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Agencia publicitaria?

Junto con la alegría de la obtención de su diploma, habilitándola como Técnica en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Tucumán, tuvo la certeza de que lo que había constituido una pasión desde sus primeros años de estudio la obligaría a alejarse de su familia y buscar su destino en la única ciudad en la que pudiera dar cauce a sus conocimientos.
Si bien el conglomerado urbano que era Buenos Aires intimidaba; una manifestación edilicia que asustaba y una selva en lo profesional, estaba decida a abrirse camino con las mejores virtudes con que la vida la había regalado.
Además de sus calificaciones en la Universidad que le habían deparado recibirse con honores y medalla de oro, se sabía poseedora de una belleza que, sin ser extraordinaria, hacía que la gente volviera a fijarse en ella cuando caminaba por las calles de la antigua capital provinciana.
Superando el metro setenta y cinco de estatura, su cuerpo pleno, sin llegar a la voluptuosidad, incitaba al piropo y el galanteo cortés, característicos de sus comprovincianos. La larga melena leonada, de una coloratura indescifrable entre el rubio y lo rojizo, enmarcaba al rostro que llamaba la atención por la profundidad de sus ojos verde agua, las sensitivas aletas de las narinas o la plasticidad y morbidez de su boca generosa.
Modelando en pasarela y posando para fotografías publicitarias desde los quince años, confiaba que, como en su ciudad natal, los atributos físicos que la habían hecho famosa localmente, le servirían para ganarse el sustento hasta que consiguiera el trabajo que estaba buscando, incidiendo favorablemente en sus futuros empleadores.
Haciendo uso de sus ahorros y de la inapreciable ayuda económica de su padre, triste porque su única hija dejaba el hogar pero contento de poder contribuir a que ella concretara su sueño, emprendió viaje hacia Buenos Aires. Arribada a la ciudad que ya había visitado en tres oportunidades, consiguió hospedarse en un hotel sin calificación destacable pero con instalaciones discretas y un costo que se adecuaba a su presupuesto, con lo que ella estimaba que podría aguantar seis meses antes de darse por vencida, sin considerar alguna entrada adicional que pudiera lograr trabajando para alguna agencia de modelos.
Como todos los desprevenidos que intentar abrirse paso profesionalmente, desdeñó los nombres de algunas agencias de publicidad y apuntó directamente a las más grandes y famosas, sin tener en cuenta que estas también apuntaban hacia lo mejor, especialmente en experiencia, cosa de la que ella adolecía en cantidades industriales.
Tras las negativas que acumuló rápidamente y con la sensación frustrante de haber impreso sus curriculum sólo para gastar plata, pronto bajó el nivel de su mira y apuntó hacia aquellas que había desechado tan prejuiciosa y prematuramente. En estas, aunque el trato fue mejor, llegando a concretar tres o cuatro entrevistas, lamentablemente y a pesar de los encandilados gerentes, su falta de experiencia pesó más que sus encantos.
Con su autoestima por el suelo, concurre a la entrevista que ha concertado previamente por teléfono y, sorprendida por el hecho que fuera el Presidente de la empresa el que lo hiciera personalmente, accede a unas oficinas que no lucen como si fueran parte de una exposición de decoradores, pero que manifiestan una actividad intensa.
Cuando es invitada a entrar al despacho del dueño, se encuentra con un clima muy parecido al de los despachos de juristas de las series norteamericanas. El enorme salón de unos diez metros de lado está totalmente revestido con un rico artesonado de madera y la espesa alfombra color canela amortigua el ruido de sus tacos. Una de las paredes esta cubierta por una lujosa biblioteca, cerrada por estrechas puertas de finos cristales con delicadas juntas de bronce pulido a cuyo frente se destaca, levemente a un costado, una severa mesa del más puro estilo Tudor. Sobre el ángulo opuesto, unos grandes sillones forrados en fino cuero verde oscuro y unas mesas bajas sosteniendo torneadas lámparas de bronce, invitan al descanso.
Desde el opulento sillón ejecutivo detrás del escritorio, un hombre acude a recibirla. Sorprendida por lo estructurado de sus ideas, la imagen de este no coincide con la que ella se había formado de un Presidente; hombre maduro, canoso y entrado en kilos. Este rubio y alto muchachote, de no más de cuarenta años, con una sonrisa de dentífrico en su rostro atezado por el sol y en mangas de camisa, la invita cordialmente a sentarse enfrente suyo con la misma gentileza que si ella fuera una personalidad.
En un esfuerzo por reaccionar, acepta tímidamente el café que él le pide a la secretaria. Mientras esta les sirve de una jarra térmica que se halla en un rincón y ella da un primer sorbo al cálido brebaje, él lee rápidamente la pequeña esquela de sus referencias y sacudiéndola pensativo por un largo e incómodo momento, se apoya finalmente en el escritorio.
Con una sonrisa de confianza le explica lentamente, como si ella fuera una negada, que son precisamente sus virtudes son las que conspiran contra sus pretensiones. Sus calificaciones y honores universitarios, seguramente apabullarán a quienes serían sus jefes potenciales, empíricos trabajadores con años de experiencia. La segunda contra, es precisamente eso, en un área en la que el conocimiento del valor de cada uno de los medios en función de la audiencia y los contactos clave que hay en ellos para poder negociar un mejor posicionamiento de las piezas o pelear alguna bonificación extraordinaria, son esenciales para un mejor servicio al cliente y el beneficio de la agencia misma. Su tercera contra y ya en el plano más personal, es su belleza, su porte y su elegancia, desmesurada competencia para quienes son jefes de Medios, mayoritariamente mujeres maduras.
Observando como el desconcierto y la desilusión van pintándose en el rostro de la bella provinciana, le dice, mirándola fijo a los ojos con una chispa de alegre picardía en los suyos, que él ha llegado a poseer esa empresa comenzando desde abajo, por su olfato para las cosas buenas y una dosis enorme de romántica irresponsabilidad. Alicia acaba de poner de nuevo en marcha ese mecanismo y en honor a sus años jóvenes, justificará un puesto para ella, pero comenzará desde la posición más humilde en el Departamento de Medios y estará sólo en sus manos comprender las claves para abrirse paso sin pisar a nadie; por lo menos intencionalmente.
Siendo jueves, le recomienda que aproveche hasta el lunes para acomodar sus cosas y para que ellos a su vez acondicionen un lugar mientras le buscan qué y cómo hacerlo. Levantándose, la conduce hacia una puerta que ella no había advertido al entrar y que, transpuesta, la deposita en el hall donde están los ascensores.
Volando bajito, desciende a la planta baja, sale a la calle como en trance sin poder creer en tanta suerte y recién termina por darse cuenta que ni siquiera preguntó sueldo ni horario, al deslumbrarla un oblicuo rayo de sol que al atardecer, le parece todavía más dorado.
Esos tres días se le hacen interminables y aprovecha para descargar las tensiones que la espera le provoca, limpiando, planchando y acondicionando su menguado vestuario, sin estar muy segura de cuál será lo mejor para el primer día. Finalmente y cómo es primavera, se decide por un trajecito sastre color gris claro con una blusa rosada, aunque duda a último momento porque la falda le parece demasiado corta y provocativa.
Se distrae yendo sábado y domingo al cine y recorriendo los shoppings donde estos se encuentran. Ese lunes y mucho más distendida, antes de entrar estira inútilmente su minifalda, efectivamente demasiado corta. Decidiendo que si alguien tiene problemas, será asunto suyo, entra con paso firme y tras presentarse desenfadamente en Recepción como si estuvieran pendientes de su llegada, es conducida hasta el despacho de quien será su jefa de ahora en más.
Advertida tal vez por el Sr. “Vebber”, como ella nombra al Presidente - germanizando en demasía la W que lo deformaría en un cómico parecido a "huevo"-, hace caso omiso de la despampanante figura de la joven, diciéndole que al principio sus tareas serán más bien difusas y, hasta que ella misma se defina en algún sentido, dará una mano a quien la necesite o ejecutará trabajos en distintas secciones del Departamento. Posteriormente, la presenta a cada uno de sus compañeros de trabajo, conduciéndola luego por toda la agencia, mostrándole las instalaciones y señalándola a los ejecutivos más importantes como "una nueva colaboradora".
