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EL VENDEDOR

"Lo acaricié despacio, tratando de hacer mía esa polla desconocida, acaricié sus huevos, mientras sus gemidos iban en aumento ..."

 

Esa tarde el calor era insoportable. Había llegado de trabajar empapada en sudor y me metí en la ducha. Sólo me puse encima mi ropa de estar en casa, un camisón corto un poco ajustado que tapaba escasamente mis muslos. Me tumbé en la cama intentando vencer el calor madrileño de las tardes de agosto. Hacía dos días que Carlos se había ido con los niños a la playa, yo no iba hasta el fin de semana y no tenía gran cosa que hacer.

Mi imaginación nunca ha sido muy productiva, pero allí tumbada en mi cama, entre el duermevela amodorrador de la siesta, las imágenes de cuerpos sudorosos, pechos excitados, penes enhiestos, bocas que se buscaban, se empezaron a agolpar en mi cabeza. Fui deslizando mi mano derecha por mi vientre hasta encontrar el calor de mi sexo que estaba completamente empapado, mis dedos comenzaron a acariciar, la verdad es que un poco torpemente, esa vulva que cada vez se mostraba más ansiosa. Me he masturbado muy pocas veces, soy una mujer a la que todavía la pesan muchos de esos sentimientos de culpa y de vergüenza que antaño se asociaban al sexo.

Poco a poco fui olvidando mis miedos y mi apocamiento, seguí acariciando y acariciando mi vulva, con las piernas ligeramente abiertas, porque así, un poco presionado, mi coño sentía más placer. Toqué mi clítoris despacio una y otra vez, sin fuerza apenas, rozando con las yemas de los dedos de modo que la sensación era muy sutil. Empecé a jadear con fuerza, cada vez más, hasta que noté un calor húmedo que inundaba mi mano y chorreaba por mis muslos. Mi respiración agitada no me permitió reconocer el primer timbrazo, sí el segundo. ¿Quién demonios podrá ser? No voy a abrir, pensé. Pero la insistencia de un tercer timbre hizo que me dirigiera a la puerta, aún bastante excitada y sin preocuparme excesivamente de mi vestimenta.

Hola, mi nombre es Luis, ¿a lo mejor te pillo en mal momento?, me preguntó, con un claro acento argentino. ¿Por qué todos los vendedores serán argentinos?, pensé. No, no le dije. Después de cinco minutos de no entender lo que me estaba diciendo sobre no se qué ofertas del teléfono, pude ver como sus ojos verdes no dejaban de mirarme las tetas, que marcaban ligeramente ambos pezones por encima del camisón de licra.

Sin pensar demasiado lo que estaba haciendo le dije que entrara y así me lo contaba más despacio. Le hice pasar al comedor y me senté frente a él, en el sofá, de manera que mis piernas se le ofrecían como espectáculo inesperado. Le dejé hablar, mientras fui notando como se ponía nervioso cuando me llevé el dedo índice a mis labios y lo chupé ligeramente. Era cómico ver a un argentino al que se le trababan las palabras. Sus manos jugueteaban con un boli con el que escribía números y más números cuando decidí jugar a madura que engatusa a jovencito, deslicé mi mano derecha, desde mis labios hasta mi cuello, acariciando levemente y buscando mi escote.

El muchacho tragó saliva mientras se removía nervioso en la silla. Me eché un poco para atrás haciendo que mi camisón aún descubriese un poco más mis muslos y despacio descrucé mi pierna izquierda, en un movimiento que dejó que el pobre hombre verificara, lo que estoy segura estaba pensando hace rato, que debajo de ese mini camisón no había ropa interior.

A esas alturas, estaba demudado y no sabía ya qué más ventajas ofrecerme, pero estaba claro que él tampoco quería irse. Había entrado en el juego. Entonces le dije, ven. Me tumbé en el sofá y le ofrecí mis piernas ligeramente abiertas, se puso de rodillas delante de mí e inmediatamente comenzó a besar mis muslos, sus manos buscaron mis tetas y sus caricias fueron poco a poco recorriendo mis caderas. Yo levanté las piernas un poco y sus dos manos cogieron de lleno mis nalgas, elevó un poco mi culo y su lengua buscó de lleno el jugo de mi sexo. No era la primera vez que ese chico comía un coño. Lo chupó, me metió la lengua hasta dentro, sus labios mordieron los míos... Mis manos agarraron su cabeza para no dejarlo ir, empujándole y haciendo que su nariz se topara de vez en vez con mi clítoris.

Creo que me corrí en su boca cuando un temblor me estremeció desde arriba hasta abajo. Le hice incorporarse dejando su bragueta justo a la altura de mi cara y posé mis labios sobre un pantalón que estaba a punto de reventar. Con mi lengua estuve un rato jugueteando con una polla que se me antojaba enorme. Desabroché su pantalón, lo dejé caer hasta los tobillos y con ambas manos cogí su bóxer y muy despacio lo bajé lo suficiente para que un hermoso pene de al menos 17 centímetros quedara en libertad.

