, aquel mueble hermoso, tallado en madera fina, una obra de arte de su bizabuelo, uno de los mejores escultores de la ciudad. Aquella joya de la escultura había sido el lugar de descanso de tres generaciones.

El humo del cigarro dibujaba cérculos simétricos, círculos perfectos que se alejaban lentamente dejando una sonrisa en los labios de don Ricardo. Eran cigarros de la Habana Cuba, siempre le había fascinado ver a Fidel con su habano, lo hacía poderoso, engreído, perverso, pero lo hacía fuerte y le brindaba seguridad. No estaba de acuerdo con su dictadura, pero admiraba su carácter, especialmente por haber tenido el valor de no dejarse comprar por los norteamericanos.
La noche bostezaba, aquél día caliente y polvoriento le había caído mal, gracias a la lluvia podía tener un poco de sociego. La noche se tambaleaba como una ebria de vino. El sueño vencía a don Ricardo, el fuego ya había devorado el cigarro y el búho en la palma había termidado de echarle un sabroso polvo a su compañera que la dejó sin fuerza pero satisfecha.

La noche se tambaleaba, el silencio se adueñó de la vieja mansión, don Ricardo yacía solitario sobre la gran cama,el sol entraba victorioso, la noche sintió que todo llegaba a su fin y cayó tendida en brazos de un nuevo día, sintiendo el calor suave de un nuevo amante que la envolvía en un inteso placer.

Volvieron los pájaros negros al jardín de la vieja mansión. El viejo Ricardo había regresado al sillón. Se sentía cansado, angustiado, estaba rebelde contra Dios, había echado al cura de su casa el día anterior, no quería saber de perdón, de misericordia, de rezos ni de oraciones, toda su vida había creído en Dios, en un Dios bueno, en un Dios justo, en un Dios que respondía a sus oraciones. Pero, ¿dónde se había metido ese Dios cuando le suplicó con lágrimas en sus ojos que no permitiera que su esposa lo abandonara?

__ Miré don Francisco, usted perdone, pero ya no puedo creer en ese Dios que usted predica.
__ Al cura le brotaron los ojos, y antes que pudiera abrir sus labios para responder a las palabras del viejo, vio los ojos brotados y enrojecidos de aquel hombre y haciéndose la señal de la cruz salió como alma que lleva al diablo.

Atrás quedaron aquellas palabras que perforaban el oído del cura.¡Maldita sea su Dios!

Luego de este incidente tomó por varios días hasta perder el conocmiento.

Pero ahora estaba allí, con su mirada fija a la casa del frente, miraba la casa que había construido con tanto amor para su hermano Rosendo. Quería sorprenderlo cuando regresara de sus estudios en Nueva York. Era hermosa, con un amplio pasillo con columnas en marmol, sus ventanas eran todas de cristal, con una enorme fuente a la entrada y dos hermosos bustos de sus padres que había esculpido con mucha dedicación.

Los pájaros negros se acercaron al balcón, volaban de un lado para otro tratando de hacer reir al viejo, pero el viejo no reía, no pestañaba, no murmurada nada, sólo permanecía en silencio mirando la casa.

Y pasaron los días y murieron las noches, ya los pájaros negros casi ni venían a la mansión, el búho se había ido de vacaciones, la lluvia había cesado por aquellos días.

El viejo había permanecido en su sillón sentado. No se había movido, no había tomado alimentos, estaba petrificado como una momia. Se mecía, se mecía, se mecía. Un pájaro negro se posó sobre su cabeza y miraba fijamente la ventana de cristal de la casa de Rosendo. Allí estaban Laura y él mirando sigilosamente a don Ricardo que permanecía en silencio, inmóvil, con aquel pájaro parado en su cabeza, el resto buscaba desesperadamente los granos que ya su protector no les tiraba.

Pasó la noche avergonzada, el silencio se escondió, ya no más humo, no más cigarros, no más sonrisas. Ahora el viejo sólo había fijado su mirada en Laura, aquella hermosa joven de cabello negro, de cabello enbrujado, de cabello que caía hasta el suelo, aquella joven que le había robado el alma, el sueño, que le había roto el corazón en mil pedazos. Ahora la recordaba, recordaba su tela fina, su bata transparente, sus movimientos, su perfume a diosa, su sonrisa angelical. Laura era preciosa, era una sirena del mar, una diosa del Olimpo, una reina de belleza, era linda toda.
¡Coño, Pancho!, ¡qué rica está la hija de Paco!,¿Quién pudiera conquistar su corazón?

_No pierda las esperanzas, siempre hay una oportunidad en la vida para encontrar la felicidad- le dijo el mayordomo-

_¡No!, ya estoy viejo para eso. Además es muy joven y sé que no se fijará en mí...

Pero el tiempo pasó. Y un día, un Domingo de Ramos la vio en la iglesia. La miró y ella se fijó en su mirada. Desde entonces todo cambió para el viejo Ricardo. La colmó de regalos hasta conquistar el alma de aquella mujer tan preciosa.

El pájaro negro voló y sus compañeros le siguieron. El viejo permanecía inmovil en el sillón, en la otra casa Laura y Lorenzo miraban a través de la ventana, escondidos detrás de una cortina azul claro.