Terminan la recorrida en el Departamento de Personal, donde el mismo jefe se encarga de tomarle todos los datos, fijándole la retribución en una suma que escapa a la credulidad de Alicia, superando con creces lo que ella había imaginado. Todavía asombrada, se reintegra a su Departamento y ese primer día en el que realmente no trabaja, se encarga de intercambiar datos personales con sus compañeros, alimentando la máquina chismosa que termina por integrar una persona al grupo de trabajo.
Quince días le bastan para mensurar lo que dista entre la teoría y la realidad cotidiana en un área tan dinámica como es la de Medios. Todo aquello que aprendió tan científicamente calibrado, se desmorona ante la urgente necesidad de una nueva estrategia de ventas de un cliente que modifica todas las pautas previstas, añadiendo o eliminando medios, nuevos originales, copias de material audiovisual y hasta la contratación de medios aun no experimentados o suficientemente testeados.
Aprende los tonos de voz a utilizar según el tipo de negociación telefónica, desde la imperiosa con todo el peso del avisador o de la agencia detrás, hasta la aterciopelada y sugerente en un pedido extremo de favores. Se hace ducha en lidiar con los otros Departamentos que les proveen del material esencial para los medios y explota sus atributos físicos para conseguir cosas que a cualquiera de sus compañeras le negarían.
Su jefa está muy contenta con su adaptabilidad a las distintas contingencias y así se lo hace saber a quien ejerce la dirección interna de la agencia, que no es otra que la esposa del Sr. Webber y su socia al 50%. Cuando esta la hace concurrir a su oficina, piensa con un poco de aprensión por saber en que se habrá equivocado, pero la sonrisa conque aquella la invita a sentarse, disipa toda duda al respecto.
Imaginando sobre la formidable pareja debe hacer con Marcos, se encuentra examinando físicamente a la mujer; de no más de 35 años, aparenta ser tanto o más alta que ella y, por lo que el generoso escote deja entrever, de grandes y fuertes senos. Absorta en los globos de gelatinosa apariencia, especula con que de la cintura hacia abajo se corresponda la misma solidez y contundencia. Su cara es hermosa, bellamente cincelada y sus rasgos finos contribuyen a resaltar los transparentes ojos celestes que contrastan con el renegrido e hirsuto cabello, hábilmente reducido por un estilista casi a su mínima expresión.
Más allá de su rostro y su figura, hay algo en la mujer que la atrae magnética y compulsivamente, poniendo en su bajo vientre un aletear de mariposas como sólo sintiera con aquel muchacho que la sedujera la primera vez. Sorprendida con su hipnótico estatismo, Patricia la llama a la realidad con delicadeza, preguntándole si le sucede algo malo.
Casi sin meditarlo, ella le contesta con un extraño atrevimiento que se trata de algo físicamente íntimo y que no es precisamente malo, después de lo cual se rehace y tras pedirle disculpas por su impertinencia, no sin advertir que Patricia se ha dado cuenta del inusitado interés por ella y la confusión que la turba, escucha con satisfacción las cosas halagüeñas que tanto su jefa como sus compañeras piensan sobre ella, personal y profesionalmente.
Todavía confundida por la atención deferente con que la mujer mayor se dirige a ella alabando su dedicación y concentración en el trabajo, manifestándole lo contentos que se encuentran por la decisión de su marido al guiarse por los presentimientos que generaron su actitud determinada y la ingenua confianza en sus conocimientos, Alicia no puede sino agradecerles a ellos por haber depositado su confianza en una jovencita con tanta voluntad como inexperiencia. Tras este trueque de gentilezas, la joven se reintegra a sus actividades, reconfortada y decidida a no defraudar al matrimonio.
Con el ánimo decididamente alto, a partir de ese momento comienza a mirar las cosas con una serenidad y confianza tales, que la ciudad le va pareciendo más confortable y hospitalaria cada día que pasa en ella, encontrando deleite al recorrer sus avenidas o visitando con frecuencia cotidiana los parques y plazas.
El único debe que hay en su balance es la falta de conocimiento de jóvenes de su edad, más que para salir a divertirse, para tener con quien intercambiar ideas y conversar sobre los acontecimientos que día a día van modificando su vida y su conducta. Esta soledad es lo que la lleva a concentrarse aun más en su trabajo y ser la primera en ofrecerse si es necesario quedarse a trabajar después de hora o en la entrega de nuevas campañas.
Con los dos primeros sueldos y el tema vivienda ya solucionado por los ahorros, se dedica con entusiasmo a mejorar su estética, recortando y ondulando su cabello. Aprovisionándose de un surtido impresionante de cremas, elástiza y da a su piel una apariencia saludable que se condice más con su aspecto de salvaje naturalidad, sin el añadido de afeites o cosméticos que le quitarían la frescura que de por sí emana.
Estas modificaciones que solamente responden a un deseo de mimarse y a un cierto grado de coquetería inconsciente que tal vez le procure algún anónimo admirador, no son interpretadas así por la chismografía interna y debe soportar estoicamente, pero sin desmentirlas, las irónicas referencias que en forma indirecta hacen sus compañeras a estos cambios y se especula abiertamente sobre cuanto tardará la joven tucumana en sucumbir a los encantos del rubio y seductor mandamás.
Tanto ha modificado su aspecto que, cierta tarde en que se ha quedado a cubrir una tardía entrega de originales para los matutinos y mientras espera el ascensor, es sorprendida por la presencia de Webber saliendo de su despacho. Desorientado por el cambio de la joven, la mira con circunspecta curiosidad y luego, al reconocerla, su luminosa sonrisa vuelve a desplegarse en el rostro tostado. Tomándola de la mano con entusiasmo, la obliga con galante autoridad a penetrar en su despacho encendiendo las lámparas que dejan caer sobre los mullidos sillones la calidez de su luz ambarina, en tanto que, entusiasmado, le confiesa que desde hace varios días tiene el propósito de mantener una reunión con ella gracias a los informes favorables que le han suministrado la jefa de Medios y su misma esposa.
Intimidada por la contagiosa y avasallante alegría de Marcos, Alicia se ha refugiado acurrucada en un rincón del enorme sillón y desde él, ve como el hombre va preparando una bandeja con botellas, vasos y hielo. Depositándola en la gran mesa ratona, se sienta junto a ella y tras llenar dos grandes vasos con abundante cantidad de whisky, propone un brindis por la adaptación de una belleza provinciana al duro desafío que la gran ciudad le ofrece todos los días.
Mas relajada por la actitud distendida del hombre y para no evidenciar su falta de mundo, la joven apura rápidamente la respetable cantidad de licor del vaso - disimulando ante el ardor del alcohol que pone lágrimas en sus ojos -, que Marcos se apresura a reponer. Tres vasos después, Alicia no sólo está relajada, sino que festeja a pura carcajada los chistes con que el hombre la entretiene. La soledad ha explotado dentro suyo y se permite vivir el momento con una soltura que no es común en ella. No está borracha en lo absoluto y, aunque mareada, maneja la situación, diciéndose por qué no disfrutar de esta única expansión en casi tres meses.
A pesar del aire acondicionado, Marcos se ha quitado el saco y la corbata, ofreciendo un aire más juvenil. Cuando se vuelve a sentar junto a la joven y tras llenarle nuevamente el vaso, apoya como al descuido su mano sobre la rodilla izquierda que sobresale cruzada sobre la derecha por debajo de la falda amplia de su vestido solero.
Alicia no es virgen ni mucho menos, aunque no es proclive a tener relaciones ocasionales y, a pesar de que normalmente rechazaría un avance tan osado como el que sugiere Marcos, pesan en su decisión varios factores; la soledad que angustia noche tras noche su ánimo y su cuerpo; el hecho de que Marcos sea el hombre al que le está debiendo el feliz comienzo de su carrera; la intimidación que le produce por ser el Presidente de la empresa, teniendo el poder de manejar su futuro a su antojo y por último, porque es un hombre tremendamente atractivo y ella hace muchos meses que ignora lo que es una mínima aproximación sexual.