Lo acaricié despacio, tratando de hacer mía esa polla desconocida, acaricié sus huevos, mientras sus gemidos iban en aumento, bajé su piel dejando el glande completamente al aire y me lo metí en la boca, lentamente, sólo la punta. Con mi mano derecha agarraba la polla con fuerza, mientras mi mano izquierda acariciaba su culo, mi boca entró más adentro, mientras empecé a agitar la mano derecha provocando un movimiento de pelvis en él, que hizo que fuera su polla la que penetrara mi boca.

Nunca había chupado así una polla, Carlos me lo había pedido muchas veces, pero más allá de algunos besos y ligeros chupetones, no había sido capaz. Pero ahora me la metí hasta dentro, su punta casi tocaba mi garganta, me daban arcadas, pero seguí. Era gorda, tenía que abrir mucho la boca para poder tragármela entera, pero no me importaba porque oír los gemidos de ese chico, sentir su ansiedad, buscar vaciarme todo su semen en la boca me hacía sentir viva, poderosa. Ese chico ahora dependía de mí, haría cualquier cosa que yo le pidiera por que siguiera chupándole la polla.

Los gemidos se convirtieron en gritos de placer, cuando mis manos agarraron su culo y mi lengua rodeó con rapidez su glande. Sigue, me decía, no te pares ahora, trágatela entera. Movida por un ardor que yo misma desconocía en mí, busqué con mi mano derecha esa verga que entraba y salía de mi boca y comencé a masturbarla con fiereza, creo que incluso le llegué a hacer daño, cuando lanzando su cuerpo hacía atrás y su pelvis hacia delante gritó, me corro, joder, me corro, cómetelo todo. Un chorretón de semen cálido llegó hasta el fondo de mi garganta, la saqué de la boca un poco estremecida, siguió eyaculando en mi cara, dos, tres veces más, mi frente, mis mejillas estaban recubiertas de un semen que ya me escurría por el cuello y amenazaba con llegar a mis tetas. Entonces me tragué todo lo que había en mi boca, el sabor no era desagradable, era dulzón y muy cálido. Animada por la nueva experiencia volví a metérmela en la boca y a rechupetear los restos, aún le quedó fuerza para una última expulsión que agradecí como si fuese un néctar de dioses. Recorrí con mi lengua su pene ya medio flácido hasta llegar a sus huevos, me los metí en la boca y seguí chupando para volver a oírle gritar de placer.

Me levanté y mirándole fijamente a los ojos le dije, vuelve mañana, que probablemente decida comprarte algo.

Llevaba todo el día dando vueltas por Madrid. El oficio de vendedor no es fácil, pero las tardes de agosto lo convierten en imposible. Aún así, movido por mi exiguo ardor profesional y mi enorme necesidad económica, entré en un portal más. Cogí el ascensor y subí hasta el quinto para ir bajando luego como solía hacer. Quinto, agua. Cuarto, me abrieron en el A, pero un hombre demasiado mayor para entender que es eso del ADSL no era mi cliente ideal.

Llamé al C un par de veces, después de darle las gracias por su atención, y esperé porque el simpático abuelete me aseguró que allí sí que había gente. Una tercera vez y me estaba dando la vuelta para irme cuando oí pasos que se acercaban, La puerta se abrió y apareció una mujer de unos cuarenta años, con una especie de camisón muy corto y bastante ajustado, que marcaba una figura que dejaba entrever los signos del tiempo pero que era realmente sugerente.

Hola, mi nombre es Luis, ¿a lo mejor te pillo en mal momento?, le dije. No, no me contestó con una voz que denotaba una cierta somnolencia. Empecé mi discurso sobre las ventajas maravillosas de nuestro ADSL, los servicios inmejorables de nuestra compañía, mientras mis ojos no se podían apartar de ese cuerpo maduro que parecía estarme llamando, Sus tetas, no demasiado grandes, marcaban sus pezones por encima del camisón, sus mulos sobreabundantes parecían ocultar un tesoro dulce y cálido, sus labios que se mordisqueaban entre sí parecían hablar de pasiones vencidas.

Ni siquiera sé muy bien de lo que estaba hablando, cuando oí una voz que me decía ¿quieres entrar y me lo cuentas más despacio? Después de dudar un instante mis pies y mi entrepierna respondieron por mí. Cuando crucé esa puerta ya había dejado el ADSL fuera.

