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Claudia

I

Y allí estaba yo, solo, en mi cuarto, la luz tenue y azulona que proyectaba la televisión sobre mi cama era la única que iluminaba esa oscura habitación, la luz que marcaba las líneas de mi cuerpo semidesnudo por el calor, y allí estaba, desde el otro lado del cuarto, junto a la ventana, mirándome, con sus dos grandes ojos invisibles e imperceptibles para un hombre que lo tiene todo, pero no para mi, yo ya no tenia nada, había perdido toda mi vida, todos mis sentimientos, todas mis alegrías y esperanzas, por eso yo podía verla, erguida frente a mi, un escalofrío gélido recorrió mi espalda en aquel mismo momento.

- ¿Quién eres?- pregunté con una voz que dejaba intuir mi tristeza y mi miedo.

La figura, impasible, no me respondió, seguía allí, mirándome fijamente, sus ojos se clavaban en mi corazón tan fácilmente como puedes atravesar un pedazo de espuma con una flor de tela, la extraña figura parecía saberlo todo, no sólo sobre mi, si no sobre todos, y fue entonces cuando supe quien era, se trataba de mi tristeza que venía, como cada noche desde hace un par de días a visitarme, pero no la había visto hasta ahora, quizá, porque es ahora cuando he empezado a abandonar la idea de que mi vida regrese, mi amada Claudia se fue y yo he tenido la esperanza de que regresara, hasta hoy.

Como ya he dicho, la tristeza inundó mi corazón, de repente, todo mi cuerpo, mis extremidades, mi cabeza, todo el, pesaba, pesaba porque no podía soportar la amargura de ese sentimiento, la tristeza provocada por la pérdida de un amor, es el más horrible de los sentimientos, incluso más que la muerte, saber que amas y que eres amado, pero no correspondido.

- ¿Quién eres?- volví a preguntar, pero esta vez, mirando a sus ojos, ojos en los que vi reflejada la tristeza del mundo haciéndome quedar impotente ante la fuerza de ese ser que había olvidado hace mucho tiempo.

- Ya lo sabes- respondió, con una voz tan suave y dulce, que parecía provenir de un ángel.

Entonces yo callé, no tenía nada más que decirle, y poco a poco, me fui dejando vencer por el sueño mientras me rendía a la influencia de mi extraño visitante.

II

El mar se movía dulcemente y en calma sobre la arena de la playa, en sus dulces vaivenes rozaba nuestros pies descalzos sobre la arena, allí estaba ella, mi dulce Claudia, cogida de mi mano, caminando por aquella playa, que podía estar rebosante de bañistas, pero a mi me parecía un paraíso desierto, bajo el sol brillante que permitía ver muy bien su bella y suave piel blanca, sólo cubierta por una suavísima tela semitransparente, que permitía intuir su sinuosa figura, ese sol cuya luz se reflejaba en su rostro iluminando al mismo tiempo mi alma y mi corazón, entonces, una suave brisa provocó que su pelo ondulara a su espalda, esa bella melena rubia, agitándose levemente que, en ocasiones, cubría por un instante sus hermosos ojos, ojos en los que podía ver reflejada la alegría de mi alma.

Nubes negras aparecieron por el horizonte cubriendo por completo el sol, empezó a tronar, la brisa suave se convirtió en un viento huracanado, el mar se agitaba bruscamente, pero ella no parecía darse cuenta.

- ¿Qué te sucede?- preguntó al ver mi expresión de sorpresa ante esta situación.

Ella, no parecía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, y mientras a mi me golpeaba un fuerte viento, su melena se movía como antes, como si para ella no existiera lo que yo estaba viendo.

- Hagamos una carrera hasta casa- dijo Claudia sonriendo mientras comenzaba a correr.