Con la mirada clavada en la de Marcos, trasiega lentamente el licor, dejando que sus ojos transmitan toda la angustiosa ansiedad que siente. Cuando termina con el whisky, deja el vaso vacío sobre el amplio brazo del sillón y, esbozando una tímida sonrisa, descruza las piernas para recostarse con un hondo suspiro invitador sobre el mullido respaldo.
Alentado por la actitud pasiva de la joven, la mano de Marcos inicia un lento ascenso sobre el muslo, sintiendo que a su paso las carnes se estremecen y la suave piel se va cubriendo de una delgada capa de sudor. Los dedos se mueven en despaciosos círculos, como renuentes a seguir avanzando, mientras el hombre comprueba como la joven comienza suavemente a jadear entrecortadamente.
Con los ojos semi cerrados, Alicia siente como las manos de él, abandonando sus muslos, desprenden hábilmente la larga abotonadura del vestido, desabrochando el cierre frontal de su corpiño. Con una suavidad que la sorprende, los dedos largos del hombre se deslizan por toda la copa de sus pechos apenas rozando su piel y consiguiendo con ello que su excitación se exacerbe cuando él aprisiona entre sus dedos índice y pulgar a sus pezones, estrujándolos levemente.
Con un mimoso ronroneo de placer, aprisiona entre sus manos la dorada cabeza del hombre y la conduce hasta los senos. La lengua de él, ágil y húmeda, azota tenuemente sus rosadas aureolas que a esta altura ya están adquiriendo un volumen apreciable y luego aprisiona entre sus labios el grueso pezón, comenzando con un moroso succionar que la va enajenando, en tanto que la mano, se dedica con esmero a estrujar, sobar y pellizcar al otro pecho.
Sintiendo como en sus entrañas se entabla una encarnizada batalla entre sus humores, órganos y músculos que se manifiesta en profundas contracciones de la vagina, empuja hacia abajo la cabeza del hombre, que diestramente la despoja de la húmeda trusa y, abriendo ampliamente sus piernas, tremola agitadamente con su lengua sobre la inflamada vulva de Alicia.
Los dedos separan el casi infantil labio exterior y dejan expuestos los suaves y retorcidos pliegues rosados a la ávida succión de los labios, que cómplices de la lengua, se dedican a recorrer todo el sexo, desde el apretado comienzo de la apertura en el prominente Monte de Venus hasta los oscuros fruncimientos del ano.
Luego de entretenerse en la festoneada entrada a la vagina y de introducirse en esta, extrayendo golosa, los humores que la cubren y rezuman espesamente desde sus profundidades, sube a lo largo del óvalo iridiscente, para alojarse en el manojo de pliegues entre los cuales se destaca, erguido, el carnoso tubo del clítoris. Fustigándolo con dureza, arranca gemidos de placer en la joven y cuando lo atrapa entre sus labios succionándolo fieramente, mordisqueándolo levemente con el filo romo de sus fuertes dientes, esta clava sus manos en la tersura del fino cuero del sillón y agitando en un involuntario aleteo sus piernas, le suplica vehemente que la penetre y la haga acabar.
Desnudándose y desnudándola con una presteza que sólo la práctica suministra, él la hace acostar a lo largo del sillón con una de sus piernas pendiente y apoyada en la alfombra. Tomando con su mano la otra pierna, la eleva y encoge para lograr con esto una mayor tensión muscular y entonces muy lentamente, una inmensa barra de carne de un tamaño como ella ni suponía que existiera, va destrozando los tejidos de su canal vaginal, ocupando todos y cada uno de los intersticios de su sexo, dándole la sensación de que aquello que se le hace insoportable, acabará por reventar en sus entrañas.
Pero nada de eso ocurre, por el contrario; cuando la enorme verga golpea contra el fondo, toda entera en su interior, él comienza un lento vaivén que parece engrosarla y endurecerla más en cada intento, desesperando con su áspero roce a la jovencita. Ella había tenido sexo sólo en cinco oportunidades y, suponiendo que aquellas vergas eran del tamaño correcto, no sólo las había soportado sin problemas, sino que las disfrutó, alcanzando un par de veces lo que ella suponía era un orgasmo pero el tamaño del falo de Marcos no sólo le parece desusado, sino que se le hace insoportable, debido al dolor que las excoriaciones le provocan.
Con la boca abierta en un mudo pedido de ayuda, intenta desprenderse del cuerpo del hombre, cuando de una manera casi mágica, como si un oculto resorte hubiese disparado un desconocido mecanismo, el placer comienza a inundarla. Un borbollón de sensaciones placenteras, de satisfacción plena la recorren por entero e, instintivamente, su cuerpo comienza a ondular acoplándose al ritmo de los embates del hombre, haciendo que su pelvis se estrelle duramente contra la de Marcos y envolviendo las nalgas de él con sus piernas entrelazadas, profundiza la dureza de la penetración.
Hamacándose acompasadamente, como si un extraño vínculo metalúrgico los fundiese en una sola pieza, transitan por largo rato una meseta sobre la que el placer y el goce ilimitado los conducen en una desesperada cabalgata hacía los confines en los cuales los espera la angustia indescifrable de la satisfacción total.
Alicia comienza a sentir como desde todo su cuerpo acuden hacia su bajo vientre las riadas incontenibles de sus fluidos internos. Instalado en los riñones, un fuerte cosquilleo comienza a subir imperiosamente a lo largo de su columna vertebral y junto con unas ganas inmensas de orinar, estalla pirotécnicamente en su cerebro, espantando a los pájaros perversos que aletean en su vientre y que ahora parecen querer destrozarle las carnes con las garras en su demoníaca huida.
Con la garganta enronquecida por los verdaderos bramidos que escapan quejumbrosos del pecho y ahogándose con la espesa saliva que llena su boca, clava desesperadamente la cabeza sobre el cuero y, agitándola de lado a lado, tensiona los músculos y venas de su cuello a tal punto que parecen a punto de estallar. La cara congestionada por la fuerza que pone en la cópula, enrojecida y cubierta de sudor, va distendiéndose lentamente y la sonrisa beatífica que se dibuja en su rostro, es prueba evidente de que, la obtención satisfactoria del orgasmo ha llegado junto a la eyaculación violenta del hombre y el baño seminal que se esparce en su útero hace las veces de bálsamo sedante, sumiéndola en un estado cuasi celestial.
Marcos se derrumba a su lado y por un rato permanecen inmóviles, recuperando lentamente la respiración, mientras una dulce lasitud los envuelve en su acojinada calma.
Con un cariñoso gruñido satisfecho, Alicia se acurruca contra el pecho de Marcos y el aroma salvaje de la piel, unido a su exquisito perfume, hieren profundamente los sentidos de la joven que, nuevamente excitada, comienza a besar tiernamente las tetillas del hombre, lamiendo y sorbiendo la sudorosa capa que las cubre. Algo inédito la compulsa a proseguir y escurriéndose a lo largo del musculoso torso, arriba al peludo pubis, buscando con su boca al fláccido miembro.
Aun en estado de latencia, su tamaño es importante y, sosteniendo entre sus dedos esa gelatinosa morcilla, húmeda aun de sus jugos y semen, va lamiéndola lentamente como si se tratara de una golosina desde los peludos y rugosos testículos hasta la cabeza, que monda y expuesta, introduce en su boca, sorbiéndola con verdadera fruición.
Respondiendo al estímulo a que sus dedos y boca lo someten, despaciosamente, el pene va recuperando aquel tamaño que la sorprendiera. Ese miembro que ella introduce casi hasta el fondo de su garganta con facilidad y angurria, crece perceptiblemente dentro de su boca limitando cada vez un poco más su capacidad de contenerlo y haciendo un esfuerzo desesperado, fuerza sus mandíbulas a abrirse hasta casi el punto de la dislocación, en tanto que los dedos que sobaban al recién despierto pene, ahora no alcanzan a envolver entre ellos al falo en que se ha convertido.