Llegó el día. Ya los pájaros negros no estaban, no había pájaros negros en el jardín. El viejo estaba sumido en un abismo de pensamientos, pensamientos crueles, pensamientos que volaban a su alrededor, pensamientos humillantes. Recordaba las risas de Laura mientras se alejaba de su mansión en manos de Lorenzo, aquel hermano a quien tanto había ayudado.
¡Llorando como un nene le gritó!¡Perra!¡Puta!¡Hija de Perra! y las lágrimas brotaban como finos cristales de un manantial.

Desde entonces se sentaba en su sillón a mirar hacia la casa. Los veía en escenas románticas, lujuriosas, hasta en una ocasión los vio haciendo el amor en la fuente que él le había regalado a su hermano. Pero permanecía siempre en el sillón todo el tiempo.

Aquella noche, Laura y Lorenzo mirararon a través de la ventana. Allí estaba el viejo. Seco como una momia. Sin movimientos. Los rayos de la luna se reflejaban en su rostro amarillentos, sus ojos estaban cerrados pero miraban fijamente hacia la casa.

Por vez primera sintieron miedo. Ahora la escena frente a ellos era macabra. Vieron una rata sobre el rostro del viejo. Estaban aterrorizados. El anciano parecía que había muerto.

La lluvia volvió a caer sobre la mansión, las gotas chocaban contra el cristal de la casa del frente, esto le daba miedo a Laura, pues creía que tocaban a la puerta.Hizo un fuerte trueno, el rayo penetró por la ventana y Lorenzo y Laura se abrazaron. Volvieron a mirar ocultos tras la cortina. Allí estaba el viejo inmovil, el viento le azotaba con la lluvia fina, los rayos a veces alumbraban el rostro inmóvil.

Ya era tarde, la lluvia no había cesado. Soplaba un viento fuerte. Un ruido rompió la escena de amor de Laura y Lorenzo. Corrieron a la ventana de cristal. No vieron al viejo sentado en su sillón. Se asustaron, estaban al borde de salir corriendo de la casa. Laura se movió lentamente. Abrió la puerta que daba al jardin por el lado opuesto. Caminó lentamente, muy asustada, sentía la brisa y la lluvia fina mojar su bata. Allí estaba aquella figura tallada en la tela, estaba hermosa, exquisita, sus dos senos erectos se asomaban inquietos, la luz reflejaba pequeñas perlas relucientes sobre ella, sus pezones se dibujaban sobre aquella tela previlegiada, su caminar era sensual, enloquecedor...

Un grito retumbó en toda la casa. Allí estaban los dos bustos cerca de la puerta, mirando hacia adentro de la casa. Lorenzo avanzó hasta donde estaba Laura y la abrazó. Luego de unos minutos se movieron: Y Laura volvió a gritar con más fuerza. Eran dos bustos en los cuales estaban sus rostros.

Ambos corrieron a la casa. Estaban muy perturbados, muy inquietos, muy temerosos. Sintieron la muerte en sus espaldas. Ella lloraba sin consuelo, él bebía y bebía. Ambos se culpaban mutuamente de su maldad, querían matar al viejo para quedarse con todo, pero ahora eran ellos los que temían morir.

Luego que se calmaron. Volvieron a mirar por la ventana, allí estaba el viejo, estaba petrificado, inmóvil. Esta vez tenía agarradas las dos figuras. Las sostenía con fuerzas en sus manos. El bustos de Laura y el busto de Lorenzo se movían de un aldo a otro.

Lorenzo enloqueció, subió las escaleras como un loco y Laura escuchó un disparo. La casa se llenó de perfume a muerte. Hubo silencio. Laura corrió desesperada hacia la alcoba. Allí estaba Lorenzo sobre un charco de sangre.

La noche cayó sobre Laura, todo quedó en blanco, y salió corriendo en medio de la lluvia, en medio del viento. Mientras corría su fina bata caía con el viento dejando ver bajo la luz del jardín y la luz de la fuente aquel maravilloso cuerpo de diosa. Pero mientras corría los perros hambrientos de don Ricardo olfatearon aquel manjar y se lanzaron sobre la pobre mujer quien luchaba por escapar de ellos.

Entonces se apagaron las luces en la mansión de don Ricardo. La lluvia volvió a cesar. El día comenzó a triturar la noche. Y llegó la mañana, y llegaron los pájaros negros, y se posaron sobre la figura del viejo Ricardo, y los pájaros volaron todos sobre su sombrero y comían y comían, y picaban sus ojos. El viejo permanecía invomil...

Y las ventanas se abrieron y se abrieron las puertas de la mansión. Y allí en el umbral de la puerta estaba don Ricardo, imponente, vestido de blanco. Y se acercó al sillón, y los pájaros volaron. El viejo miró su obra de arte, aquella escultura que había hecho con tanto esmero, ahora la saca del sillón, se sienta tranquilo, busca un cigarro, lo enciende, su mirada está fija en la ventana de Cristal... ya los pájaros negros lanzan de nuevo su vuelo.
Datos del Relato
  • Categoría: No Consentido
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1 comentarios. Página 1 de 1
Angel F. Félix
invitado-Angel F. Félix 19-04-2005 00:00:00

Tenías razón, José Luis, la categoría donde ha salido catalogado el cuento no le corresponde. De ahí los votos de dos lectores que buscaban el morbo de la pornografía y se han visto defraudados con una obra literaria que le da lustre a esta página, pero que para su torpe desarrollo intelectual debe parecerles irrelevante. Es un hermoso regalo que nos haces en fecha tan señalada para ti. Y tanto por uno como por la otra te vuelvo a felicitar. Que Dios te conceda largos años más de vida. Un fuerte abrazo, Angel

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