Y fue entonces cuando, al intentar moverme me percaté de que mis piernas y todo mi cuerpo estaba siendo engullido por la arena y el agua, cada paso que ella daba hacía que me hundiera más y más rápido, entonces ella se paró en seco, se giró, yo me encontraba hundido casi por completo, sólo asomaba la cabeza y un brazo, y pude verla, pensé que vendría a salvarme, pero su único gesto fue decirme adiós con su mano, y siguió corriendo, aunque ya no podía escuchar su risa.

Todo estaba oscuro, sólo escuchaba el latido de mi corazón, ¿me había hundido?, no lo sabía, me encontraba flotando en un lugar muy frío, allí no había nadie, ¿Qué es este lugar?, ¿dónde estoy? ¿qué ocurre?, y entonces volví a ver aquella figura, erguida, imponentemente alta, flotando sobre un suelo que no existía, envuelta en una extraña túnica grisácea, con aquellos grandes ojos dirigidos a mi, mirándome fijamente, pude sentir como el ritmo de mi corazón se aceleraba para pararse en seco.

De nuevo todo oscuro a mi alrededor.

III

A la noche siguiente, temía entrar en mi habitación, ¿aquella figura fue invención mía? ¿estoy volviéndome loco? ¿volverá esta noche?, pero finalmente, entré, como cada noche apagué la luz y conecté el televisor, para poder conciliar el sueño y no pensar en mi amada Claudia, miré atentamente en cada rincón de mi habitación, como hace un niño para comprobar que no hay monstruos en su habitación, me da la impresión de estar volviendo a recordar mis tiempos de juventud y mis miedos, que analizados desde el punto de vista de un adulto parecen absurdos.

- Han sido imaginaciones mías- me dije después de mirar bajo la cama y comprobar que no había nada fuera de lo normal en mi habitación.

Así que continué con el procedimiento habitual, me tumbé en la cama, a oscuras, y me puse a ver la telebasura nocturna.

De nuevo, como la noche anterior, un escalofrío gélido recorrió mi columna, fue entonces cuando me di cuenta de que mi extraño visitante había llegado.

Y allí estaba él, nadie que no haya estado en esta situación puede imaginarse qué es lo que se siente cuando la propia tristeza te mira fijamente, cuando sientes sus ojos clavados en ti.

- ¿Por qué estas aquí? ¿Cuándo te vas a marchar? – le pregunte a la figura, aterrorizado y temiendo que me respondiera.

- Nunca – esa fue su única respuesta

Esa repuesta me partió el alma, NUNCA, estaría siempre conmigo, no volvería a ser feliz, estaba condenado a una tristeza eterna o a una muerte prematura para aliviar mi dolor interno.

- Tengo derecho a superar esto, tengo derecho a ser feliz – le dije, mirando a la extraña figura fijamente por primera vez.

Él no respondió, sólo me miraba, tan fijamente, que desnudaba mi alma.

Le di la espalda a mi visitante, cubrí mi cabeza con las sábanas, igual que un niño, que no quiere enfrentarse a las extrañas sombras que se proyectan en su habitación, intenté olvidar su mirada, sus ojos puestos en mi, y la impotencia que siento cuando me mira y procuré dormir, aunque fue difícil.

IV

El día estaba ligeramente nublado, en ciertos momentos unas gotas de lluvia caían del cielo, pero no era suficiente para arruinar nuestra bella mañana. Fui a recoger a Claudia a su casa, nos íbamos al zoológico, ella nunca había visto a los delfines y yo me ofrecí a llevarla.

Llegamos allí, y comenzamos la ruta marcada para ver a todos los animales que allí se encontraban, y finalmente, después de elefantes, tigres, jirafas y demás animales cautivos en sus recintos por fin llegamos al delfinario, nos sentamos, y comenzó la música, salieron los cetáceos, con su sorprendente agilidad, en el agua al ver su cara, me ilusionó tanto, eran los ojos de una niña que descubría algo maravilloso por primera vez, estábamos en primer fila, para no perder detalle, en ese momento podía notar y contagiarme de su felicidad.