Inspirada por un súbito deseo, se pine a horcajadas sobre el hombre y guiando con su mano al poderoso príapo, lo emboca en su sexo y descendiendo su cuerpo con prudencia, siente como nuevamente la verga monstruosa la socava. Gimiendo quedamente, aumenta la velocidad de las flexiones de sus piernas, en tanto que toma las manos del hombre y guiándolas hacia los pechos, lo incita a que los tome entre ellas.
Marcos obedece este silente pedido y aferrando entre sus dedos al duro y alzado pezón, comienza a retorcerlo y, mientras sus uñas cortas y fuertes se clavan en la tierna carne, su otra mano explora la hendidura entre sus nalgas y buscando la depresión del ano, acaricia a los fruncidos esfínteres para luego, milímetro a milímetro, hundirse entre ellos, provocando que, finalmente se dilaten complacidos a la intrusión total del dedo.
Cuando el hombre ve que la joven está sobreexcitada pero agotada de tanto impulsarse y, cubierta de transpiración boquea en búsqueda de un poco de aire cediendo el ritmo de su jineteada, sale diestramente de debajo suyo y, acomodándola de rodillas sobre el borde del sillón, vuelve a penetrarla profundamente desde atrás.
Aferrándola de las caderas y, apoyando una de sus piernas sobre el asiento forma un arco perfecto para dar mayor impulso al cuerpo y la intrusión se hace diabólica. Alicia siente como la barra de carne horada la vagina, golpeando al útero salvajemente y como sus músculos de manera instintivamente animal, se cierran prietamente alrededor del miembro, contribuyendo a aumentar el roce que la tortura.
Separando aun más sus piernas y bajando el torso hasta que los senos oscilantes se restriegan sobre el cuero, facilita la penetración y nuevamente se reinicia el dolorosamente placentero ciclo que la conducirá al orgasmo. Sollozando de alegría, ruega al hombre que la lleve al goce y mientras ella misma dirige la mano al sexo, estregando con sus dedos al endurecido clítoris, él acentúa la curva de su cuerpo e impulsándose fuertemente, estrella su cuerpo contra las nalgas, provocando que las carnes húmedas chasqueen sonoras y, ya próximo a la eyaculación, introduce su dedo pulgar en el ano de Alicia. Cuando ella siente el vigoroso derrame seminal en sus entrañas, el placer y la satisfacción la llevan casi a la inconsciencia y, sumiéndose en una bruma rojiza y cálida, se derrumba exhausta sobre el sillón.
Aceptando de una forma totalmente natural, casi como una consecuencia lógica, el hecho de convertirse en la amante del patrón y dispuesta a sacar provecho de la situación, provoca y afronta descaradamente una conversación descarnada y definitiva con él, consiguiendo en pago a su entrega física sin límites, discreta y sin traiciones, un coqueto departamento de dos ambientes en un appart-hotel lujosamente amoblado a su gusto y el dinero suficiente para vestirse adecuadamente.
Surgiendo como una resplandeciente mariposa de su crisálida, asombra a quienes la veían superficialmente como "la tucumana" y alimenta el fogón de la insidia palaciega que, en el toilette alcanza ribetes de escandalosa especulación acerca de los qué, cómo y cuánto acerca de sus relaciones sexuales con Marco, hecho que ella envuelve aun más en el misterio, guardando un cerrado mutismo, rubricado por sus enigmáticas sonrisas.
Como para justificar él por qué de tal giro estético, Marco decide ascenderla en sus funciones, trasladándola al Departamento de Cuentas como ejecutiva junior, con tres pequeños clientes para probar su capacidad en esta área.
Además de aceptar el desafío y manifestarse como una revelación en la difícil tarea, cual es complacer y canalizar positivamente los mínimos caprichos de los clientes, tiene la ayuda personal del patrón quien, cuando la visita en su casa, va asesorándola sobre las actitudes a tomar ante ciertos problemas o allanándole el camino desde su función ejecutiva. Normalmente, estas visitas tienen la culminación previsible, pero la mayoría de sus descontrolados encuentros sexuales, tienen lugar en el despacho de él, muchas veces en pleno horario de trabajo, justificando sus respectivas "ausencias" con incomprobables excusas ejecutivas.
De todas maneras, ella considera que lo conseguido hasta ahora es solamente por mérito propio, ya sea desde el plano profesional, en el que sigue demostrando día tras día que está especialmente dotada para aquello o desde el personal, para el que también parece estar dotada de atributos y condiciones virtuosas, dado el entusiasmo con que las recibe Marcos y que a ella misma la sorprenden.
Seis meses después, ya convertida en la ejecutiva de cuentas junior vedette, con una cartera de clientes que va incrementando su prestigio por el monto de sus facturaciones y, paralelamente, engrosando sus ingresos económicos, toda vez que recibe un porcentaje derivado de las ganancias, además de su jugoso sueldo y gastos de representación, está terminando de dictar un informe a su secretaria, cuando el cadete interno le entrega en mano una esquela de Patricia, quien la invita a tomar el té el próximo sábado por la tarde. Gratamente sorprendida y como no cuenta con ningún compromiso, ni siquiera furtivo, ya que Marcos acaba de marcharse a Rosario en donde competirá en un torneo de golf para ejecutivos, le envía su aceptación por la misma vía.
Toda esa noche y durante gran parte del viernes, se distrae pensando si aquella sensación de excitado desasosiego provocada por Patricia en su primer encuentro y que se ha repetido indefectiblemente cada vez que ha estado próxima a ella, es compartida por la sensual mujer que, en cada encuentro se las ha ingeniado para hacerle sentir su autoridad, turbándola con la velada sexualidad mordazmente irónica de sus comentarios.
El mismo sábado, que parece no transcurrir jamás, y mientras elige dubitativamente entre tres vestidos distintos, probándoselos repetidamente en tanto se pregunta cuál impresionará mejor a la mujer de su amante, encuentra que el sólo pensar en ella la asusta de tal modo que en dos ocasiones se sorprende con el teléfono en la mano, a punto de avisarle que no concurrirá a la cita.
Cuando el remise la lleva hasta la mansión de Belgrano y toca el timbre con las rodillas temblándole como a una colegiala en su primer baile, siente que su corazón se paraliza al recortarse en la puerta la opulenta figura de Patricia. La espléndida túnica hindú, de pálidos tonos ocre, no hace más que destacar con su simpleza, la magnífica cabeza de la mujer, el salvaje aspecto de su desflecado corte garçon y la luminosidad de sus claros ojos.
Consciente del impacto que causa en la joven y viendo que esta se ha quedado como paralizada, incapaz de articular nada más que un discreto y tímido saludo, la toma alegremente de la mano y la conduce por la espectacular mansión hasta un living donde hay varios juegos de sillones. Tras invitarla a sentarse en uno que está frente a un enorme televisor de 57 pulgadas, le pide disculpas y, ausentándose durante unos minutos, vuelve con una bandeja de plata sobre la que hay un delicado juego de té de porcelana, dejándola sobre la mesa de mármol que se encuentra frente a ellas.
Enciende el televisor y manejando con destreza un control remoto, pronto comienza la proyección de unas imágenes sexuales de tal crudeza que Alicia, a punto de protestar contra esa imposición perversa, se detiene horrorizada al reconocerse en ellas y en un montaje preciso, rápido y conciso, ve desfilar resumidas algunas de las más aberrantes sesiones sexuales que sostuviera con Marco en su despacho.
Mientras ella mira hipnotizada esas imágenes que la muestran comportándose con la misma irreverente aplicación que la más puta de las prostitutas, en tono cortés y mesurado, Patricia le explica que ella hace meses que sabe de su relación con Marco. Esos videos son posibles gracias a una instalación secreta que ella hiciera algunos años atrás no con un propósito morboso sino con el de saber - ya que su marido la engaña desde siempre con muchachas del personal -, con quien lo hace y que beneficios otorga o consigue de la amiguita de turno, que de no tener control, podrían incidir negativamente en el equilibrio interno y hasta en las finanzas de la agencia.