Me hizo pasar a un típico comedor familiar con un amplio sofá, una mesa, mueble con TV, adornos variados y fotos, muchas fotos. Un hombre y varios niños se repetían en ellas. ¿No me estaría metiendo en la boca del lobo? Me senté en una silla al lado de la mesa para poder escribir, me dijo. Ella se sentó en el sofá, provocando que mis ojos no pudieran apartarse de allí. Su figura era esplendida, el sofá hacía que sus pierna se sobreelevaron un poco dejándome contemplar sus muslos, enormes, macizos, en toda su plenitud.

A esas alturas el ADSL me había dejado de importar por completo y mis entrañas ardían de deseo. He de reconocer que estaba completamente nervioso, no sabía muy bien qué decir, no paraba de escribir en el papel. Su mano se acarició los labios, creo incluso que se mordió el dedo ligeramente, luego buscó el inicio de su escote, mientras no dejaba de mirarme. Ahora ya no me podía echar atrás, estaba claro que esa mujer andaba buscando un buen revolcón, ¿por qué no?

Entonces se inclinó hacia atrás, imitando a Sharon Stone descruzó sus piernas dejándome ver como sus muslos entreabiertos encerraban un horizonte sin ropa interior en el camino, completamente dispuesto para mí. Tragué saliva, no me podía creer lo que me estaba pasando.

Se tumbó un poco más en el sofá, haciendo que su camisón se deslizara hasta abajo y dejara su coño completamente desnudo delante de mí. Cuando subió los pies y entreabrió un poco ambas piernas, ya no me cabía duda de que lo que quería era probar las dotes de mi lengua no de mis palabras. Me puse de rodillas delante de ella y acaricié sus muslos, besé sus rodillas y con mi lengua empecé a dibujar un camino que se iba acercando a su coño más y más, pero muy despacio. Mis manos agarraron sus tetas, jugando con sus pezones por encima del camisón, mientras mi lengua iniciaba el trabajo con los labios mayores primero, para poco a poco buscar la profundidad de su ser de mujer.

Me encantó chupar ese coño, me encantó ese olor tan femenino, ese sabor que dejaba en mi paladar su excitación, esa forma de hacerla mía sin remisión. Nunca antes me había comido un coño. La mojigata de mi novia no daba para más de unos magreos y alguna paja mal rematada. Cogí su culo con mis dos manos y lo elevé un poco para poder entrar mejor en ella. Mientras seguía chupando, haciendo que su excitación fuera en aumento, me sujetó la cabeza con fuerza, provocando que mi boca, mi nariz y casi toda mi cara ejercieran de improvisado consolador. Noté cómo se estremeció de arriba abajo, cómo sus jadeos se tornaron gritos y cómo sus fluidos se derramaron por completo en mi boca, mientras sus manos se tensaron sobre mi cabeza. Lejos de amilanarme, me excité más, seguí mordisqueándola los labios, rechupeteando con mi lengua todos sus rincones y haciendo mío ese cuerpo que a esas alturas estaba completamente entregado.

Entonces se incorporó, acercó su cara a mi pantalón y empezó a chuparme. Mi polla, aún encerrada, se movió ligeramente buscando por cualquier medio la forma de salir de allí. Cuando me iba a bajar los pantalones, ella misma desabrochó mi cremallera y bajó mis calzoncillos, dejando sus manos y su boca dispuestas a hacerme tocar el cielo. Su mano jugueteaba con mis huevos, mientras me acariciaba lentamente y recorría todo el tronco de mi pene con su mano suave. Yo hubiera deseado metérsela de golpe en la boca, estaba ansioso, necesitado de calor femenino. Pero aguanté, me estaba poniendo a mil, pero estaba claro que era ella la que mandaba. Ella marcaba el tiempo.

Cuando se la metió en la boca sentí un placer irrenunciable, inenarrable, sus labios iban y venían, sus manos subían y bajaban, su lengua recorría toda mi verga como si tuviera vida propia. Sentí como me llevaba hasta el fondo de su garganta y me volvía a llevar hasta fuera, como un juguete con el que deleitarse, esperando que decidiera llevarme hasta el fin. Sentí una poderosa envidia de su marido. Estaba claro que esa mujer era insaciable y que esa forma de comerse mi polla hablaba de muchas mamadas, de muchos gemidos de placer sacado a un tío que probablemente no se la mereciera.

Notando que estaba a punto de correrme le grité, no pares, sigue por favor, sigue. Cuando su mano derecha bajó la piel de mi polla hasta el final, no aguanté más y descargué toda mi ansiedad sobre ella. Su garganta recibió mi semen sin aspavientos, con la seguridad de quien sabe lo que hace, se la sacó de la boca y siguió recibiendo mis envites en la cara, y aún más, volvió a rechupetear mis restos con dulzura y dedicación, mientras yo, completamente fuera de mí no podía dejar de gritar y eyacular como nunca antes lo había hecho.

Sus ojos se posaron en mí, al tiempo que yo pensaba, que en esa casa me habían comprado lo que yo no había ido a vender, mi alma.

Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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