En la zabullida de uno de los delfines, nos salpicó el agua, Claudia estaba tan alegre, su risa era maravillosa.

Algo comenzó a ocurrirme, ¡me estaba derritiendo!, yo la miré y ella seguía atenta al espectáculo, - ¡Claudia!- le grité horrorizado, pero ella parecía no escucharme, seguía sonriendo y aplaudiendo, mientras todo mi ser se transformaba en agua, poco a poco, lentamente, yo iba desapareciendo, hasta convertirme en un charco sobre el asiento, lo último que llegué a ver fue esa extraña figura, mirándome desde una plataforma frente a mi.

V

Una nueva noche, preparé en mi habitación una mesa adornada con unos candelabros, dos sillas, dos copas y una botella de vino tinto, para mi visita nocturna. Apagué las luces, me senté y esperé, bebiendo ese vino de sabor tan dulce, y por fin apareció.

- Buenas noches- le dije

La figura me miró extrañada.

- Por favor, siéntate, tenemos mucho de que hablar, y ya que vamos a pasar tanto tiempo juntos, será mejor que nos conozcamos bien

Así fue como se lo pedí, no esperaba que aceptara mi invitación, pero así lo hizo.

- Nadie había hecho esto antes- me dijo la figura, con su voz tan potente.

-Supuse que si vamos a pasar tanto tiempo juntos, por lo menos, podríamos conocernos mejor y charlar por la noche- le respondí.

Él seguía mirándome extrañado, y en silencio.

- Me gustaría saber más cosas sobre ti- le dije.

- Yo soy la tristeza, creada por los hombres desde el principio de los tiempos, cada noche visito a gente como tú -

- Durante la noche es cuando nos sentimos más tristes, ya que no hay muchas cosas en las que entretenerse, y es cuando los recuerdos y el dolor encuentran el momento para atacar, es el momento en el que somos más vulnerables -

- Desconocía ese hecho, quizá pueda aprender más cosas sobre vosotros durante estas noches-

- Podremos aprender el uno del otro, supongo-

Poco a poco fuimos apurando nuestras copas, a mi invitado no parecía afectarle el alcohol, pero, después de casi media botella, yo ya comenzaba a sentir sus efectos.

- ¿Cómo puedes soportar tu trabajo?- le pregunté.

- ¿A qué te refieres?- preguntó mi invitado confundido

- Tú provocas la tristeza cada noche a mucha gente, y contemplas como sufren, mi pregunta es ¿cómo puedes soportar el hecho de contemplar tanto sufrimiento humano? -

- No puedo evitar los sentimientos que os provoco, yo sólo estudio vuestras reacciones, para ser más eficaz en mi “trabajo” como tu lo llamas, los seres humanos sois más sorprendentes de lo que creéis, sois capaces de sentir la mayor de las tristezas y de las alegrías en el mismo día, eso me intriga mucho -

- No sé si puedo responder correctamente a esa duda, pero voy a intentarlo, los seres humanos cambiamos de ánimo muchas veces durante el día, no tenemos un sentimiento plano, no se si ha quedado claro-

- Entonces sois más complicados de lo que creía-

- ¿Y tú? ¿cómo sabes a quién visitar cada noche? ¿cuál es el rasgo común entre todos tus pacientes, por llamarlo de alguna manera-

- En efecto hay un rasgo común entre todos vosotros, y es el vacío que sentís en vuestra alma, y los gritos que surgen desde vuestro interior pidiéndome que acuda -

- Debes sentirte muy solo vagando de casa en casa visitando gente -

- ¿Soledad?, no conozco ese sentimiento, yo sólo cumplo con mis funciones, ya te lo he dicho -

- Esta conversación ha sido muy fructífera, creo que para ambos, pero el vino se ha acabado y yo tengo obligaciones mañana por la mañana, espero verte pronto-

- Me verás -

VI

El día era muy claro, Claudia y yo paseábamos por el parque cogidos de la mano, se podía escuchar el trinar de los pájaros en su cortejo primaveral; ella y yo nos encontrábamos profundamente enamorados, como muchos de esos pájaros. El olor de las flores recién abiertas se confundía con el aroma de su perfume: Claudia portaba un precioso vestido verde, sedoso, que ondulaba levemente gracias a la suave brisa dejando entrever sus largas y suaves piernas y sus delicados tobillos; supongo que ante los ojos de los demás paseantes parecíamos dos jóvenes que acababan de descubrir el amor y, aunque llevábamos enamorados ya un tiempo, así era.