Con la angustia encerrada en su pecho y avergonzada ante sí misma por las miserias que es capaz de cometer embarcada en la locura del sexo y la ambición, por sus mejillas comienzan a deslizarse pequeños arroyuelos de lágrimas que lentamente van transformándose en caudalosos ríos y, convulsionada por los sollozos, se cubre el rostro con las manos, dejándose caer desmadejada sobre el mullido respaldo del sillón de finas telas estampadas.
Acudiendo solícita a su lado, Patricia le explica que no ha querido dañarla o perjudicarla con esta exhibición y que, en realidad, su propósito era totalmente opuesto. Cuando aparta suavemente sus manos del rostro, ese leve contacto reinstala potenciada aquella magnética atracción y Alicia siente como en su vientre, ya conmocionado por lo excitante de las imágenes, se desatan repentinas e inquietas nubes de golondrinas diminutas que, sutiles, van deslizándose por los intersticios de sus músculos, extendiendo la excitación a todo su cuerpo.
Secando las lágrimas que inundan su rostro, Patricia lo toma entre sus manos y ante la hipante complacencia de Alicia, va depositando pequeños y húmedos besos en su frente, nariz, ojos y mejillas. Ignora la boca de la joven que, acezante, aguarda con histérica tensión el momento en que el beso se concrete, hasta que en un instante que se convierte en mágico para ambas, sus ardientes y perfumados alientos se funden para que los labios, extrañamente atraídos y repelidos a la vez, terminen por unirse en un contacto que por su levedad parecería no haberse concretado.
Galvanizadas por una poderosa corriente eléctrica, las dos se estremecen, rotos los diques de la prudencia y la moral, ensimismándose en una bestial contradanza de besos, chupones y lamidas que terminan por alienarlas. Sin saber cómo, Alicia se ha despojado de su liviano vestido de seda y las manos ágiles de Patricia arrancan literalmente de su cuerpo la fina lencería, en tanto que ella, en un rápido movimiento, se quita la amplia túnica debajo de la cual está totalmente desnuda.
La belleza de su cuerpo pleno de mujer adulta no contradice las especulaciones que desde un primer momento Alicia hiciera sobre él. Sus pechos grandes y pesados, se muestran duros y erguidos, tal vez a causa de la intensa gimnasia que ella sabe que Patricia práctica. Su vientre duro y aplanado conduce hacia el vértice rosado del cuerpo que, libre de todo vestigio velloso, parece latir con la atracción de un faro, flanqueado por los fuertes capiteles de unas musculosas columnas que sostienen a los protuberantes glúteos de sus nalgas.
De rodillas sobre los almohadones del largo sillón, Patricia se inclina sobre ella y su boca se escurre golosa sobre los senos, redondos y perfectos que el intenso sexo con Marcos ha sensibilizado, tal vez en demasía. La lengua, ágil y tremolante, provoca estremecimientos en los pechos, haciéndolos agitarse en un gelatinoso temblor que excita aun más a Patricia. El agudo áspid de su punta se dedica a azotar a las rosadas y abultadas aureolas, cubiertas de una gruesa granulación, librándolas de la fina capa de sudor acumulada en ellas para luego emprenderla con el largo pezón endurecido.
Aprisionándolo entre los labios lo succiona suavemente al principio, aumentando paulatinamente la presión y ya, fuera de control, pone tal fuerza en la succión que débiles marcas rojizas comienzan a aparecer, rodeando las dilatadas aureolas. Entretanto, su mano izquierda soba y estruja rudamente al otro seno, efectuando dolorosos rasguños con sus largas y afiladas uñas.
Al parecer, el aspecto juvenil de su cuerpo contribuye a excitarla y, tomando entre sus dedos pulgar e índice al pezón, comienza a retorcerlo, aumentando en cada giro un poco más la presión y sintiendo a través de ellos el temblor temeroso o ansioso de la joven. Clavando sus manos engarfiadas sobre la seda del sillón, Alicia echa su cabeza hacia atrás, hundiéndola contra el almohadón y sacudiéndola de un lado hacia el otro, deja escapar finos hilos de saliva por la comisura de los labios entreabiertos por la fuerza de sus roncos gemidos. Apoderándose del pezón con sus dientes agudos, va clavándolos en él, mordisqueándolo dolorosamente en tanto que las uñas de la mano se clavan inmisericordes en la macerada carne del otro pezón con tanta intensidad que, por primera vez Alicia insinúa un intento de rechazo, empujando con sus dos manos la cabeza de Patricia.
Manos y boca abandonan los pechos e inician un derrotero distinto. Mientras la boca se entretiene recorriendo todo el torso de la joven, lamiendo y sorbiendo los diminutos lagos que se han ido acumulando en las grietas, rendijas y oquedades, la mano ha comenzado a acariciar tenuemente, rascando con leve insistencia los labios de la vulva que, húmedos ya por sus fluidos internos y la transpiración, emergen como una isla rodeada por la suave y recortada masa de su vello púbico.
Deslizándose a lo largo de estos, los dedos barnizan con sus jugos todo el sexo, desde su abultado comienzo hasta la rosadamente oscura apertura anal, escarbando morosamente la entrada a las profundidades de la vagina. Mientras una uña cruel excita dolorosamente los festones carnosos que rodean al conducto genital, la boca arriba a rozar el suave triángulo velludo cuya fragancia animal inflama el deseo de Patricia y la lengua se dedica con vehemencia a escarbarlo y sorber de él los líquidos que lo inundan. En su loca ansiedad, Alicia encoge y abre desmesuradamente sus largas piernas, exhibiendo oferente la carnosidad inflamada de su sexo, dejando entrever los abundantes y retorcidos pliegues rosados de su interior.
Con desmesurada angurria, las fauces de Patricia hacen presa de él, introduciendo la sierpe errática y tremolante de la lengua que, rápidamente, busca entre el suave manojo superior la carnosidad sensible del clítoris, ensañándose con furioso ímpetu. Fustigándolo sin piedad, consigue que el diminuto pene femenino se yerga adquiriendo un respetable tamaño y aprisionándolo entre los labios, lo succiona ásperamente en medio de los jadeos y gemidos estremecedores de Alicia.
Sin dejar de sojuzgar al sexo de la joven, lentamente, va rotando su cuerpo hasta quedar ahorcajada sobre ella en forma invertida, de manera tal que su boca se mueva con más soltura a lo largo de toda la vulva y el ano.
Observa el aspecto rojizo y el latido pulsante de sus carnes, saturadas de sangre e inmediatamente penetra la vagina con dos de sus dedos y responde a la exclamación gozosa de Alicia, profundizando la intrusión, rascando, escudriñando y arañando suavemente la superficie anillada del canal vaginal pletórico de espesas mucosas. Con sapiente experiencia, busca en la parte anterior esa diminuta callosidad, ese tierno botoncito que disparará definitivamente el placer en la joven. Cuando sus experimentadas yemas lo encuentran, se ensaña restregándolo hasta que los ayes de Alicia la convencen de su excitación. A medida que los músculos se dilatan dóciles a su contacto, aumenta la cantidad de dedos hasta que los cinco ahusados se enseñorean del sexo en un vaivén hipnótico que la enloquece
Fuera de sí por el inmenso goce que la mujer le hace alcanzar y sintiendo como los pezones de sus grandes senos, colgando oscilantes restriegan su vientre, abre sus ojos para ver a muy pocos centímetros de su cara, las fuertes nalgas de Patricia y, barnizado de jugos vaginales el mondo volumen de su sexo. Incapaz de contenerse, acaricia los grandes y sólidos glúteos hundiendo su boca voraz en las inflamadas carnes, lamiendo y chupando por primera vez un sexo femenino con desesperación.
