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Entregada al hijo de mi vecina (1)

CAPÍTULO I



 



 



Había coincido en la calle con su vecina Pepa una vez hubo acabado en el mercado con las pocas compras que debía hacer aquella mañana. Fruta y algo de patatas, zanahoria y guisantes con que acompañar la carne que pensaba hacerse para comer. En una de esas mañanas de primavera, mitad soleada mitad ventosa y desapacible, las dos iban camino de casa de manera que juntas cubrieron la distancia hablando de diversas cosas sin importancia. Ya en el vestíbulo y mientras esperaban para coger el ascensor, le pidió si su hijo podía subir a casa a mirarle el ordenador que tenía estropeado.



Pepa amor, necesito que me hagas un favor enorme. ¿puedes decirle a tu niño que suba a casa cuando tenga un rato a mirarme el ordenador? Seguro que es una tontería pero anoche no sé qué le pasó que no enciende y Mario, que es quien sabe de eso, estará cuatro días fuera. Tu niño es un manitas en esas cosas así que si tiene un hueco libre dile que suba a mirármelo –le dijo nada más ponerse el ascensor en marcha.



Claro mujer, solo faltaría. No te preocupes por eso que en cuanto venga de la facultad le digo que pase por tu casa después de comer.



¡Oh gracias, eres un cielo! Me haces un gran favor pues necesito mirar unas cosas sin falta.



Tranquila que subirá tan pronto pueda –respondió Pepa antes de alcanzar su piso.



Bien, le estaré esperando. Voy a preparar la comida, ya hablamos cuando nos veamos –se despidió de su amiga pinchando el botón del ático nada más cerrarse la puerta.



Mariví llegó a casa cerrando la puerta con un golpe de pie y de ahí fue directa a la cocina donde dejó la bolsa de la compra encima de la mesa.



Uff, estos tacones van a matarme –pensó para sí misma mientras recorría el pasillo camino del dormitorio.



Tras descalzarse y ponerse cómoda se dirigió a la cocina a preparar la comida. No tenía muchas ganas de cocinar y estando sola como estaba había pensado en hacerse un bistec a la plancha con algo de guarnición. Algo rápido que no la hiciera trabajar en exceso. Además, mirando el reloj de la pared vio que era ya casi la una… se le había echado la mañana encima entre unas cosas y otras. Dani, el hijo de Pepa quizá no tardaría en subir así que quería terminar pronto con todo aquello.



Desde siempre se había sentido atraída por los huesos de aquel muchacho, ya desde el mismo momento en que lo había conocido tras haber pisado junto a su esposo aquella comunidad de vecinos para ver su nuevo piso; mucho más ahora que se había convertido en todo un hombretón pese a no haber cumplido todavía los veinte años. En aquellos casi dos años que llevaban viviendo allí lo había visto crecer y pasar de ser un simple adolescente a transformarse día a día en todo un hombre interesante y de buen porte.



Una sensación extraña le corría todo el cuerpo siempre que se cruzaba con Dani, una sensación extraña, de desasosiego y por supuesto bien conocida por la mujer le corría su cuerpo de cuarentona y aún deseosa de pasar un buen rato en compañía de un jovencito como aquel. Cada vez que coincidían en la escalera o en la calle, no podía dejar de imaginar todo aquello que debía guardar bajo los tejanos, lo que la llevaba irremediablemente a masturbarse pensando en el muchacho si se encontraba sola en casa lo cual era así las más de las veces.



A Mariví le gustaba provocarle y verle sufrir cada vez que subían juntos en el ascensor, en compañía de alguno de los padres del muchacho o incluso de su propio marido, ajeno por completo al interés de su fiel esposa. Hay mujeres a las que les gustan esas cosas y nuestra protagonista era una de esas. Solía vestir conjuntos juveniles, modernos y elegantes, acompañados de zapatos, sandalias, botas o botines de alto tacón con los que realzar su figura. Conocedora del elemento masculino, sabía que aquello agradaba a los hombres y que siempre suponía un buen punto a su favor.



Lo cierto es que llevaba largo tiempo pensando y rondándole la cabeza el hacérselo con aquel bello y atractivo joven. Mario, su marido, no la satisfacía convenientemente entretenido como estaba con alguna otra aunque también es verdad que Mariví tampoco se quedaba atrás y sabía cómo consolarse en brazos de Alfredo, el apuesto cincuentón con el que se veía de tanto en tanto desde la noche en que se conocieron y en la que la mujer había salido con unas amigas a bailar. Sin embargo, la loca idea de seducir a un interesante y apetecible yogurín como aquel resultaba de lo más morbosa, sin contar el hecho de ser el hijo de su vecina lo que le daba un innegable plus de interés y peligro para la fogosa hembra. El tenerlo apenas dos pisos más abajo, viviendo y durmiendo todos los días y todas las noches tan cerca de ella hacía que un agradable cosquilleo le llenara el cuerpo cada vez que pensaba en ello.