Comenzamos a besarnos bajo un sauce frondoso, árbol triste por definición; sus besos estaban rebosantes de amor y ternura, eran tan frágiles que con el simple hecho de pensar en ellos podían romperse.

Nos dedicamos a contemplar las barcas que recorrían en el estanque que había frente a nosotros, nos acercamos y, apoyándonos en la barandilla nos dejamos influir por la belleza del momento. Estábamos los dos parados y levanté la mirada, allí vi de nuevo a la extraña figura, retrocedí sólo dos pasos, pero esa era la distancia necesaria. Aquel sauce bajo el que nos habíamos besado tantas veces comenzó a atraparme entre sus ramas, en ese momento sentía como todo mi cuerpo comenzaba a descomponerse, a fusionarse con el tronco del árbol, mis brazos comenzaban a convertirse lentamente en madera y mi ser comenzaba a formar parte del propio árbol, y entonces la vi a ella, sin darse cuenta de qué era lo que ocurría; yo ya era el árbol.

VII

Volví a preparar la mesa para mi invitado, esta vez esperaba que viniera antes. Coloqué dos botellas de vino y una fuente con la cena para ambos preparada, las velas no habían empezado si quiera a consumirse cuando mi nueva y a la vez extraña amistad apareció.

- Cada día vienes antes, hoy he preparado la cena -

- Sólo aparezco cuando me llaman – respondió él con su voz tan dulce que inspiraba una inmensa tristeza a quien la escuchara.

Entonces comenzamos a cenar, mi extraño invitado apenas comía.

- ¿Acaso no te gusta la cena? – pregunté intrigado aunque imaginándome la respuesta.

- Te recuerdo que no soy mortal, así que no tengo esas necesidades -

Esa precisamente era la respuesta que esperaba escuchar de mi lúgubre amigo.

El tiempo fue pasando lentamente, como siempre había ocurrido en las últimas noches, pero esta vez a penas cruzamos alguna palabra suelta salvo para hablar de cosas que realmente no eran importantes.

- Te noto muy callado hoy – insinuó mi invitado, puede que con la intención de poder comenzar una conversación con esa frase.

- No quiero que te ofendas, pero no me siento muy a gusto en tu presencia, me haces recordar cosas que estoy intentando olvidar cuanto antes – le expliqué.

- Entiendo – respondió él.

- Quiero que te marches, no quiero volver a verte, necesito que no regreses nunca – mis palabras pudieron sonar muy duras, pero reflejaban como me sentía ante mi invitado.

- Sabes que no me marcharé - respondió él.

- Conseguiré que lo hagas, y tal vez más pronto de lo que crees -

Mi “amigo” quedó en silencio, no se por cuanto tiempo; la segunda botella estaba casi acabada, y entonces, sin decir nada, me acosté. Un instante antes de dormirme noté como él se marchaba.

VIII

Claudia caminaba desnuda por el páramo desolado, a su alrededor no había nada más que arena ardiente por haber contenido el calor de los tres soles que había en el cielo; yo me encontraba tirado en el suelo, sediento, el calor cocía mi cuerpo lentamente, pero a ella no parecía afectarle este hecho. Al contemplarla, encontré las fuerzas que necesitaba para incorporarme, me dirigí a ella, tenía la esperanza de que Claudia podía sacarme de ese extraño lugar en el que no había estado antes; ella extendió sus brazos hacia mi y me abrazó. En ese momento pude sentir como mi cuerpo comenzaba a arder, no encontraba explicación a este fenómeno, miré sus ojos en un intento de encontrar en las ventanas de su alma una explicación sobre lo que me estaba ocurriendo, y en su mirada sólo pude ver una cosa, la tristeza, de pie, en mitad de sus bellos ojos, contemplándome.