Alienada por el goce y gimiendo roncamente mientras sacude descontroladamente su pelvis, provoca que Patricia, aumentando fuertemente la succión al sexo, clave los dientes en el clítoris y la mano que se mueve a su antojo, penetre dentro de la vagina para iniciar un vaivén frenético que eleva la sensibilidad de ese dolor-placer a niveles inimaginables, hasta que el envaramiento en todos sus músculos le hace clavar los hombros en el asiento y elevar su pelvis en oleadas de tremendo vigor para mantenerse en vilo por un momento y junto con la explosiva marea del orgasmo, derrumbarse exánime sobre el sillón. Con los ojos cerrados, permanece murmurando incoherentes palabras amorosas, mientras su vientre todavía es sacudido por violentas y húmedas convulsiones y contracciones.
Sin poder mensurar el tiempo transcurrido, se deja estar en una cómoda nube de morado placer y, cuando abre los ojos, semi nublados por la transpiración y las lágrimas de alegría que el placer le arrancara, alcanza a vislumbrar, recortada por la luz cegadora de la tarde soleada en un fantástico juego de luces y sombras, la figura atléticamente hermosa de Patricia.
Concentrada en colocarse un extraño arnés, ha dejado de prestar atención a la joven que con serena curiosidad, observa su accionar y nítidamente recortado por el contraluz, ve que el arnés ajustable sostiene un doble falo; el que surge hacia delante es similar en todos sus detalles a uno verdadero y supera en largo y grosor al enorme miembro de Marcos. De la misma copilla semi rígida, surge hacia dentro y más abajo, otro de menor tamaño pero con una enorme cabeza ovalada y un tronco fuertemente curvo que, tras humedecer con saliva, Patricia introduce dentro de su vagina y procede a ajustar los cierres de velcro.
Arrodillándose sobre la gruesa alfombra, Patricia se apodera de sus pies, frotando como un gatito mimoso su rostro sobre sus plantas y empeines e introduciendo debajo de sus dedos la erguida tumefacción de sus pezones. Tanta es la ternura derramada en estos gestos simples, que Alicia siente como su cuerpo entero se relaja, aceptando mansamente complacida la caricia. Viendo su tranquila aquiescencia, los labios de Patricia se dedican a lamer y besar suavemente los dedos, la lengua se aventura debajo de ellos y tremola inquieta en la rendija que los separa, hasta que tomando al dedo pulgar con su boca, lo va succionando como si fuera un pene, al tiempo que sus afiladas uñas se deslizaban levemente sobre sus empeines, provocándole un escozor desconocido que trepando a lo largo de las piernas, termina por alojarse en su entrepierna.
Nuevamente esa misteriosa, magnética y mágica sensación parece reinstalarse entre ambas mujeres con más fuerza que antes, envolviéndolas en un vórtice que las arrastra hacia aquello desconocido y anhelado. Placenteramente, se dejaban hundir en este torbellino de exquisitas y sublimes penumbras de una corpórea melosidad. Desde las bocas sedientas por la fiebre hasta los vientres conmovidos por gozosos espasmos de histérica ansiedad, todos sus órganos estaban sensibilizados y predispuestos para experimentar los más arrobadores, dulces y tiernos cosquilleos de la excitación más turbadoramente siniestra, que las sume en un éxtasis de deslumbrante y resplandeciente complacencia, ansiando con voluptuosa lascivia, regodearse en el deleite de un sexo animal, atávico e instintivo que las convierte en dos hembras salvajemente primigenias.
La boca exigente de Patricia, repta hacia arriba, entreteniéndose por un momento en los tobillos, para luego subir lamiendo, besando y succionando a lo largo de toda la pantorilla. Despertando cosquillas desconocidas con la lengua sobre la sensitiva piel de la rodilla, deriva sin premura hasta el hueco tierno de la corva, explorándolo con insistencia, hasta que en un rápido desliz recorre velozmente los muslos interiores, abreva el sudor acumulado en las canaletas de las ingles y los dedos juguetean con esa mínima expresión de vello púbico.
Dejando de lado todo sentimiento culposo, vergonzoso o de asqueada repulsa ante la inmoralidad del acto antinatural, se sume en el estupor por la complacencia con que acepta y reclama el sexo de la otra mujer. Deslumbrada por la ternura y suavidad amorosa con que Patricia la seduce, no sólo se relaja en la entrega, sino que, con apenas silabeadas palabras de amor entrecortadas por el repetido jadear de su pecho, la va incitando a que no se detenga, encogiendo y separando sus piernas de una manera primitivamente instintiva.
Patricia comprende la urgencia que acucia a la joven y acariciando con sus manos todo el entorno del sexo, deja que la sabiduría de la boca cumpla con su cometido. La lengua recorre morosa la aterciopelada mata vellosa absorbiendo el salobre gusto del sudor que se acumula en ella para luego deslizarse sobre los inflamados labios mayores de la vulva, colmándolos de chupones y menudos besos.
Los dedos separan con extrema delicadeza estos labios preparándolos para la intrusión de la boca, que se extasía en la succión y maceración de los numerosos pliegues que rodean al óvalo nacarado. Abriéndose camino hacia el ansiado manojito carnoso, busca al tan anhelado clítoris que, ya desarrollado en todo su esplendor, semeja un dedo emergiendo en medio de las delicadas pieles, como esperando la succión frenética a que Patricia lo somete, tirando de él como si quisiera arrancarlo mientras los dedos juguetean con las prominentes carnosidades que coronan la entrada a la vagina, rascándolas con ahínco y penetrando aquella en sorpresivas y fugaces invasiones.
Totalmente obnubilada con el placer enloquecedor al que Patricia le estaba haciendo acceder, extiende los brazos hacia atrás aferrándose al brazo del sillón, toma vigoroso impulso y su cuerpo comienza a ondular con anhelosa premura, sintiendo como aquella acompasa el ritmo de la cabeza a sus movimientos. Vencida toda prudencia, deja escapar libremente los ayes y gemidos que se gestan desde lo más hondo de su pecho estremecido por el deseo.
Patricia abandona el sexo reptando a lo largo del vientre convulsionado y estrujando con aspereza la tierna carne de los senos, encierra entre los labios al pezón de la joven y lentamente va aumentando la presión de tal modo que arranca gritos doloridos de su boca. Cuando aquella se agita desesperadamente ansiosa, la boca sube al encuentro de la suya que, entreabierta, deja escapar roncos bramidos placenteros y un vaho naturalmente aromático.
Refrescándolos con el suave interior de los suyos, en un tierno y conmocionante roce, la va introduciendo y guiando por un laberinto de dulces sensaciones. Mezclando sus alientos ardorosos y las tan abundantes como espesas salivas, las bocas se unen y separan, las lenguas se enzarzan en lides de sublime fortaleza y los labios succionan y acarician, alternativamente tiernos o violentos.
Ambas han hundido sus manos entre los cabellos de la otra; Patricia en la melena levemente rojiza de Alicia y esta en las cortas mechas renegridas de ella. La imagen de las dos hermosísimas mujeres es turbadora, con los dedos férreamente engarfiados, embistiéndose con los cuerpos mientras una plétora de palabras dulces masculladas y broncos rugidos se derraman de sus bocas.
Patricia considera que ya es suficiente y acomodando su cuerpo entre las piernas de la joven, conduce con su mano e introduce con suma delicadeza la cabeza del falo desmedidamente grande y presionándolo con todo el peso de su cuerpo va penetrando profundamente la vagina.
Nunca, ni en su más loca experiencia con Marcos, Alicia imaginó sentir un cuerpo de ese tamaño dentro de ella y, aunque a su paso este va lacerando, destrozando los delicados tejidos del canal vaginal, sus músculos se adaptan a él, rodeándolo con fuertes contracciones de placer. Todo su espacio interior, hinchado e inflamado, parece ser ocupado por la verga monstruosa y cuando Patricia imprime a su cuerpo un lento vaivén, cree enloquecer de gozosa alegría y alzando sus piernas, las engancha en la zona lumbar de la mujer impulsándose rudamente contra ella.
Consciente de su complacencia, Patricia alza las piernas colocándolas sobre sus pechos con los pies cruzados en la nuca. Presionando aun más, eleva las nalgas y el miembro parece calzar con deliciosa justeza. Como en éxtasis por la vibrante y arrebatadora posesión, Alicia se concentra en imprimir a su pelvis fuertes empellones y esta respuesta termina por enajenar totalmente a la mujer mayor que, hamacando su oscilante cuerpo con una violencia inusitada que ni siquiera un hombre le ha hecho soportar, posee sañudamente a la joven, arrancándole sollozos de dolor y placer.