Ella vivía en el ático y Dani en el tercer piso, por lo que resultaba ineludible el subir juntos en el ascensor siempre que coincidían en el vestíbulo. Su marido, según le dijo, iba a estar fuera de casa por negocios unos cinco días y llevaba ya tres semanas largas de abandono así que se encontraba más caliente que una perra. Quizá fuera aquella una buena oportunidad de volver a cubrir la frente de su esposo con un buen par de cuernos, solo había que ver cómo respondía el muchacho aunque ya se encargaría ella con sus artes de hacer que no se le escapara.



Apenas media hora después de haber comido y mientras estaba tumbada en el sofá viendo la tele, escuchó el timbre de la puerta sonar dos veces. Debe ser él –pensó corriéndole un escalofrío por el cuerpo mientras se ponía en pie. Tras recorrer el pasillo y mirar por la mirilla de la puerta, se arregló el cabello ante al espejo dejando caer un pequeño mechón de pelo por encima de la frente. Un nuevo timbrazo algo más insistente que los anteriores la hizo responder:



¿Sí, quién es?



Señora Mariví soy yo, soy Dani.



¡Oh, eres tú! No creí que subieras tan pronto –exclamó con la mejor de sus sonrisas tras haber abierto la puerta.



Me dijo mi madre que tenía un problema con el ordenador –respondió sin poder evitar llevar la mirada al pronunciado escote que se le mostraba.



Pues sí, no sé qué ocurre con él que no se pone en marcha. Perdona que te moleste pero es que soy un desastre en estas cosas y como tú sabes de ordenadores pues pensé en ti para que me echaras una mano. Espero que no te haya molestado… -volvió a comentar mientras le hacía seguirla al interior.



¡Oh, claro que no… no es molestia alguna! Además no tenía nada mejor que hacer –contestó veloz el chaval sin dejar un segundo de observar con disimulo el apetecible cuerpo de la veterana.



Dani, eres un cielo. Mi marido, que es quien sabe de estos cacharros, estará fuera unos días así que espero que seas el mejor salvador para mi problema –exclamó riendo al volverse hacia el chico una vez llegados al salón.



Dejándole sentado frente a la mesa donde se encontraba el pórtatil, la mujer se dirigió a la cocina en busca de la cerveza que Dani le había aceptado. Mientras trasteaba en la nevera pensó en el polo azul celeste y en los tejanos desgastados que el joven vestía y no pudo evitar que la boca se le hiciera agua. ¡Tenía que hacérselo con él como fuera! Ella, por su parte, llevaba una camiseta blanca de tirantes que remarcaba sus grandes pechos y unos pantalones negros que le cubrían medio muslo y con los que se sentía la mar de cómoda.



¿Qué cómo vas con eso? ¿peleándote con el dichoso aparato? –preguntó ya de vuelta al salón.



Estoy mirando por qué no arranca –le respondió dándole las gracias mientras rozaba tímidamente los dedos de la mujer al agarrar la lata.



Ojalá aciertes con ello pues necesito hacer unas cosas con urgencia.



Déjeme unos minutos a ver qué le pasa…



Mariví se quedó en pie junto a él viéndole trastear frente a la pantalla del ordenador. Aquel problema había resultado para ella toda una oportunidad de oro para poder tenerlo a su lado. Pronto su mirada se centró en otras cosas de mucho mayor interés para ella como los brazos juveniles pero ya bien masculinos que se mostraban a su vista. De forma lenta y detenida fue recorriendo aquel cuerpo que tanto la hacía vibrar cada vez que lo tenía delante. La cabeza empezó a correrle como la pólvora viéndose sola en su casa en compañía de Dani e imaginando todo aquello que el joven podía darle. Un calor inconfundible sintió instalársele entre las piernas subiéndole luego por todo el cuerpo hasta acabar rebotándole en pleno cerebro.



El joven también hacía mucho tiempo que deseaba a su hermosa vecina. A esas edades ya se sabe, con todo el deseo a flor de piel, teniéndola tan cerca y cruzándose con ella de forma asidua, no era extraño el interés por la mujer casada. Montones de veces se había masturbado pensando en ella, cuando no lo hacía con alguna de sus amigas o fantaseando con la imagen inalcanzable de alguna de las actrices que veía en la tele.



Según Dani revisaba el aparato, las miradas entre uno y otra se iban haciendo más insistentes y pícaras mientras hablaban. Teniéndolo sentado a la mesa y frente al ordenador, Mariví aprovechó para inclinarse quedando apoyada sobre el respaldo de la silla. De ese modo, la cercanía entre ambos se acentuó quedando el canalillo de sus pechos completamente a la vista de su apetecida presa…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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