Mi cuerpo se consumió por completo, y noté como el viento separaba mis cenizas con su suave toque y las transportaba hacia otros lugares sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.



Esa mañana me desperté empapado en sudor.

IX

Aquella noche no preparé nada para mi invitado, simplemente me senté en la cama aguardando su visita, tuve que esperar poco tiempo, ya que la tristeza inundaba mi alma, como una presa que se va llenando de agua poco a poco, lentamente, podía notar como en toda ella comenzaban a producirse las primeras grietas, señal de que no aguantaría mucho y pronto reventaría dejando que el agua inundara todo el valle, y fue así exactamente como mi alma se partió; esta vez no conecté el televisor ya que no quería que nada me distrajese de mi amargura, esa era la razón por la que mi visitante apareció tan rápido, como siempre, de pie, junto a la ventana, contemplándome, en ese momento encontré el valor para mirarle a los ojos pero las lágrimas que había en los míos no me dejaban ver con claridad, y poco a poco, sin apartar la mirada y sin cruzar palabra fui dejándome vencer por el sopor hasta que finalmente mi consciencia desapareció dejando paso a mis sueños.

X

Comenzaba a amanecer en la colina donde acampamos, Claudia se sentó junto a mi, frente a nosotros se encontraba un valle recorrido por tres ríos que desembocaban en un lago formando un delta, la luz del nuevo sol comenzaba a apoderarse del valle muy lentamente, ninguna nube se lo impedía.

- Ojalá este momento durara para siempre y no se rompiera su belleza nunca.-

- Sabes que no será así – respondió Claudia con una voz muy cortante.

- ¿A que te refieres? – pregunté extrañado

Claudia me miró a los ojos, su mirada rebosaba tristeza.

- Ya no habrá más amaneceres, ni más paseos por el parque, ni más momentos románticos, nuestra vida se acaba en este mismo instante -

Las palabras de mi amada partieron mi corazón en un millar de pedazos, la miré preguntándome por qué, pero no encontré respuesta en ella.

- Adiós mi amado – me dijo mientras se levantaba y comenzaba a caminar.

Ella desapareció en el horizonte, y fue entonces cuando me percaté de que la luz del sol comenzaba a destruir el valle a su paso, el color verde se veía remplazado por el color de las cenizas, y eso pronto me sucedería a mi, alcé mi mirada, para poder observar aquella extraña figura que en este momento se erguía junto a mi; yo ya no tenía fuerzas para luchar, así que me deje vencer por la tristeza y permití que el sol ardiente llegara hasta mi. Mi cuerpo comenzaba a calentarse llegando a alcanzar temperaturas extremas, entonces comencé a transformarme en cenizas hasta convertirme en una estatua de aquel polvo gris.

Quedé en el mismo lugar en el que me había sentado a contemplar el amanecer, entonces volví a ver a Claudia, ella se acercaba con un paso lento y decidido, y por fin llegó frente a mi, contempló en que me había convertido, se agachó para recoger algo del suelo, una piedra, y la arrojó contra mi, el impacto destruyó mi forma, ya no conseguía ver nada, pero podía escuchar como ella se alejaba de mi.

XI

Esa noche la recuerdo perfectamente, colgué una soga del techo de mi habitación, la até fuertemente para que no se soltara y la coloqué en torno a mi cuello, y fue así, subido en una silla, donde esperé a que como cada noche la tristeza, ese extraño amigo, me visitara; y por fin, después de no mucha espera se presentó ante mi.