Después de un largo rato de esa dulce tortura, Patricia sale de ella y, sentándose en la espesa alfombra en la posición yoga del loto, le pide que se siente sobre sus piernas. Guiándola hábilmente, hace que la joven se acuclille sobre ellas con las piernas abiertas y, descendiendo lentamente, de cabida en su sexo al falo que ella mantiene erguido con su mano.
Cuando todo él está en su interior, acomoda las piernas de Alicia alrededor de su cuerpo y abrazándola estrechamente se echa hacia el suelo, arrastrándola con ella, para erguirse nuevamente y empujarla hacia atrás. Cuando la joven siente el deslizarse del majestuoso príapo haciéndole experimentar la sublime sensación de lo excelso, comprende la idea y sujetándose a ella apretadamente, colabora en el bamboleo sincrónico que las extravía.
Patricia disfruta inmensamente de este movimiento, ya que el curvado pene que aloja en la vagina fustiga reciamente sus carnes en tanto que las excrecencias de suave silicona alojadas sobre él estriegan deliciosamente al clítoris.
Cubiertos de abundante transpiración, los senos encajan perfectamente unos contra los otros, dejando escapar fuertes chasquidos que parecen estimular a Alicia, quien busca ávidamente la boca de la otra mujer con una lengua sorpresivamente activa. Aquellas conocidas ganas de orinar se instalan en su bajo vientre y un cosquilleo eléctrico sube desde sus riñones estallando en su nuca en una fantástica explosión multicolor mientras los ríos hirvientes de sus humores internos convergen hacia su sexo transformados en impetuosa marea y, con su expulsión, una deliciosa sensación de plenitud y vacío la afloja, languideciendo en los brazos de Patricia.
Agradeciendo que las dos tengan tiempos distintos y ella aun no ha alcanzado la cúspide de su excitación, Patricia recuesta a la joven de lado, poniéndose detrás y haciéndole encoger las piernas, la penetra así, mientras sobando y estrujando sus senos concienzudamente, vuelve a elevar su excitación. Luego la va acostando sobre ella y, enseñándole como colocar sus piernas y brazos a los lados, le hace alcanzar un arco de manera tal que ella pueda penetrarla desde abajo, impulsándose fuertemente hacia arriba con el violento menear de sus caderas.
Con el cuerpo penetrado de Alicia meneándose sobre ella, Patricia empieza a sentir a su tiempo como las urgencias histéricas del orgasmo comienzan a acuciarla. Acelerando el vaivén de las caderas, hace que la verga que alberga en su interior la socave aun mejor, hasta que en medio de broncos rugidos de insatisfecha expectativa, los líquidos afluentes de sus fluidos, se desmadran y manan a través de su sexo, sumiéndola en una enervada lasitud.
La que ahora está trepando la cuesta sensorial es Alicia. Colocándose sobre la cuasi inerte Patricia en cuclillas, ahorcajada y aferrándose a las rodillas de aquella, va guiando a la verga artificial para que nuevamente se aloje en su sexo. Cuando todo el disparatado miembro está dentro de ella, inicia una exasperante y lenta cabalgata sobre él, sabiendo que al pausado galope, el curvado pene interior de Patricia y el puñado de suaves puntas estratégicamente colocadas, excitarán nuevamente a la mujer.
Efectivamente, Patricia reacciona enseguida de su desmayada actitud, gratamente sorprendida por la iniciativa de Alicia, sintiendo en su interior mucho más de lo que la joven supone. Ante el espectáculo invitador de las fantásticas y tersas nalgas, las acaricia con sus manos y, aferrándose luego a las caderas, impulsa su cuerpo hacia arriba, acompasándolo al ritmo que Alicia le imprime a la jineteada. Los movimientos de las dos se complementan de tal manera, que las carnes adquieren una cualidad miscible y parecen miméticamente soldadas la una con la otra.
La sola vista de la grupa de Alicia compromete a Patricia en los más excitantes pensamientos, viéndola subir y bajar rítmicamente, exhibiendo la superficie dilatada de la vulva brillante a causa de los fluidos y flatulencias vaginales que escapan de ella en sonoros chasquidos y el inconscientemente instintivo pulsar del ano.
Desliza sus dedos sobre los pliegues que sobresalen alrededor del falo introduciéndolos junto con este en la lubricada caverna y rascando con sus uñas las carnes sometidas, va elevando a la joven a niveles desconocidos del goce. Una de las manos abandona esa tarea, derivando por la hendidura entre las nalgas, esparciendo los tibios jugos sobre la oscura cavidad anal. Las uñas excitan suavemente a los fruncidos y palpitantes esfínteres y el dedo pulgar se introduce entre ellos, iniciando un cadencioso vaivén que enciende los quejumbrosos gemidos de la joven.
Saliendo de debajo de Alicia, la mujer la hace permanecer arrodillada y colocándose detrás suyo con el príapo aun mojado por las mucosas de la joven, presiona fuertemente con la enorme cabeza contra los esfínteres que elásticamente complacientes, albergan a la verga que se adentra en el recto hasta sentir como su pelvis se estrella contra las nalgas de Alicia que, transida de dolor, clava sus uñas como garras en la rica tela del sillón.
Un rugido estridente se escapa entre los dientes apretados y ella no puede dar crédito al placer inconmensurable que la violación de su ano le proporciona en medio de tanto sufrimiento. La extraña mezcla de ambas sensaciones, sin poder discernir cuando termina una y comienza la otra la va conduciendo hacia el goce primitivo que va paliando el sufrimiento y la penetración se hace tan placentera que ella misma comienza a impulsar su cuerpo, hamacándose sobre las rodillas, acoplándose al cuerpo de la otra mujer que, suavemente va acelerando el ritmo hasta que en un frenético vaivén, ambas, esta vez al unísono van alcanzando sus orgasmos y se desploman dolorosamente satisfechas.
Cuando salen del estupor somnoliento en que la satisfacción las ha sumido, Patricia conduce hasta su dormitorio a la joven y allí se pierden en innumerables acoples, alternándose en el rol de pasiva y activa durante horas, cayendo en profundos pozos de agotamiento para luego resurgir potenciadas y acometerse recíprocamente con un afán casi destructivo. Recién en las primeras horas del domingo, abandonan el lecho de sábanas humedecidas por sus fluidos, salivas y sudores, obligadas por la inminente llegada de Marcos.
La presencia de Webber no facilita precisamente las cosas. Deslumbrada por el nuevo mundo de sensaciones que le ha descubierto Patricia, Alicia se debate entre la fidelidad que le debe a Marcos, sin dejar de tener en cuenta la incalculable satisfacción que este le proporciona en la cama además de sostenerla económicamente y la inseguridad que la relación con su mujer le plantea. Prudentemente, deja que las cosas se den por propio peso y que sean los demás quienes planteen las reglas del juego.
Enfrascada en la preparación de la nueva campaña para uno de los mejores clientes de la agencia recibe la rutinaria visita semanal de Marcos, comprobando que su espectacular relación homosexual no ha disminuido en ella su apetito hacia los hombres y sí, aumentado su sensibilidad con respecto a ciertas prácticas que antes le disgustaban. Alegre con esta predisposición a nuevas formas del sexo y lejos de sospechar que sea Patricia la que indirectamente influya en ello. Desoyendo sus protestas, la hace cargo de un nuevo prospecto que, de concretarse, beneficiará con facturación y prestigio a la agencia.
Sumergida en la estresante tarea y saturada por los detalles cercanos al espionaje y la intriga, que implica la presentación espontánea de una campaña ultra secreta a un cliente de otra agencia, deja de lado por unos días sus apetencias sexuales. Convocada a una cita aparentemente profesional al despacho de Patricia, esta le hace saber que su marido irá por dos días al Uruguay con el propósito de establecer una cabeza de playa para instalar una sucursal en aquel país y que la ocasión será propicia para repetir la experiencia anterior.