- ¿Qué es lo que estás haciendo? – me preguntó, no muy extrañado por cierto.

- ¿Y ella, la has visto? – pregunté con la mirada cubierta de lágrimas.

- ¿Ella? ¿te refieres a Claudia? -

- ¡Si, a quien si no me voy a referir? – respondí enfadado.

- No lo sé, apenas la visito, ella no es como tú, no me llama todas las noches. Lo que estás haciendo no solucionará nada, deberías reconsiderarlo – sugirió con su voz cálida, sonido que por cierto comenzaba a detestar.

- Para mi sí – respondí mientras le daba una patada a la silla que me sostenía, tensando así la cuerda que acabaría con mi vida.

Todo comenzó a volverse oscuro, el tiempo dejó de tener sentido, pude escuchar voces de gente que entraba en mi habitación, pero ya era tarde para mi; la vida se escapaba de mi cuerpo tan rápidamente como un suspiro. Noté como mi cuerpo caía al suelo antes de que mi último aliento abandonara mi cuerpo.

XII

Me encontraba flotando en mitad de una nada de color negro, ¿es así la muerte? me pregunté, y fue entonces, al levantar la mirada, cuando comprendí las palabras de la tristeza, porque allí estaba él, de pie, como la primera vez que lo vi, mirándome.

- ¿Qué es esto? ¿qué ha ocurrido? – pregunté desconcertado.

- Esta es tu muerte, te dije que no solucionaría nada; estas condenado a sufrir eternamente, a vagar portando la tristeza a todos los lugares del mundo, como yo; no pude decirte esto antes, pero tu me recuerdas a mi mismo, pronto olvidarás todo aquello que has vivido como humano y sólo recordarás el motivo de tu tristeza, el motivo de tu muerte, y así será hasta el fin de los tiempos, así que te doy la bienvenida a tu nueva forma de existencia y ahora acompáñame, debemos visitar a alguien -

¿Qué había hecho?, me había condenado para siempre, yo no sabía que la muerte fuese así.

Horrorizado por todo lo que me rodeaba me dispuse a seguir al que a partir de ese momento sería mi único acompañante.



Nos encontrábamos en la habitación de Claudia, ella estaba tumbada en la cama escuchando música.

- Va a recibir la llamada que le comunicará que has muerto- dijo mi acompañante.

En ese momento sentí que había cometido un error; el teléfono comenzó a sonar y yo rezaba para que no lo cogiera, pero lo hizo, después de unos minutos colgó el teléfono y rompió a llorar en un mar de lágrimas, yo quería llorar con ella, pero mis ojos parecían haber sido exprimidos sin que quedara ni una sola lágrima.

- ¿La muerte será así también para ella?- pregunté

- No, ella morirá a los setenta años, después de haber conocido una vida feliz junto a una persona que conocerá dentro de un año, para ella todo será distinto, ahora debemos marcharnos, aquí tu ya no puedes hacer nada-.

Epílogo

Esta es mi historia, no te preguntes como ha podido llegar a este mundo, pero así ha sido. Claudia conoció a su verdadero amor hace ya un siglo, a veces podía escaparme de mis ocupaciones para visitarla sin que ella lo notara, he de decir que nunca la había visto tan feliz, aunque no hay nada más difícil que contemplar a la persona que amas amando a otra, me hubiera gustado poder alegrarme por ella, pero ya no recuerdo que es ese sentimiento, mi mentor tenía razón, todo lo que has sentido como humano se olvida en cuestión de unas horas y sólo quedan la tristeza y el recuerdo de los hechos que provocaron el final de tu vida, que es lo que he escrito en estas páginas. Ahora, levanta la vista y dirígela junto a la ventana de tu cuarto, porque en estos momentos te contemplo.



FIN
Datos del Relato
  • Autor: D\'arcon
  • Código: 6592
  • Fecha: 18-01-2004
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.29
  • Votos: 21
  • Envios: 3
  • Lecturas: 2412
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