Como es viernes, Alicia pretexta una pasajera descompostura y, a su pesar, todo el mundo asocia su ausencia con el viaje de Marcos, ya que su relación es harto conocida y aceptada por la mayoría puesto que el carácter irascible de él se ha suavizado bajo su influencia. Arriba a la mansión cercano el mediodía y, como en una película de infidelidades subrepticiamente ocultas, Patricia se esfuerza por que su presencia pase inadvertida para el personal que presta servicios de lunes a viernes.
Encerrándola en el confortable dormitorio y tras unos momentos de besos y fugaces manoseos de "precalentamiento” que dejan a Alicia insatisfecha y ansiosa por culminar lo iniciado, la deja sola para ultimar detalles de los alimentos que la cocinera dejará preparados para el fin de semana. Una vez que ha despedido al último del personal, cierra las puertas con llave y, subiendo al cuarto, se dedica con esmero a complacer hasta el mínimo deseo de la muchacha con una serie de nuevos “juguetes” que ha adquirido en estos quince días, especialmente para ella.
Alicia, ciertamente, goza del tipo de sexo que mantiene con su experimentada patrona, muchísimo más satisfactorio que el que sostuviera jamás con hombre alguno, ya esta que no se agota en un par de frenéticas eyaculaciones. Patricia, mujer al fin, conoce hasta el más recóndito de los resortes ignorados que disparan su excitación, poniendo en ello tal grado de amorosa aplicación que desbordando la ternura arrobadora que la invade con abrasadora pasión, consigue elevarla a niveles del goce que la desmayan en una lujuriosa exaltación.
En ese glorioso fin de semana, menos tensas y más predispuestas que en la primera ocasión, se regodean en la dulzura de las caricias, esperando con lúbrica paciencia el momento sublime en que las pasiones desatadas en voluptuosa lascivia hagan de la insufrible continencia una resplandeciente explosión y se sumen, entonces, en una batalla descontrolada en la que se infligen con sádica vesania inimaginables penetraciones y caricias, alcanzando grados de una excitación arrebatadora tan intensa que, en su momento clímax, las sumerge en el abismo excelso del goce total y languidecen en la densa bruma de la enajenación, estrechamente abrazadas, como si no quisieran dejar escapar ese momento singular.
A pesar del ambiente en que se mueve, lo sofisticadas que pueden llegar a ser las fiestas y reuniones que por motivos laborales debe frecuentar, conociendo en ellas a los personajes más diversos, desde artistas plásticos a industriales, comerciantes o literatos, Alicia no ha dejado de ser una tímida provinciana, apabullada aun por la que ella llama "esa gigantesca confabulación de edificios" que es Buenos Aires. A riesgo de parecer antipática y contrariando esas leyes no escritas entre los ejecutivos, desprecia con mayestática altivez todo intento de solapada conquista que su belleza singular despierta en personas de disímiles profesiones, no exclusivamente hombres.
Atenta sólo a congratularse con los avances que está alcanzando en su carrera, las horas del día no son suficientes para dedicarse por entero a esta pasión, aun sabiendo que no sólo a su dedicación o sapiencia es que alcanzaba tales niveles. Justamente, la otra pasión que la consume, le exige una planificación tan exacta de sus movimientos que hace peligrar a la primera, ya que Marcos, ajeno a su relación con Patricia, ocupa la mayor parte de sus noches y, cuando no es así, es que está con su mujer.
Con tantos años de conocimiento de su marido, Patricia sabe de su descontrolada pasión por cada nuevo hobby y, así como primero ha sido el tenis, el paddle, el automovilismo o el esquí, ahora el golf ocupa un sitio de privilegio dentro de su ocio, del que dispone en abundancia, ya que el peso de la agencia lo ha transferido a sus dos mujeres. Estimulándolo, Patricia le hace ver la conveniencia de que él compita en distintos torneos, dejando los ProAm para convertirse en profesional, ya que, además de conocer a empresarios de todo el país, le permitirá trascender en el extranjero participando de torneos internacionales. Comprendiendo que su mujer no está descaminada, se inscribe en cuanto torneo le permitan sus ya pocas obligaciones y sólo está en la agencia de lunes a miércoles, puesto que las clasificaciones comienzan los jueves.
Gracias a la inteligente estrategia de Patricia, entre las dos toman no sólo en control de la agencia sino el de sus propias vidas, teniendo tiempo para dedicarlo a visitar estilistas, masajistas, institutos de belleza y, por supuesto, a incrementar la calidad y cantidad de sus guardarropas. Obviamente, también tienen más tiempo para estar juntas y disfrutar de noches que, sin la violencia de las primeras, colman con creces sus ansiosas expectativas sexuales.
Lentamente y cada una por su cuenta, se han dado cuenta de qué lo que comenzara como una simple válvula de escape a sus angustias, se a ido convirtiendo en algo mucho más profundo. Sin proponérselo, la hondura de su enamoramiento las lleva a ser cada vez más tiernas con la otra, reemplazando lo perverso por la más radiante fascinación, que las hace permanecer encandiladas, los ojos en los ojos, obteniendo los más profundos orgasmos con el mero contacto de sus manos en la piel.
Enamoradas como dos colegialas, alegremente absortas en ese nuevo estado que las hace caminar sobre una nube y ya con los calores de noviembre, suelen dejarse estar flotando en las cálidas aguas del jacuzzi, disfrutando de los fuertes chorros que despiertan sensaciones nuevas en sus cuerpos y en ese cobijo casi amniótico, manos y bocas se escurren en rítmicas cadencias de gozosas caricias. Las horas pasadas de esta manera, estimulan sus facultades intelectuales y su entrega al trabajo se incrementa, obteniendo metas que van acrecentando su prestigio entre la gente del medio.
Es precisamente esa ambiciosa popularidad la que las perjudica. Atento y orgulloso por los comentarios irónicamente halagüeños que le hicieran varios de sus colegas sobre la competencia de las dos mujeres, así como de su presencia en reuniones, llamativamente inseparables y en tal armonía que, si desconocieran sus mentadas virtudes masculinas, los harían sospechar de esa relación, va atando cabos sueltos sobre su comportamiento, tanto en la oficina como en la cama y decide darles una lección.
Ese miércoles a la noche, se despide de Patricia y sale en su Mercedes rumbo a Pinamar, lugar en el que supuestamente competirá. Apostado debajo de unos frondosos árboles frente a su casa, ve llegar a Alicia en un remise cerca de las nueve de la noche y poco después encenderse las luces del comedor. Comprendiendo que las mujeres se toman la cosa con calma, enfunda parte de su cólera y dirigiéndose a un restaurante cercano, come opíparamente. Dejando el coche en el estacionamiento del lugar, vuelve caminando a su apostadero y comprobando que la luz del comedor ha sido reemplazada por la del dormitorio, tiene que esperar más de una hora para que esta se apague.
Entrando a la casa silenciosamente, se desnuda totalmente en el living y, ascendiendo las escaleras, se arrincona en el pequeño foyer por el que se accede al dormitorio, alcanzando a escuchar los gemidos, ayes y frases ininteligibles que le llegan a través de la puerta entornada. Cuando un profundo silencio los reemplaza, abre lentamente la puerta y entrando al dormitorio a la luz azulada de la calle que penetra al cuarto a través de los amplios ventanales que, en razón del calor sofocante, las mujeres han abierto de par en par, queda deslumbrado por la belleza de esos dos cuerpos magníficos, dorados por el sol, que yacen entrelazados sobre las sábanas revueltas.
Sintiendo como toda su virilidad se manifiesta en la fuerte erección del miembro y, conociendo a su mujer como nadie, se aproxima a la cama para trepar a ella. Cuidadosamente, se ubica frente a la cara de Patricia que, con la boca entreabierta todavía jadea quedamente dejando escapar un hilo de saliva por la comisura de los labios, emanando un fuerte olor a sexo femenino. Rozándolos apena
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  • Categoría: Intercambios
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